viernes, 24 de julio de 2009

Religión:

La verdadera historia del niño predicador




Decían que el niño no era humano. Entonces él tenía seis años, una Biblia gruesa en las manos pequeñitas, un traje oscuro que le quedaba enorme, y decía en plazas públicas, al norte del Perú: Cristo viene y qué cuenta le vas a dar al Señor. O se arrodillaba en púlpitos de iglesias evangélicas, levantaba ambos brazos para luego sacudirse al ritmo frenético de su propia voz impostada, grave y gutural. A veces daba miedo: nunca se había visto algo igual. Había gente que lo tocaba sólo para cerciorarse de que fuera un niño, y su madre dice ahora, ocho años después, en la sala de su casa: "Hay gente que ignora el poder de Dios". Ya ha pasado mucho tiempo desde esos días, pero una vez, recuerda ella, hasta dijeron que Nezareth Casti Rey era un niño que había regresado de entre los muertos.

El niño creció escuchando esas historias sobre su grandeza y fue criado a imagen y semejanza de las visiones de sus padres
En Lima hubo en 2007 un Festival Evangélico de Niños Predicadores al que asistieron más de mil niños del continente
Nezareth Casti Rey es el primogénito de una pareja de cristianos evangélicos, pastores misioneros que caminaban con sus Biblias y sus guitarras por la ciudad de Trujillo, en la costa norte del Perú, y por los pueblos que la rodean. Si hay nombres que predisponen un modo de vida, ellos decidieron ponerle a su hijo el más ambicioso: Nezareth Casti Rey Castillo Valderrama fue concebido casi como una profecía bíblica. En sus recuerdos más precoses, aparece mamá leyéndole los salmos como si fueran cuentos de cuna y papá, Andrés Castillo, cargándolo en un púlpito mientras cantaba. La leyenda personal de su padre dice además que a los diecisiete años tuvo una revelación: Dios se le habría aparecido en sueños para decirle que le iba a dar un hijo que sería poderoso y que viajaría por el mundo predicando el Evangelio. Le dijo además que debía llamarlo Nezareth, porque Nezareth quiere decir El enviado de Dios. Su madre, cuando tenía tres meses de embarazo, también habría soñado con Dios. En aquel sueño, Dios le habría confirmado que su hijo iba a ser un instrumento en sus manos. Nezareth Casti Rey creció escuchando esas historias acerca de su grandeza, y fue criado a imagen y semejanza de esas visiones de sus padres. No se trata de una leyenda, dicen ellos: es la promesa que les hizo Dios.
Hoy es un jueves de abril y el calor es tan fastidioso que Marisela Valderrama se abanica con la mano. Su casa es la más llamativa de la calle Santa Rosa; es la única con dos pisos terminados en toda la calle, con vidrios polarizados en las ventanas y con acabados de madera barnizada en los balcones. El resto del barrio parece pobre. Hace unos minutos, toda la familia ha regresado a casa luego de comprar cojines de colores para unos sillones nuevos de colores, porque el color es vida y glorifica. Eso se cree aquí. Nezareth Casti Rey entró, saludó con demasiada educación para ser un niño, "buenas tardes, cuánto gusto", pero subió corriendo por una escalera caracol con cierto apuro. Pronto cumplirá catorce años. En realidad, ya no parece un niño. Es flaco y alargado. Tiene algo de acné y un bigotillo auroral sobre los labios. No se ha engominado el pelo como en sus más famosas presentaciones en público. En zapatillas y camiseta, ni siquiera parece un elegido de Dios. Suda. Su madre, igual, lo presenta así: "Él es, pues, el Niño Predicador"
El Niño Predicador no da tiempo de preguntas. Llega y se va. Sólo su madre se ha quedado en la sala y toma asiento. "Nezareth predicó por primera vez cuando tenía tres años", recuerda. Fue en una iglesia escondida en el escondido pueblo de Paiján, al norte de Trujillo, un camino de tierra y casas de adobe a los lados. Había unas treinta y cinco personas allí reunidas cuando el niño se levantó de su banca y habló por primera vez: "Paz y gracia, buenas noches hermanos, en el nombre de Jesús".
-Hasta su voz era diferente -dice Marisela Valderrama-. Todos estaban llorando, mudos y llorando. Cuando en eso terminó, oró, se despidió y me entregó el micrófono. Hizo todo lo que yo hacía.



