viernes, 19 de junio de 2009

Boris Vian ; Deprisa, deprisa...


Empecemos por el tópico y terminemos enredándolo todo al final. Boris Vian vivió tan intensamente sus apenas 39 años de vida que pudo permitirse hacer de todo. Boris Vian fue tantas cosas que pareció disfrutar de varias vidas, entre ellas la de Vernon Sullivan, el autor norteamericano de novela negra que él fingía traducir.

¿Pero Boris Vian también fue peluquero?
Si echamos un vistazo al índice de la biografía que sobre él escribió Noël Arnaud, 'Las vidas paralelas de Boris Vian' (Versal, 1990), descubriríamos algunas facetas insospechadas de este polifacético autor: un 'hombre-orquesta' que parece poder tocar todos los instrumentos, algunos de ellos a la vez. Boris Vian fue novelista, pero también escribió poesía, obras de teatro, crónicas para la revista 'Les temps modernes', tradujo y dio conferencias, era ingeniero (con algunos inventos de su autoría), tuvo sus más y sus menos con el mundo del cine (entre otras cosas, figurante, guionista… y una muerte mítica en la sala de cine), fue patafísico y músico, muy buen compositor de canciones y hasta de un ballet, trompetista y un largo etcétera del que es difícil otear el final. La simple enumeración de sus oficios, diversiones e intereses podría ser suficiente para completar el resto del artículo, pero hoy le sumaremos otra más a las ya de por sí múltiples vidas de Boris Vian: la de erotómano.
'Escritos pornográficos' (Rey Lear, 2008) nos demuestra que Boris Vian era tan buen conocedor de la literatura erótica como lascivo practicante de sus húmedos principios: el libro contiene una conferencia sobre el tema, 'Utilidad de una literatura erótica', y una serie de poemas que desbordan imaginación y lascivia: un amante escribe con esperma el nombre de su amada por todos los rincones; un poema dedicado a la resistencia de la piel del glande y a la enorme variedad de vaginas que pueden encontrarse en el 'mercado de la carne'; una joven nos cuenta su encuentro sexual con un hermoso y verde pepino que le rogó no lo pelara, cortara y sazonara, sino que diera de él otro mejor uso...y así, hasta que con ganas de más, terminamos de leer el libro.
"Macho, hembra, asno o calabaza. Esta noche daré por culo a todo"
Algunos dirán que el señor Boris Vian es un guarro empedernido, e inevitablemente nuestras madres pensarán que los obsesos somos nosotros, pero quien conozca parte de la extensa obra del francés encontrará un mismo espíritu en estos escritos: la imperante necesidad de aprovechar y disfrutar cada instante, de agotar la vida antes de que esta acabe con nosotros. Porque Vian justifica estos temas literarios, la sexualidad y sus manifestaciones, en cuanto que la buena literatura erótica es para él la forma actual del movimiento revolucionario. Escribir poemas eróticos no es un mero entretenimiento, sino la manifestación de una necesidad por trascender ciertos límites, impuestos en forma de moral o leyes y que son perjudiciales para el desarrollo normal del hombre.

"Leer libros eróticos, darlos a conocer y escribirlos es preparar el mundo del mañana y abrir la senda de la verdadera revolución"
Pero la mala literatura erótica o el pseudoerotismo es tan perjudicial para estos fines como la prohibición de la misma. Las obras del marqués de Sade, por ejemplo, no sólo no le parecen eróticas, carentes de esa obscenidad ligeramente sublimada que exige el erotismo, sino que es mala literatura, y su prohibición legal podría justificarse por razones literarias y no morales. Sí, en cambio, algunos libros de Apollinaire, Paul Verlaine, Colette, Pierre Louys, y —agárrense los machos—: ¡Ernest Hemingway!
Su poema 'No quisiera morir' , que consiste en una larga enumeración con todo lo que debería hacer antes de despedirse para el otro barrio, o afirmaciones como la siguiente, extraída del preámbulo a su novela 'La espuma de los días', ejemplifican lo dicho y nos obligan a darle la razón:
"Sólo dos cosas son importantes: el amor, en todas sus formas, con chicas bonitas, y la música de Nueva Orleáns o de Duke Ellington. El resto debería desaparecer, pues el resto es feo .


