lunes, 20 de julio de 2009

Grandes entrevistas:

Samuel Beckett


Entre 1968 y 1977 Charles Juliet mantuvo cuatro entrevistas con Samuel Beckett, algunas de las cuales fueron publicadas por la revista “El Paseante” en los 80. La editorial Siruela recupera íntegramente este material, que adelanta El Cultural por su centenario.

“La solución es la muerte”(24 de octubre de 1968)“El silencio es tan denso que se podría cortar con un cuchillo. De pronto recuerdo, no sin aprensión, que Beckett puede estar con alguien -me lo ha comentado Maurice Nadeau- y marcharse una o dos horas después sin haber pronunciado una sola palabra.Le pregunto por su salud y me habla de ella. Después la conversación gira en torno a la vejez

.-Siempre he deseado tener una vejez tensa, activa... El ser que no deja de arder mientras el cuerpo huye... He pensado muchas veces en Yeats... Escribió sus mejores poemas después de los sesenta (...)Le hago más preguntas. Pero no recuerda bien. O a lo mejor no quiere recordar aquella época. Me habla del túnel, del crepúsculo mental. Después:

-Siempre he tenido la impresión de que dentro de mí había un ser asesinado. Asesinado antes de mi nacimiento. Tenía que encontrar a ese ser asesinado. Intentar devolverle la vida... Un día fui a escuchar una conferencia de Jung... Habló de una de sus pacientes, una chica jovencísima... Al final, mientras la gente se iba marchando, se quedó callado. Y como hablándose a sí mismo, asombrado por el descubrimiento que estaba haciendo, dijo: “En el fondo no había nacido nunca”. Siempre he tenido la impresión de que yo tampoco había nacido nunca.Además, el final de esta conferencia le proporcionó un episodio de Los que caen (...) Se levanta, saca de un cajón un cuaderno bastante grueso con la cubierta algo desgastada y me lo da. Es el manuscrito de Esperando a Godot. Es un cuaderno con las hojas cuadriculadas, con papel de la época de la guerra, gris, áspero, de mala calidad. Las únicas páginas escritas son las de la derecha, cubiertas de una escritura difícilmente legible. Lo hojeo con emoción. En la última parte ha escrito también en la izquierda, pero para leer hay que dar la vuelta al cuaderno. Efectivamente, el texto no tiene ningún retoque. Mientras yo intento descifrar algunas réplicas, él musita