Hizo todo lo que ella hacía. Después de esa primera prédica, Nezareth Casti Rey fue invitado a otra iglesia en Paiján, y los pastores que lo vieron quisieron tenerlo en sus propias iglesias. Un niño predicador genera, por lo menos, curiosidad, y es una buena noticia para alguien cuya misión es llamar la atención sobre su propia fe. Se oyó acerca del Niño Predicador en pueblos cercanos y hasta ellos fue a predicar Nezareth Casti Rey. Cumplió cuatro años y empezó a escribir canciones. Llenó plazas donde muchos lo aplaudieron y otros se divertían como en un espectáculo freak. Hay quienes creían que no era humano.
A los seis años, la portorriqueña Wanda Rolón, una famosa pastora evangélica, lo llevó a Puerto Rico. En San Juan, Nezareth Casti Rey predicó dos días en un coliseo con miles de fieles. Hay un famoso video en YouTube visitado por casi un millón de curiosos. Corresponde al segundo día de prédica en Puerto Rico. Allí, Nezareth se mueve con la elocuencia de un cantante de heavy metal en estado de éxtasis. Lleva un terno oscuro, una corbata gris y se le ve tan pequeño que parece una parodia de algo: exhorta a la gente señalándola con el dedo; habla con cariño y se pone una mano en el corazón. Sabe cuándo arrodillarse y cerrar los ojos y gritar y guardar silencio, y cuándo decir: Dicen que somos de la evolución, dicen que somos parientes de mono. Hay aplausos. Hay quienes se ponen de pie.
La voz de Nezareth Casti Rey es aguda pero enérgica, y en esa energía está el mayor histrionismo. Pero quiero decirles a todas esas personas que están pensando así, o que están diciendo así, que el mono y la mona producen monitos, hasta hoy. Es gracioso oír a un niño despotricar contra la evolución. Ningún evangélico cree en ella, pero no es tan gracioso oír a un adulto diciéndolo. Los creyentes lo siguen aplaudiendo, pero entre los visitantes de YouTube no ha tenido la misma suerte. Existen videos que ridiculizan ese mensaje bajo los títulos "Niño predicador payaso", "El puto niño predicador", "Mutilando al niño predicador", "Anticristo Superstar", "Nezareth Castillo, el niño predicador, es Satanás".
-En internet le dicen de todo -dice Marisela Valderrama-. Tenemos a Satanás en contra nuestra, a demonios en contra nuestra, tenemos enemigos de la cruz de Cristo.
Nezareth Casti Rey la escucha desde el segundo piso de su casa. Detrás de una puerta, no se le puede ver, pero debe estar asintiendo con la cabeza porque todo eso que dice su madre, él lo sabe, es parte de la promesa de Dios.
* * *
- ¿Qué pasa cuando alguien te dice que no cree en Dios? -le pregunto antes de ir a su clase de fútbol.
-Cuando yo choco con muchas de estas personas yo les digo así: ¿Tú ves el aire? No, no lo veo. ¿Pero lo sientes? Claro que lo siento. Así es Dios.
Es viernes, cinco de la tarde, y en El Milagro, a quince minutos de Trujillo, hace suficiente frío como para querer apurar la clase de fútbol. Los otros niños también se sientan a un lado del campo pero, a diferencia del predicador, forman grupos y bromean entre ellos, huevón, huevada, conchetumáquina, dicen, te meto un combo, huevón y se ríen y Nezareth, que ahora mismo está solo, no. Pero ésta es su clase de fútbol y él ha dicho, camino a la cancha:
-Soy un niño normal, tan igual como cualquier niño del mundo.
El predicador, sin embargo, ya ni siquiera es un niño y menos es uno más. Su mayor normalidad quizá consista en hacer dos cosas típicas de un chico de su edad, y eso puede confundir a quienes lo ven desde arriba: ir al colegio (por evidente obligación) y jugar al fútbol (porque su padre dice: "Es bueno que Nezareth juegue con niños que no tienen su creencia"). El tamaño es engañoso y Nezareth Casti Rey, cuando no está predicando, parece disfrutar de esa relativa normalidad hablando con su propio tono de voz, dejando a un lado la Biblia, y moviéndose con tanta lentitud que parecería que le pesara la vida. El escenario lo transforma en Niño Predicador con manías de adulto.
