sábado, 6 de junio de 2009

grandes entrevistas

Miranda Sawywer entrevista a James Ellroy





KANSAS CITY.- Es el día de San Valentín en Kansas City y tengo una cita con el demonio. Bueno

no realmente con él. Con un individuo que, de joven, cuando no se dedicaba a escupir propaganda nazi sobre sus compañeros de colegio judíos, se pasaba sus años de formación rompiendo las puertas de las casas de mujeres ricas para robarles su ropa interior que, después, se dedicaba a oler con delectación. Ellroy era el hijo único de una mujer alcohólica (asesinada cuando él tenía tan sólo 10 años) y de un padre embustero, cuyas últimas palabras dirigidas a su hijo, estando ya en su lecho de muerte, fueron: «Tírate a todas las camareras que puedas».
Un adolescente huérfano que, posteriormente, se haría muy célebre por su alcoholismo, su adicción a las drogas, sus robos de poca monta, sus estancias en la cárcel y los cinco años que pasó durmiendo al sereno por las calles del centro de Los Angeles. Un frenético anormal que engullía ávidamente el contenido de los inhaladores para el asma porque la profilexedrina que llevaban en su interior hacía que las fantasías eróticas que tenía a la hora de masturbarse fueran mucho más vívidas. Un obseso sexual que sentía una enorme inclinación por las mujeres muertas. Un gigante amenazador con un asombroso parecido físico a un frigorífico. Pero con bigote.
No es, precisamente, el tipo de hombre que una mujer llevaría a casa para que conociera a su madre. Sin embargo, cuando le comenté a la mía que tenía una cita con él, mi madre se mostró de lo más emocionada.
Este nombre puede que signifique algo para usted o puede que no signifique nada en absoluto. James Ellroy es un escritor estadounidense de novelas de crímenes y misterio que, durante los últimos años, se ha liberado de su estatus anterior, cuando se dedicaba al culto a su personalidad, y se ha convertido en un hombre verdaderamente respetado. Se ha convertido, de hecho, en «uno de los más grandes escritores norteamericanos de nuestro tiempo», según el diario Los Angeles Times. O simplemente en un novelista «destacadísimo», «asombroso», «fascinante», «extraordinario», «importantísimo» o «brillante», según afirman otros.
Ellroy escribe sobre crímenes y su castigo; sobre asesinatos y sus consecuencias. En L.A. Confidential, su libro más importante, describe todo aquel salvajismo secreto de Los Angeles durante los años 50 con un estilo abrupto y una prosa afilada como un estilete que respira fuerza y belleza por todas partes. Esta novela -que EL MUNDO ofrece mañana a sus lectores- se convertiría, posteriormente, en una película de gran éxito.
A James Ellroy se le admira enormemente por su obra. Pero la gente le adora tanto o más que a una estrella del pop por sí mismo. Da muy bien en las fotos, algo que, por cierto, le ayuda mucho: en sus dos fotos más famosas aparece como un individuo voluminoso, embutido en su blazer, nada sonriente y realmente impresionante. (En una de dichas fotos, se le puede ver con su perro Barko, un bull terrier. Ellroy está de pie, detrás de una silla, mientras que Barko está sentado tan cómodamente). Pero el estilo imponente de Ellroy y su enorme talento se ven absolutamente empequeñecidos por su historia personal. En realidad, es su historia la que hace que sus lectores le adoren y hasta le reverencien.Su novela Jazz Blanco comienza diciendo: «Al final, yo lo que poseo es mi lugar de nacimiento; y, a la vez, estoy poseído por su lenguaje». En sus memorias de 1996, Mis rincones oscuros, Ellroy nos cuenta la historia de su turbulento pasado de una forma que se puede calificar de severa, terrible y perfecta.
