'Los forzados de la carretera' recoge las legendarias crónicas del Tour de 1924 escritas por el reportero francés Albert Londres.
El periodista francés Albert Londres (1884-1932) desapareció sin dejar rastro en el incendio y posterior naufragio del paquebote Georges Philippar, provocado, según la leyenda, por un sabotaje de la mafia indochina, a la que el intrépido reportero estaría investigando. Londres fue uno de los primeros grandes cronistas del siglo XX, antepasado de Kessel y Kapuscinski, comprometido, irónico y mordaz. En 1924, ocho años antes de su misteriosa muerte, Londres siguió en coche a los aguerridos pioneros del Tour para narrar su gesta desde las páginas de Le Petit Parisien, el periódico de mayor tirada de la época. Sus formidables crónicas relataron las asombrosas aventuras de los titanes de la carretera: 15 etapas y más de 5.400 kilómetros de recorrido (la edición del 2009 cuenta con 21 etapas y 3.500 kilómetros).Cualquier buen aficionado al ciclismo conoce las crónicas de Londres, pese a que no se habían editado en España. La editorial Melusina, siempre inquieta en su labor divulgativa del pensamiento moderno, restaña esa carencia en Los forzados de la carretera, un delicioso y breve libro de tapas (por supuesto) amarillas.Orates que comen polvo«Un corredor está detenido en la carretera; no repara su bicicleta, sino su rostro. Solo posee un ojo de vidrio. Se saca su ojo de vidrio para quitarle el polvo (...) Se trata de Barhélemy», escribe Londres en su crónica de la cuarta etapa, 412 interminables kilómetros entre Brest y Les Sables-d’Olonne. «He visto a faquires que escupen plomo fundido. Son personas normales. Los verdaderos chiflados son algunos iluminados que el 22 de junio abandonaron París para comer polvo. Los conozco bien; formo parte de ellos». Difícilmente habrá mejor descripción del ciclópeo esfuerzo de aquellos invencibles ciclistas en su afán por alcanzar una gloria incierta; sin ir más lejos, la quinta etapa, entre Les Sables y Bayona, sería la más larga de toda la historia del Tour: 482 kilómetros, con salida a las diez de la noche del domingo y llegada a las seis y media de la tarde del lunes; 20 horas y media de sillín. «Llevan sus brazos encima del manillar. Pedalean al vacío. Esto no es ciclismo, es una sesión de gimnasia sueca», relata Londres.Tal esfuerzo solo podía estar al alcance de Goliat, de Atlas, de auténticos orates en velocípedo. Aquellos «forzados de la carretera» eran colosales, pero solo con las piernas no bastaba. Londres escribe en su crónica de la tercera etapa (405 kilómetros entre Cheburgo y Brest) las primeras líneas sobre dopaje en el mundo del ciclismo. El legendario Henri Pélissier, vencedor del Tour de 1923, acababa de bajarse de la bicicleta cuando era líder destacado tras una agria discusión con el fundador y director de la carrera, el exciclista y periodista Henri Desgrange. «No somos perros», denunció Pélissier, harto de las duras condiciones que soportaban los corredores.El dopaje de la épocaPélissier, sentado ante un tazón de chocolate en el café de la Gare de Coutances, aún vestido con el maillot del equipo Automoto-Hutchinson, extrajo un frasco de su bolsa y le dijo a Londres: «Esto es cocaína para los ojos, esto otro es cloroformo para las encías». El ciclista siguió. «¿Y píldoras? ¿Quiere ver píldoras? Usted aún no nos ha visto en el baño en la meta. Pague por el espectáculo. Sin el barro estamos blancos como sudarios, la diarrea nos vacía. Perdemos el conocimiento en el agua. Por la noche, en nuestra habitación, en lugar de dormir se padece el baile de san Vito». Años después, Pélissier afirmó que le habían tomado el pelo a Londres y que lo que contaron fue una exageración.Tras un mes de atroz carrera, los héroes alcanzaron la meta de París. «Podéis venir a verlos; no son unos gandules», escribe Londres en su última crónica. El italiano Ottavio Botecchia, del Automoto-Hutchinson, ganó el Tour de 1924 con un tiempo de 226 horas, 18 minutos y 21 segundos.
fuente: elperiodico.com
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