Sus compañeros de aula, en el colegio, saben que Nezareth Casti Rey se ausenta de clases cada cierto tiempo para cumplir con una agenda de presentaciones en Venezuela o México o Chile o Estados Unidos o Ecuador o Bolivia o República Dominicana o Puerto Rico, países que la mayoría de ellos apenas conoce de oídas. Saben que Nezareth está exonerado del curso de Religión, que por suerte no debe memorizarse el Catecismo, y que no le reza a la guía y protectora de la institución, la Virgen del Carmen. Sus compañeros saben sobre todo que Nezareth Casti Rey estudia allí, en un colegio católico y céntrico de Trujillo, porque antes, cuando estudiaba en otro colegio, trataron de secuestrarlo. Por eso la familia cree que por seguridad es mejor no decir el nombre del actual colegio, ni la dirección exacta de su casa, ni cómo se llama la academia de fútbol donde ahora, en este instante, Nezareth ha empezado la lección del día como un chico cualquiera: trabajos de coordinación.
El Niño Predicador, con la pelota, es bastante descoordinado.
-Fueron con armas a la casa, querían plata -dice el papá, Andrés Castillo, que está a un lado del campo observando los movimientos de su hijo-. Pero no pasó nada.
Para un evangélico, tener dinero es una bendición de Dios. No está mal ni tiene por qué sentirse culpable: si trabaja, Dios quiere que tenga dinero, y el resto de su comunidad celebrará su suerte. Los predicadores -los hay en todo el mundo- suelen ganar bien si son exitosos; es decir, si congregan a mucha gente. Y eso ocurre porque Dios glorifica y bendice. Como a Nezareth, por ejemplo. "Predicar es mi trabajo y mi profesión", ha dicho él desde los suburbios de la normalidad, y ahora le toca patear a un arco sin arquero: trabajos de precisión.
El Niño Predicador no es muy bueno pateando al arco.
Mientras que un pastor guía en la fe a sus ovejas, la tarea de un predicador consiste en dar a conocer el mensaje: convencerte de que su fe es la que debes profesar. Nezareth Casti Rey admira a muchos predicadores internacionales, y de ellos ha adoptado el modo de dirigirse a las masas. "Yo no quiero ser como ellos, quiero ser mejor que ellos", dirá después, de regreso a casa. El mejor manual práctico para la prédica es la observación. Observe. Nezareth Casti Rey ha visto muchos videos. Pero se pueden ver miles de videos y jamás ser un buen predicador, así como se pueden ver miles de partidos de fútbol y jamás aprender a patear bien una pelota. Nezareth Casti Rey debería de saberlo: hay gente que necesita salvación, que se empacha de autoayuda, que está sola y enferma, que sufre, que no ve un futuro, y entonces se entrega.
Ser un talentoso niño predicador puede ser muy rentable. "Hay gente que fue impactada por el mensaje y le da mil dólares, cinco mil, una casa, un auto", dice Óscar Quispe Vigo, evangélico, ex alcohólico social convertido a Cristo, según él, una fuente que se suele consultar en Trujillo para hablar de su religión. Cuando Wanda Rolón invita a Nezareth a Puerto Rico pide a los miles de fieles que se congregan en sus presentaciones que den dinero a la familia Castillo Valderrama. "Dinero para bendecirlos", ha dicho, está en los videos. Hay predicadores evangélicos que piden a los fieles dar el billete más grande que tengan en el bolsillo como ofrenda. A veces los acusan de estafar a la gente con el viejo cuento de la salvación, pero el obrero, dirán, es digno de su salario, y no hay de qué avergonzarse. Las iglesias del mundo, cuando invitan a Nezareth, también pueden hacer ofrendas voluntarias, pero en ese caso, a diferencia de las ofrendas de los fieles, "el dinero se lo das en un sobre en las manitas", te dirá una voz por teléfono.
Nezareth Casti Rey no es un niño normal. Predica; es decir, gana dinero. El Niño Predicador no es más que un niño que trabaja. Y hoy, en la clase de fútbol, no mete goles: de siete disparos al arco, sin arquero, el predicador sólo ha metido dos. Así hasta que termina la clase.
-¿Qué tal si vamos a comer un sánguche? -dice el papá.