Y ahí está. Mantiene la figura muy rígida mientras se sienta sobre un historiado sofá al lado de una chimenea en el hotel Kansas Ritz Carlton, mostrándose muy digno dentro de la ropa limpia e informal que lleva puesta: camisa polo, pantalones vaqueros, zapatillas Reebok y chaquetón de tres cuartos. Se siente muy cómodo con los cojines que tiene a su lado.
Por un momento, pensé en mencionar a Ellroy, a modo de comentario, su antigua afición a oler las bragas de las mujeres. Se siente muy orgulloso de su propia sinceridad, que le hace admitir abiertamente, incluso, los errores que ha cometido, tanto sexuales como de cualquier otra naturaleza. De todas formas, asegura, él mismo había utilizado su propio «complejo de género» a modo de «camino de percepción» cuando escribió: «¿Por qué no hacer uso de la sexualidad? ¿Qué es lo que más aprecia una persona en la vida? Bueno, por lo menos eso es lo que siente la mayoría. Y, con respecto a mí, lo que más me gusta son las mujeres en general. En el pasado, yo llegué a sentir una enorme fijación sexual por ellas». Estas manifestaciones suyas se comprenden mejor cuando se conoce un poco más de la vida de Ellroy y sus circunstancias. Nació bajo el nombre de Lee Earle Ellroy en Los Angeles, en 1948. Sus padres, un hombre bastante apuesto llamado Armand y una pelirroja de nombre Geneva, a quien se conocía familiarmente por Jean, se divorciaron cuando él tenía seis años de edad.
A partir de entonces, Ellroy repartió su tiempo entre ambos.Armand vivía en el centro de Los Angeles y Jean en un barrio llamado El Monte. El 22 de junio de 1958, teniendo Lee 10 años y mientras se encontraba en casa de su padre, Jean fue asesinada: la violaron, la estrangularon y, después, la abandonaron entre unos arbustos cerca de la Arroyo High School, a menos de una milla de su propia casa. En el momento de su muerte, Jean tenía 43 años. Y nunca se pudo encontrar a su asesino.
La muerte de Jean ha dejado una tremenda huella a todo lo largo de la vida de su hijo. La consecuencia más inmediata de su fallecimiento fue que Ellroy se marchó a vivir permanentemente a casa de su padre, compartiendo con él y con su perro callejero el mismo dormitorio. En su libro Mis rincones oscuros, Ellroy describía así aquella situación: «Eramos pobres. Nuestro apartamento apestaba a mierda de perro. Yo desayunaba galletas y leche todas las mañanas, y por las noches cenaba hamburguesas y pizza congelada. Mi ropa estaba toda destrozada. Mi padre hablaba consigo mismo y con los comentaristas de la televisión, a quienes solía espetar cosas como '¡Vete a tomar por culo!' o '¡Chúpame la polla!'. Andábamos todo el día en calzoncillos. Estábamos suscritos a revistas de chicas desnudas. Nuestro perro nos mordía de vez en cuando Yo tenía el presentimiento de que mi vida no era precisamente la que recomienda la ley judía».
La muerte de Jean tuvo, también, unos sorprendentes efectos, tan violentos como prolongados en el tiempo, en la imaginación y el desarrollo emocional de su hijo. Al poco tiempo de su desaparición Ellroy se convirtió en un obseso de las lecturas sobre crímenes, especialmente los de mujeres. Y tanto los de ficción (a los 11 años ya leía a Mickey Spillane) como los de la vida real (se pasaba las horas leyendo un libro titulado La chapa en el que se contaban detalles bastante escabrosos sobre los casos de la vida real más recientes y sensacionalistas en los que había trabajado el Departamento de Policía de Los Angeles). Ellroy valoraba de una misma manera los casos reales y los de ficción.
«Yo no tenía ninguna capacidad para interpretar las cosas y carecía de dotes de abstracción. Yo me construí una visión del mundo absolutamente enloquecida a partir de aquellos datos tan extraños».
Y estos puntos de vista demenciales suyos han logrado sobrevivir a través de todas sus novelas: son obras de ficción, pero sus personajes son auténticos y en ellas se relatan hechos que han ocurrido en la realidad. (A veces, alguna gente de la vida real, o sus familiares, le ponen una demanda. «Entonces, les envío un cheque, simplemente», se encoge de hombros Ellroy, aunque admite que algunas veces este tipo de problemas no le dejan dormir por la noche).
