LOS BUKOWSKI DE ESTE MUNDO: ALCOHÓLICOS, MUJERIEGOS Y MARGINALES
Adictos a la soledad y al pubis femenino. Caminan por el sendero de la derrota eterna. Son los escritores borrachos que se levantan de la mugre para escribir con bronca por todos los que terminaron en un canal por el amor de una mujer. Desde la cadencia del Tánger, el calor de Los Ángeles y la sal de La Habana estos tipos escriben como viven: con emoción y con cojones.Rodrigo Quiroz La Nación La tumba del viejo posee una lápida que dice en su parte superior: Henry Charles Bukowski Jr. e, inmediatamente debajo, “Hank”, su apodo. En la parte inferior, justo en medio de las fechas que marcan el nacimiento y la muerte (1920-1994), se encuentra la imagen de un boxeador en perfecta guardia de ataque y que custodia los restos del último escritor maldito de la literatura norteamericana.Sobre el púgil hay una frase amenazadora: “Don’t try” No lo intentes.La tumba de Bukowski yace en el cementerio de Los Ángeles, la ciudad donde vivió, peleó, se emborrachó hasta la inconciencia y sufrió tormentas durante toda su vida. A veces hay botellas de alcohol alrededor o flores que alguna mujer desconocida deja cada cierto tiempo. El viejo indecente no sólo dejó una numerosa obra que hasta el día de hoy sigue seduciendo a sus lectores, además fundó una escuela de narrativa forajida y salvaje, escritura sucia que toma la realidad de la calle con ambas manos para dejarla caer en el papel blanco.
Bukowski desperdigó “hijos” por todo el mundo, influenciando con su estilo a miles de jóvenes rebeldes y aprendices de escritores. En diferentes lugares geográficos las indigencias humanas, la crudeza, el sexo, las drogas, los borrachos, ladrones, prostitutas, homosexuales y apostadores han encontrado sus respectivos Bukowskis para contar sus historias.
En este artículo se dan cita Mohamed Chukri y Pedro Juan Gutiérrez, dos escritores que han sido calificados por la crítica literaria como el Bukowski árabe, el primero, y el Bukoswki cubano, el segundo. Sus obras los vinculan inexorablemente con textos plagados de ira, alcohol y pobreza. Hay quienes creen que los libros de estos escritores son sólo historias de violencia y borracheras personales que a pocos le importan, cuando, en realidad, son tristes poemas sobre el amor y el dolor humano.
Antes de seguir debemos señalar que si bien Bukowski pertenece a una escuela más amplia dentro de la literatura universal, donde los nombres de Louis-Ferdinand Céline, Ernest Hemingway y Henry Miller son tutelares, hay que mencionar a John Fante, el autor norteamericano que influyó decisivamente en Bukowski cuando éste lo descubrió:
“Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto caía en mis manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban(...) Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento y entonces a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa (...) He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue, para mí, un milagro”, escribe Bukowski en el prólogo de Pregúntale al polvo, el libro de John Fante que tuvo un efecto poderoso sobre la obra del autor de la Senda del perdedor y que cinceló un estilo forjado por la opresión de la “tríada infernal” compuesta por la familia, la religión y la sociedad.
SIMPLEMENTE HANK
Hacia la mitad de los años setenta en un estudio de televisión parisino se produjo la siguiente escena:
El conductor del programa le pregunta a Bukowski si considera que el trabajo literario de una escritora que está presente en el set es bueno.
El viejo responde, dirigiéndose a la aludida: “Déjame ver tus piernas y lo sabré”. El conductor luce irritado. Bukowski no deja hablar a nadie. Se burla de todos y hace ruidos y morisquetas. En vano el conductor le pide que se tranquilice. Pero Bukowski se pone de pie y se larga de la escena. Otra tarde normal para el estadounidense, pero no para los millones de televidentes.
Afuera del estudio el legendario borracho ha desarmado la noche de gala literaria en vivo y, navaja en mano, grita poseso: “Déjenme salir. Déjenme salir, malditos”. Consternados, los guardias de seguridad lo ayudan a abandonar el recinto. Después de todo, sólo alguien como él podía pasar en segundos de invitado de honor, a uno de terror.
“Esta es una típica escena de la vida de cualquier borracho”, dijo Bukowski más tarde, explicando la naturaleza de sus actos.
Bukowski nació en la localidad de Andernach, Alemania, en 1920. Al poco tiempo su familia se trasladó a California, Estados Unidos, donde soportó la violencia de su desempleado padre. Proclive a la vida desordenada y al licor destilado, frustró en varias ocasiones su carrera de escritor, que había apuntado tímidamente en 1944 con la publicación de un cuento. Mientras trabaja en el Servicio Postal, en sus ratos libres escribe. En 1969 apareció su colección de artículos periodísticos con el nombre de Escritos de un viejo indecente, que lo convirtió inmediatamente en una leyenda viva de la, entonces, influyente comunidad progresista norteamericana. Luego vino el éxito y el reconocimiento, la comida light y la dosificación del alcohol. Incluso a escasos años de su muerte, ocurrida en 1994, Bukowski experimentó la extraña sensación de manejar un Mercedes Benz y vivir en una casa con jardín. Sin embargo, el recuerdo de los años pasados en cuartuchos y bancos de plazas no le dieron tregua. Menos el desamor que lo persiguió hasta la tumba, como quedó establecido en el poema Elogio al infierno de una dama: Algunos perros que duermen a la noche/ deben soñar con huesos /y yo recuerdo tus huesos / en la carne/ o mejor/ en ese vestido verde oscuro/ y esos zapatos de taco alto negros y brillantes/ recuerdos podridos de un pasado podrido, y al final/ escapaste/ muriendo, dejándome con el presente podrido.