-Yo quiero de pavo -se adelanta Nezareth, muerto de hambre.
Minutos después, estacionados frente a la tienda de sánguches, el Niño Predicador dirá que la prédica es su oficio, pero él es un niño normal al que también le gustaría probar otras cosas.
-Me gustaría, no sé, ser futbolista de repente.
* * *
Es domingo por la noche y vamos a Paiján, allí donde todo empezó. En la camioneta de papá suena una de las canciones del Niño Predicador y Nezareth la está cantando en voz baja, Cristooo es la solución, para todo problema. Adelante, viajan papá y mamá. Atrás, en dos filas de asientos, estamos el pastor Neri Basilio, amigo de la familia; Nezareth, que canta; Tirza Devid, su hermana menor; y yo, que le pregunto al predicador:
-¿Ya no tienes la voz de antes, no?
-No, ya no me sale bien esa canción.
-Es que ya no eres un niño, ya no eres el Niño Predicador.
-Ahora soy el joven predicador -dice después de un largo silencio.
Hay niños predicadores en todo el mundo, y la historia de Nezareth Casti Rey también es fascinante por ser igual a otras. En el conjunto está la peculiaridad: algo está ocurriendo, creen los evangélicos, quienes adoctrinan a los niños en su religión, los instruyen en la Biblia y no hay nada extraordinario ni milagroso en ello. Es casi un acto de sobrevivencia frente a otras religiones más antiguas y poderosas y gobernadas por adultos: un niño evangélico puede garantizar la continuidad de su religión, que está en franco ascenso demográfico, y a los cinco años de edad ya es capaz de hablar de Dios con la misma naturalidad con la que pide chocolates.
En Brasil, Ana Carolina Dias es una niña que predica desde los dos años. La pastora más pequeña del mundo, le han dicho, y se cree que sana enfermedades incurables, entre ellas el sida. En el mismo país, Marcos Ferreira do Santos, de dieciséis años, expulsa demonios desde que tenía cinco. En Panamá, los hermanos Dailyn y Kevin Patiño predican desde los dos y tres años de edad. Son hijos de un pastor que, cuando sus niños predicaron por primera vez, dijo: "El Espíritu Santo dirigió todo". En Estados Unidos, es famoso el caso del niño Terry Durham, The Little Man of God, quien no sólo predica, sino que lo hace con un ritmo gospel que incita al baile. En Lima, Perú, donde hay más de tres millones de evangélicos, hubo en el 2007 un Festival Evangélico de Niños Predicadores al que asistieron seis mil niños. Un año antes, en Ecuador, las iglesias evangélicas informaron que contaban con noventa y ocho niños predicadores. Ahora, camino a Paiján, el Niño Predicador, Nezareth Casti Rey, dice que tiene dos corbatas sin prendedor. La que tiene puesta y otra más clara.
Falta una media hora para llegar a Paiján, cuando se siente un golpe en la parte delantera de la camioneta.
-Creo que atropellamos un gato -dice Andrés Castillo, bajando la velocidad.
-¿O fue un zorro? -pregunta su mamá, asustada.
Afuera sólo se ve la oscuridad de la noche y la carretera apenas iluminada por la luna. El papá quiere detenerse, pero al final le parece una mala idea.
-De repente fue una pelota -dice.
-Lo mataste, Andrés.
-¿Qué, matamos a un gato, papá? -pregunta Nezareth.
Y se ríe. Se ríe mucho. Casi como un niño. Le parece gracioso que su papá, que no mata ni una mosca, haya matado a un gato.
Marisela Valderrama, pasado el susto, recuerda que la primera vez que Nezareth predicó, allá en Paiján, justo acababa de morir Lazi, una perra que ellos criaban. La perra se había escapado y en alguna parte del pueblo comió veneno y entonces Nezareth, que quería tanto a la Lazi y tenía tan sólo tres años, dijo en su primera prédica: Arrepiéntanse de sus pecados porque si no van a morir como la perrita. Todos se ríen en la camioneta. Experto desde niño en hilar lo sagrado con lo pagano, a través de un perro que se escapó de su casa Nezareth podía explicar las consecuencias del pecado. Memorizaba párrafos bíblicos -leídos por su madre- pero exponía, a través de ellos, un tema de actualidad: la prensa, llena siempre de malas noticias, era perfecta para detectar moralejas. El secreto de su prédica es un fenómeno tan interno que él sólo lo entiende así: "La explicación te viene a la mente y uno comienza a hablar". Nezareth Casti Rey empezó a hablar en Paiján, luego en Trujillo, después viajó en aviones y llegó así el dinero para su familia: la bendición de Dios.