Echando la vista hacia el siglo XX podemos citar unas cuantas figuras que todos reconoceríamos en la cima de la música, de la cultura en general y ejemplos de lo multidisciplinar en lo más amplio del término. Pero a menudo se nos dejamos atrás a ciertos personajes, quizás por demasiado dispersos, que deberían ocupar los puestos de honor de esa pirámide imaginaria.
Es posible que el mayor de todos fuese Boris Vian, auténtico símbolo de la ilustración europea de la posguerra e icono del bon vivant de la época (esto es el buen vivir, literalmente, pero también el divertimento y la extravagancia en estado puro); pero por encima de todo uno de los mayores genios multidisciplinares de todo el siglo. Novelista, poeta, dramaturgo, trompetista, cantante, compositor, critico de jazz, ejecutivo discográfico, físico, matemático, coleccionista e inventor de los objetos más surrealistas, actor y guionista de cine, periodista, juerguista… y además carpintero, mecánico y por encima de todo sátrapa del Colegio de Patafísica. Todo esto fue el señor Vian en sus 39 años de existencia, y mucho más que seguramente jamás ha sido documentado.
Quienes gustéis de la literatura ya conoceréis sus obras, las propias con mayúsculas, como las de su faceta de ventrílocuo-traductor-impostor del falso Vernon Sullivan, o sus absurdos inventos, o quizás habéis leido sobre alguna de sus Soluciones Imaginarias en la Subcomisión del Colegio de Patafísica, pero aquí hablaremos de música, por supuesto, o lo intentaremos…
En 1935 (Con tan sólo 14 años ) formo su primer grupo musical, llamado Mon Prince et Ses Voyous junto a dos de sus hermanos y François Rostand, y continuaría con diferente formaciones en esporádicas bandas y combos amateurs, hasta que en 1942 se incorpora como trompetista en la orquesta de jazz de Claude Abadie. Llegado a este momento, Boris Vian se ha convertido (en el plano que aquí nos interesa) en un conocido agitador nocturno en el parisino barrio de Saint-Germain-des-Prés, y figura del café Tabou donde la intelectualidad expresionista concentraba sus tertulias y delirios a ritmo de be bop, y por su puesto donde Vian conoció a Jean-Paul Sastre, además de a alguna de las mayores figuras del jazz norteamericano en su mejor momento: Duke Ellington, Charlie Parker o Miles Davis, a quienes retrata en su libreto Jazz a Saint-Germain, obra que hizo (además de sus críticas de jazz en el Combat de Albert Camus) que la compañía Phillips le encargase en 1955 la selección y edición de su primer catálogo de jazz como director artístico, y luego contratado por las compañías Fontana y Barclay.
Pero además de intérprete y ejecutivo de compañías, fue compositor, con algo más de 400 piezas recogidas a su nombre (muchas de ellas de autoría compartida con figuras como Henri Salvador o Michel Legrand) entre las que además de jazz había rock’n’roll, bossa nova o cha-cha-chá. Entre ellas destacan Les Joyeux Bouchres, Le petit Comerse, Je Bois, La Java des Bombes Atomiques o la inolvidable Je suis Snob (Soy yo el centro de todas las miradas / soy un snob / un snob del copón / todos mis amigos lo son / somos snobs / y nos encanta), pero por encima de todas destaca Le Déserteur, una pieza polémica, como no podía ser de otra manera, que llama a la insumisión en un momento en que Francia estaba inmersa en la Guerra de Argelia, y que por supuesto le creo numerosos problemas con la censura e incontables acusaciones de antipatriota desde los sectores más conservadores. A pesar de los numerosos escándalos, todas ellas vieron la luz en un increíble Lp (increíble por su calidad y por lo escaso de este formato en la época) Chansons Possibles ou Impossibles (publicado por Phillips en 1955) y único álbum que Vian vio publicado en vida.

Quienes guardan piadoso recuerdo de las escuelas subversivas, recuerdan que Boris Vian fue uno de los más grandes herederos de Alfred Jarry y la Patafísica. Los periodistas más selectos recuerdan que, en verdad, Vian también ejerció de “periodista” en Le Temps Modernes, la revista fundada por Jean-Paul Sastre. En realidad, Vian escribía una sección de ¡noticias falsas!… tan genuinamente “verídicas” como las auténticas. Los cómicos de la lengua y la infame turba teatral lo recuerdan asociado a Ionesco y el teatro del absurdo, que en gloria estén. Los últimos noctámbulos recuerdan un Saint-Germain de leyenda, antes que las tiendas de bolsos y los modistos italianos entraran a saco en los antros de la noche…
La gente del orden literario absoluto y definitivo se congratulan con el próximo ingreso de Boris Vian en La Pléiade. Esperan enterrarlo para siempre. Espero que se equivoquen.

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