-La verdad es que la muerte de mi madre condicionó toda mi vida-, dice Ellroy absorto y en voz baja. Pero me gusta la vida que he llevado. Nunca he pensado en mí como una víctima. No soy una de esas personas que van al programa de Ophra Winfrey llorando y diciendo cosas como 'Aaaah, joooder, mi madre se ha muertooooo'.
-¿Y por qué no es usted una víctima?
-Yo siempre he sentido una gran curiosidad y he tenido una decidida voluntad por ser feliz, además de que soy de una naturaleza muy obsesiva. Esa es la verdad. Mi madre fue asesinada, y yo convertí aquella desgracia en algo útil, en un libro de los de mi especialidad, una novela de crímenes. Lo que mucha gente no puede entender a propósito de Mis rincones oscuros es que, cuando lo escribí, yo fuera, fundamentalmente, un hombre feliz. Conocí a Stoner y juntos investigamos la muerte de mi madre. Y, después de hacerlo, yo me sentí un hombre mucho más feliz, tanto por todo lo que había aprendido sobre mi madre como por haber escrito el libro.
Bill Stoner es un detective retirado que perteneció a la policía de Los Angeles y que se unió a Ellroy en 1994, cuando éste decidió investigar las circunstancias que rodearon la muerte de su madre, un asesinato que aún estaba sin resolver. Ambos pasaron 14 meses siguiendo antiguas pistas, localizando testigos y tratando de comprobar determinados presentimientos. A pesar de todo, no lograron encontrar al asesino de Jean.
Tiene una fuerza de voluntad tremenda: es lo suficientemente fuerte como para mantener el esfuerzo firme y sostenido que se necesita para convertirse en un alcohólico, adicto además a las drogas. Y mucha más fuerza de voluntad aún para dejar todo eso.Le pregunto si él cree, de alguna manera, que la falta de sus padres había supuesto para él una ventaja. Se detiene un momento, me mira con seriedad y me contesta: «No tuve a nadie a quien ahora pueda echar la culpa de nada. Nunca tuve relaciones familiares normales. Mis padres no hicieron de mí un alcohólico. Nadie me puso una botella de vino en la mano, diciéndome: '¡Eh, tú, haz esto!'. Más adelante, fui capaz de hacer cambios tremendamente dramáticos en mi vida. Y los hice porque yo ya había aceptado que la responsabilidad de mi propio éxito, felicidad o fracaso en la vida, era exclusivamente mía».
A pesar de su austero sentido de la moralidad, de sus opiniones descarnadas, de su inexpresivo juicio personal sobre sí mismo y de su enorme arrogancia, en lo más profundo de James Ellroy late un gran corazón y se puede encontrar un tremendo sentido del humor. De hecho, cualquier persona interpretaría su brusquedad y su desabrida honestidad como una simple muestra de disgusto ante la pérdida de tiempo.
Ellroy tiene un aire de impaciencia mal controlada. Y asegura: «El gran logro de mi carrera ha sido recrear la historia de Norteamérica durante el siglo XX en la ficción». Pero Ellroy tiene ya 54 años y ha empezado bastante tarde esa tarea. (En realidad, comenzó con los últimos años de la década de los 80, porque en los libros que escribió con anterioridad a Dalia Negra no se contempla nada de todo ello). Por eso no se entretiene, ahora, en muchos detalles que él considera irrelevantes: para eso tiene a otras personas que se dedican a la investigación histórica. Y me comenta: «Acepto que alguna gente tenga una vida sin grandes altibajos y que apenas les permita hacer algo tan simple como darse un paseo por una alameda. Pero esas vidas no me interesan».
En lugar de eso, Ellroy fija su atención en el lado más oscuro del corazón del hombre en relación con el sexo, la muerte y el poder.

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