:-Todo ocurría entre la mano y la página.No, no ha leído a los filósofos y pensadores orientales.-Proponen una salida y yo sentía que no la había. La solución es la muerte.Le pregunto si escribe, si todavía puede escribir:-La escritura me ha llevado al silencio.Largo silencio.-Sin embargo tengo que continuar... Estoy frente a un acantilado y tengo que seguir adelante. Es imposible, verdad. Sin embargo, se puede avanzar. Ganar unos cuantos miserables milímetros (...)Desde que escribe no lee prácticamente nada, pues considera que ambas actividades son incompatibles. Piensa que su ensayo sobre Proust es pedante y se opone a que se traduzca al francés. Si ha escogido esta lengua es porque para él era nueva. Conservaba el perfume de lo extraño. Le permitía escapar a los automatismos inherentes a la utilización de una lengua materna.“Dar forma a lo informe”(29 de octubre de 1973)Tomando muchísimas precauciones, le explico que, a mi entender, la trayectoria de un artista no puede concebirse sin una rigurosa exigencia ética.Largo silencio.-Lo que me dice es justo. Pero los valores morales no son accesibles. Y no se los puede definir. Para definirlos habría que pronunciar un juicio de valor, cosa que no es posible. Por eso nunca he estado de acuerdo con esa noción del teatro del absurdo. Porque ahí hay un juicio de valor. Ni siquiera se puede hablar de lo verdadero. Es lo que forma parte del infortunio. Paradójicamente, el artista puede encontrar una especie de salida gracias a la forma. Dando forma a lo informe. Probablemente sólo en este sentido podría haber una afirmación subyacente...Mantener con vida a Franco(14 de noviembre de 1975)Cada vez le gusta menos lo que escribe. Le pregunto si ha tenido dificultades para acceder al no querer, al no poder. -Sí, hasta 1946 intenté saber para estar en condiciones de poder. Pero luego me di cuenta de que me equivocaba de camino. Posiblemente no haya sino caminos equivocados. Sin embargo hay que encontrar el camino equivocado que te conviene.-¿Ha leído usted a los místicos?-Sí, cuando era joven. Pero no he profundizado en ellos.Y con tono abrumado:-La verdad es que nunca he profundizado en nada.Le oculto mi asombro. Un largo silencio. Prosigo:-En las obras de los místicos se pueden encontrar decenas y decenas de frases comparables a algunas de las que ha escrito usted mismo. ¿No cree que si se deja de lado la cuestión de las creencias religiosas se pueden encontrar numerosos puntos en común entre ellos y usted?-Sí... Posiblemente ha habido a veces una misma manera de experimentar lo ininteligible.(...) Le hablo de Irlanda. En 1968 tuvo que ir a Irlanda durante cinco días a un funeral, pero ya no va a volver. ¿Qué piensa de esa guerra? No le interesa. Pero después de unos instantes se refiere a ella con cierta vehemencia. Me cita esta frase de Miterrand: “El fanatismo es la estupidez”.-Allí, no hay dos fanatismos, sino tres, cuatro, cinco, que a su vez están desgarrados por otros fanatismos.Me explica por qué se obstinan en mantener con vida a Franco hasta el 25 [sic] de noviembre. Ese día será un franquista el que pueda nombrar al jefe de gobierno, mientras que si muere antes sería alguien del otro lado.-Ni a Goya se le ocurrió algo parecido.Sigue yendo a su casa de campo, donde se queda solo durante dos o tres semanas seguida. Escribe por la mañana y por la tarde hace algunas chapuzas.“No se puede protestar, no se puede opinar”(11 de noviembre de 1977)Acaba de pasar tres semanas en su casa de campo. Ha paseado, ha tocado bastante el piano, ha leído un poco. Ahora está metido en los últimos poemas de Heine, de los que dice que son como lamentos. (...)-¿En qué está usted trabajando ahora?-Esta noche he tenido un largo insomnio y he pensado en una obra de teatro. Duraría un minuto.De pronto, se anima, cambia su silla de sitio, se pone frente a mí, aparta los vasos, su mechero, la cajita metálica en la que guarda sus cigarros.-Un ser solo, de pie, callado, inmóvil. Está un poco apartado, cerca de los bastidores. (Con la mano, sobre la mesa que hace de escenario, me señala dónde está situado). Todo sucede en una luz crespuscular. Aparece alguien. Avanza lentamente. Ve al personaje inmóvil. Se detiene, sorprendido:»-¿Está usted esperando a alguien? Le contesta que no con la cabeza.»-¿Algo? Idéntica respuesta.Tras unos segundos, sigue andando. Entonces el otro le dice:»-¿Adónde va usted?»-No lo sé.Poco después dice sonriendo:-Es algo que habría que proponer (...)Intento discernir en qué reside la singularidad de su obra. Hago la observación de que durante los cuatro últimos siglos el hombre parece haberse dedicado encarnecidamente a ofrecer una imagen de sí mismo tranquilizadora y reconfortante. Precisamente ésta es la imagen que Beckett se ha dedicado con empeño a desgarrar. Me señala que ha sido precedido en ese aspecto por Leopardi, Schopenhauer y otros... Continúo con mi argumentación. -Sí -admite-, posiblemente en ellos todavía había la esperanza de una respuesta, de una solución. En mí, no.Añado que, al haber renunciado él a hablar en términos positivos, ha preferido entregarse a un enfoque basado en el no... Me corrige:-La negación no es posible. Como tampoco lo es la afirmación. Es absurdo decir que es absurdo. Sigue siendo un juicio de valor. No se puede protestar, no se puede opinar.Tras un largo silencio:-Hay que quedarse ahí, donde no hay ni pronombre, ni solución, ni reacción, ni una posible postura que adoptar... Eso es lo que hace que el trabajo sea endiabladamente difícil.


Charles JULIET

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