La camioneta se estaciona y Marisela Valderrama dice:
-Bienvenido a mi Paiján, donde todo empezó.
Unas cuarenta personas han llegado esta noche a la iglesia "Dios es amor" para ver al Niño Predicador, incluyendo a un mendigo jorobado y sucio que parece impaciente por saludarlo. En la entrada de la iglesia, dos chicas de quince se miran entre ellas. Él les parece atractivo. La última vez que lo vieron, dice una de ellas, "Nezareth era un enano".
Nezareth Casti Rey baja de la camioneta y saluda a todos con una reverencia. El mendigo rompe el protocolo improvisado, lo abraza y le dice algo al oído. Andrés Castillo, dice:
-Todos quieren tocar a mi Nezareth.
Hace unas horas se avisó por la radio del pueblo que él vendría. El pastor de Paiján, Enrique Linares, una camisa blanca y un pantalón negro, cree que si le hubiesen dado unos días, la iglesia se hubiese llenado "porque todos quieren escuchar la palabra de Dios a través de él". La iglesia son cuatro paredes con bancas de madera; hay una cámara filmadora, un teclado electrónico que suena muy electrónico y flores artificiales por todas partes. En el púlpito, una pequeña elevación respecto al resto de la sala, hay sillas de plástico para la familia de Nezareth, invitados de honor, y de un momento a otro todos están cantando, felices, y "Padre santo, bendice a tu hijo Nezareth", dice el pastor Linares levantando la mano derecha. Gloria a Dios, responde la sala. Nezareth Casti Rey escucha todo de pie, recitando algo en voz baja y con la mano derecha levantada a media altura. Se mueve en círculos sobre su propio sitio, hasta que le toca hablar.
-Sabemos que Dios es un Dios de promesas -dice Nezareth Casti Rey, el Niño Predicador, con una seriedad que hace juego con su corbata.
-¡Gloria a Dios! -grita la gente.
-Fue aquí donde todo comenzó, Dios así lo planificó, estuvo dentro del corazón de Dios, dentro del plan del Señor y sé que si esto es de Dios, nadie lo puede destruir.
-¡Gloria a Dios!
El pastor Neri Basilio, también en las sillas de invitados de honor, pide a quienes se sientan enfermos que pasen adelante. La mitad de la iglesia hace lo que él dice. "Ponga su mano donde le duele", continúa el pastor Basilio. Nezareth Casti Rey está de pie frente a ellos. Levanta ambas manos, cierra los ojos, se concentra. Antes ha dicho, camino a Paiján, que en Chile, gracias a su poder de sanación, hizo oír a una niña sorda.
-Te pedimos que pongas la mano celestial en aquella herida, en aquella enfermedad, Señor -dice ahora.
-¡Gloria a Dios!
-Me dolían las plantas de mis pies y ya no me duelen -grita una mujer de unos cuarenta años.
-¡Gloria a Dios!
-Me dolía la cabeza y el corazón y ya no me duelen -dice otra.
-¡Gloria a Dios!
-Me dolían mis piernas y ya no.
Nezareth Casti Rey regresa a su lugar y seguirá hablando en voz baja, o quizá sólo moviendo los labios, lentamente, hasta el final de la ceremonia. Luego saldrá de la iglesia rodeado de gente que quiere tocarlo y subirá a la camioneta haciendo adiós con la mano. Un mendigo se despedirá de él pegando su rostro a la luna. Y la camioneta se alejará de Paiján, donde todo empezó, y Nezareth Casti Rey dejará de ser por fin y para siempre el Niño Predicador, se relajará en su asiento, pondrá la Biblia a un lado y entonces se reirá solo, muerto de risa como si acabara de recordar un buen chiste.
-¿Papá?
-Dime, Nezareth.
-¿Matamos al gato, no?


Daniel Titinger (Lima, 1977) es director editorial de la revista peruana Etiqueta Negra



fuente:elpais.es

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