viernes, 19 de junio de 2009

El dia de la bicicleta del inventor del LSD

EL doctor Hofmann en su laboratorio


El químico suizo Albert Hofmann sintetizó por primera vez LSD el 16 de noviembre de 1938 en los laboratorios Sandoz de Basilea (Suiza), durante un programa de investigación dirigido a encontrar posibles usos medicinales de los alcaloides del grupo ergolina, presentes en el cornezuelo del centeno. El cornezuelo es un hongo que infecta los granos del cereal que se utilizan para hacer pan de centeno, causando el fuego de san Antonio (ergotismo). Tras lograr sintetizar la ergobasina (sustancia uterotónica), comenzó a trabajar en otros derivados amidas del ácido lisérgico. La dietilamida del ácido lisérgico es el vigésimo quinto derivado del ácido lisérgico que sintetizó (de ahí su nombre: LSD-25), y en un primer momento Hofmann pensó que podría tener utilidad como analéptico, estimulante de los sistemas circulatorio y respiratorio, dada su analogía estructural con la nicetamida (dietelamida del ácido nicotínico), un analéptico conocido. Sin embargo, en los experimentos que se realizaron con animales no se observó ningún efecto beneficioso en este sentido (si bien las notas de laboratorio indican que los animales se volvieron extraordinariamente inquietos bajo sus efectos), y se abandonó su estudio. Sus propiedades psicodélicas no se descubrieron hasta 1943, cuando Hofmann, siguiendo lo que denominó «un curioso presentimiento», volvió a trabajar sobre el compuesto.[5] Mientras volvía a sintetizar LSD-25, Hofmann se sintió mareado y tuvo que dejar el trabajo. En su diario, Hofmann escribió que abandonó el laboratorio y partió a su casa, afectado por «una notable inquietud, combinada con un ligero mareo». Hofmann indica que mientras reposaba en su cama cayó en un “estado similar a la ebriedad”, no desagradable, que se caracterizaba por una estimulación extraordinaria de la imaginación. En un estado similar al ensueño, con los ojos cerrados contemplaba series ininterrumpidas de «imágenes fantásticas, formas extraordinarias con patrones de colores intensos, caleidoscópicos». El estado duró unas dos horas, pasadas las cuales remitió.[6] Hofmann pensó que estos efectos psicoactivos se debían a que había absorbido accidentalmente una pequeña cantidad de LSD-25 por vía cutánea. Tres días después, tomó una dosis mucho mayor para poner a prueba sus efectos; este día pasó a ser conocido más tarde como “el día de la bicicleta”.[1]


El día de la bicicleta
El 19 de abril de 1943 el doctor Hofmann ingirió a propósito 250 µg de LSD, pues, por su experiencia con otros alcaloides ergóticos, pensó que podría ser la dosis mínima. Sin embargo, pronto descubrió que la sustancia tenía una potencia superior a la de casi cualquier otra conocida en la época, por lo que la dosis que se administró era en realidad superior a la que más tarde se aconsejó para fines terapéticos. Tras ingerir la sustancia, Hofmann sintió que le costaba hablar de forma inteligible y pidió a su asistente de laboratorio, que estaba al tanto del experimento, que le acompañase en su viaje a casa en bicicleta, pues, por las restricciones del período de guerra, no había automóviles disponibles. Durante el viaje a casa, el estado de Hofmann se agravó, y en su diario escribió que todo lo que había en su campo de visión ondulaba, distorsionado como una imagen en un espejo cóncavo. Aunque avanzaba velozmente, tuvo la sensación paradójica de que permanecía inmóvil. Cuando llegó a casa, llamó a un doctor y pidió a su vecina algo de leche, creyendo que le ayudaría a recuperarse. Hofmann hace notar que a pesar de su estado delirante, fue capaz de escoger con lucidez la leche, por su calidad de antídoto no específico contra el envenenamiento.[6]
Cuando llegó el médico, no encontró ningún síntoma físico anormal, salvo las pupilas extremadamente dilatadas. Tras pasar varias horas aterrorizado, convencido de que un demonio había poseído su cuerpo, de que su vecina era una bruja y de que el mobiliario de su casa le amenazaba, el doctor Hofmann pensó que había enloquecido por completo. En su diario, Hofmann indica que el doctor decidió no medicarlo y prefirió enviarlo a la cama. Una vez acostado, Hofmann sintió que el pánico comenzaba a dar paso a una sensación de buena suerte y gratitud. Los colores y juegos de formas que veía con los ojos cerrados le resultaban ahora placenteros. Se trataba de «imágenes fantásticas» que surgían ante él, alternándose unas tras otras, abriéndose y cerrándose en círculos y espirales para después explotar en fuentes de color, y comenzar de nuevo, en un flujo incesante. Durante su ‘viaje’, las impresiones acústicas (como el ruido de un automóvil que pasaba) se transformaban en imágenes. Finalmente, Hofmann se quedó dormido y despertó al día siguiente fresco y con la mente clara, aunque con cierto cansancio corporal. Desayunó con una sensación de bienestar y vida renovada, y encontró la comida deliciosa. Mientras caminaba por el jardín, notó que todos sus sentidos «vibraban con una sensibilidad superior, que duró durante todo el día».[6]

Tras retirarse de su trabajo como director de investigación en los laboratorios Sandoz, de Basilea, Albert Hofmann decidió poner por escrito los acontecimientos que le rodearon el descubrimiento de la LSD-25, un compuesto psiquedélico destinado a revolucionar la sociedad occidental así como la materialista visión que esta tenía del mundo.
El resultado de este relato histórico es un libro que brilla por su sencillez y su claridad, al mismo tiempo que ofrece una cantidad considerable de información interesante. La historia de la LSD se abre con el recuerdo de unas experiencias visionarias que Hofmann experimentó durante su niñez, acaecidas en los paseos por los bosques de su Suiza natal. Estas ‘revelaciones’, según el autor, le predispusieron a encaminar su vocación profesional (la comprensión de la estructura física del mundo Natural), y al mismo tiempo le permitieron, tras descubrir los efectos psíquicos de la LSD, entender el valor que esta nueva sustancia podía ofrecer al mundo del alma en particular y a la sociedad occidental ‘en general’.
Tras la narración de las investigaciones en el laboratorio que le condujeron a este relevante descubrimiento, Hofmann relata las primeras investigaciones que se llevaron a cabo con la LSD, sobretodo en el campo de la psiquiatría, por el potencial de esta sustancia de desvelar lo oculto que hay en la mente humana (el inconsciente). Tras alertar sobre los peligros de un uso descontrolado de esta famosa sustancia Hofmann, casi sin solución de continuidad, pasa a narrar su encuentro con personajes destacados del mundo de la psiquedelia durante los años 50 y 60, entre los que cabe destacar a Jünger, Huxley y Tim Leary. En cierta manera estos tres personajes representan las tres posturas que se tomaron durante esos primeros años de ilusión y desconcierto tras el redescubrimiento de los enteógenos en el mundo occidental. Jünger tuvo siempre la opinión de que el uso de estos fármacos debería mantenerse en una esfera restringida de intelectuales, poetas y filósofos, mientras que Huxley siempre se mantuvo a la expectativa de que un uso más amplio de estas herramientas pudiera ofrecer una oportunidad de ‘iluminación’ a amplias capas de la sociedad; por último, Leary optó por la popularización sin restricciones de estas sustancias, situándolas en la base de lo que pretendía que fuera una revolución cultural, con mayúsculas, en la sociedad occidental.

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