UN GATO EN NOCHE DE LLUVIA
Mohamed Chukri murió el 13 de noviembre del año recién pasado a la edad de 68 años en una clínica de Rabat. Autor alcohólico, mujeriego y marginal, es considerado el escritor maldito de las letras árabes desde que en 1972 publicara el Pan desnudo, una novela autobiográfica que narra su infancia y adolescencia en el rebelde y miserable localidad de Rif ocupada por los españoles y en la cosmopolita ciudad de Tánger.
Chukri tenía el aspecto de un presidiario afgano en la base norteamericana de Guantánamo, Cuba. Tenía el pelo canoso y una cicatriz cruzaba su frente dando un toque de violencia contenida a un hombre que además poseía una nariz aguileña. Sus ojos eran vivos y tristes.
Chukri siempre escribió desde el lado de los que limpiaban botas, vendían cigarrillos de contrabando, traficaban drogas o se prostituían con los extranjeros.
“Yo he pertenecido a la marginación. De ahí mi interés por las prostitutas y por el resto de los marginados, porque yo he sido uno de ellos y he pertenecido a esa clase sin clase, aplastada”, contaba el autor en una entrevista.
Tal como Bukowski, Chukri fue profundamente marcado por la ciudad donde le tocó vivir y por la conducta violenta de su padre. Tánger fue para él una ciudad mítica no sólo porque resultó ser el falso paraíso prometido sino porque, como en su tiempo lo fueron Alejandría y Beirut, se erigía como la ciudad cosmopolita del Mediterráneo llena de extranjeros busca vidas, putas y gigolós, vagabundos, desertores, marinos y la ciudad receptora de escritores como Paul Bowles, Truman Capote, Tennessee Williams, Gore Vidal, William Burroughs, Allen Ginsberg, Jean Genet y Jack Kerouac.
Respecto a la influencia paterna el caso de Chukri es más violento que el de Bukowski. El padre de Chukri era un desertor del Ejército colonial español que ataba al niño Chukri a un árbol y le azotaba con un cinturón de cuero. Un día, en un arrebato de cólera, estranguló hasta causarle la muerte al hermano del entonces niño. Chukri contó esa historia en el Pan desnudo, y reflejó el odio al padre que se enraizó en su alma. Sin embargo, con los años señaló comprender mejor a su padre: “su violencia venía de la violencia y la miseria en la que vivía Marruecos bajo el colonialismo. Cuando me escapé de casa, yo vivía en los cementerios para no ser violado por los mayores”, confesó en una entrevista concedida al diario El País de España, hace dos años.
Luego de presenciar el asesinato de su hermano huyó a una vida en la calle, huérfano, solo, analfabeto y más familiarizado con el hachís, el alcohol y la prostitución que con la comida. Hasta los veinte años no aprendió a leer y fue, precisamente, el amor por los libros el que le rescató de la calle. “Hubo una época en la que me divorcié de los libros para casarme con los bares, las putas y la vida bohemia”, contó en alguna oportunidad.
En este fragmento del Pan desnudo se puede apreciar la sensibilidad y violencia de su estilo: “Lloraba la muerte de mi tío junto con algunos chicos. Ya no lloraba sólo cuando me pegaban, o cuando perdía algo. Ya había visto llorar también a otros. Era la época del hambre en el Rif, la sequía y la guerra. Una tarde, no podía detener mis lágrimas de tanta hambre que tenía. Chupaba y rechupaba mis dedos”.
Además de Pan desnudo, Chukri escribió Tiempo de errores y Rostros, libros que le valieron la amenaza de muerte del mundo árabe y musulmán cuando fue condenado a muerte por el régimen de Jomeini y cuando sus obras fueron prohibidas en Egipto por la presión de los ulemas.
Sin embargo este hombre siguió escribiendo hasta poco antes de morir. Salía con un vistoso cuchillo a la calle ‘por si las moscas’ porque no quería irse sólo al cementerio. “Que vayan conmigo uno o dos, pero no me voy solo” decía, mientras contemplaba su colección de muñecas inválidas -así las llama él-; a las que les faltan ojos, brazos, piernas y cabezas.
La prohibición del Pan desnudo en Marruecos terminó el pasado 30 de octubre cuando Mohamed Achari, el ministro de Cultura y amigo personal del escritor, anunció la decisión del gobierno de permitir la venta de esta obra. El viejo Bukowski árabe alcanzó a ver unos pocos días su novela en las vidrieras del Tánger, una ciudad todavía llena de niños que se prostituyen para sobrevivir.
Fuente: Estocolmo.com
Un genial aporte. Voy a tener en cuenta al Bukowski árabe en mi próxima incursión a la librería.
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