MADAME RIUS, DE 70 AÑOS, ES UNA INSTITUCIÓN EN EL MUNDO DE LA PROSTITUCIÓN CATALANA. EN 50 AÑOS DE OFICIO HA CONOCIDO LAS RAREZAS SEXUALES DE DALÍ, CELA, BELMONDO, EL REY FAISAL, ORSON WELLES...
Uno de los capítulos más jugosos y descarnados de la biografía de madame Rius -nombre artístico tras el que trabaja Lydia Artigas, 70 años, respetada y mítica dama de la prostitución catalana- es aquél que narra su encuentro con el genial Salvador Dalí en un burdel. Madame Rius sitúa el episodio, mediada la década de los 60, en el San Mario, uno de los prostíbulos más exquisitos de la Barcelona de entonces, donde ella trabajaba. El artista y su diabólico bigote hicieron su entrada rodeado de un grupo de impresionantes mujeres -altas y rubias- a las que llamaba las suecas y a quienes pedía que lo aclamaran junto a la plantilla del San Mario: «Divino, llamadme divino». Era la época en la que pintaba el Cristo crucificado, la del Dalí más excéntrico, aunque Lydia nunca imaginó que tanto. «Tráigame un pato», dispuso un firme y casi sexagenario Salvador Dalí tras sentarse en uno de los sillones del local. Cuando uno de los lacayos del pintor regresó con el animal -vivo- la joven quedó tan horrorizada que abandonó la estancia y se marchó al piso de arriba. Las suecas cogieron el pato y lo inmovilizaron con fuerza sobre una mesa mientras una de ellas desabrochaba a Dalí los pantalones. Le dieron un cuchillo al maestro y este lo usó para cortarle el cuello al bicho justo cuando lo penetraba. Disfrutaba con los estertores del pobre animal. «Me pareció muy altanero y arrogante», recuerda hoy la señora Rius, sentada en el salón de su piso de la calle Villarroel de Barcelona, donde continúa recibiendo y examinando a los clientes que se interesan por los servicios de sus chicas.
Ya retirada del ejercicio activo de la prostitución, tras seis décadas de oficio, ha decidido sacar a la luz sus vivencias en La señora Rius, de moral distraída, de Julián Peiró, recientemente publicado por la editorial Comanegra. «Para romper tabúes y porque vivo enamorada de mis recuerdos y es agradable contarlos», dice.
Dalí no es, ni mucho menos, el único personaje famoso con rarezas al que Rius desnuda en las páginas de su biografía. Cuenta que el escritor Camilo José Cela, también cliente del San Mario, solicitaba varias chicas para compartir habitación y les pedía que rompieran platos y más platos: vajillas enteras. La primera vez que lo vio, Lydia, extrañadísima, preguntó a sus compañeras por qué el autor de La Colmena encontraba placer montando semejante destrozo. «Parece ser que cuando era pequeño», le explicaron, «la chica que le cuidaba recibía constantes reprimendas de la madre del autor porque se le caían muchas cosas de las manos y se le rompían. El nos contó que al final comenzó a sentir cierta excitación con la imagen de su madre regañando a la chica y comenzó a reproducir las escenas con nosotras».
El día que welles la eligió
-¿Y qué pasó con Orson Welles?».
-¿Que qué pasó con Orson Welles? Pues que me lo hice, -dice sin darle mucha importancia, como si fuera lo más normal del mundo compartir cama con el protagonista de El Tercer Hombre o Ciudadano Kane.
«¡Se trataba del protagonista de Alma Rebelde! Pero cuando vino ya estaba mayorcete», matiza. «Era la primera vez que visitaba el San Mario, y, como no conocían sus gustos, le presentaron a ocho o nueve chicas. El alzó la mano y con el dedo me señaló a mí, que había visto todas sus películas, pero le recordaba sobre todo delgado, guapo, arrogante en sus botas de montar.Recuerdo que vino con un traje azul de alpaca que le daba un aspecto como muy desaseado, porque lo tenía cubierto de ceniza, y que fumaba mucho», cuenta frunciendo el ceño.
Lydia le elogió El tercer hombre (1949), y le explicó lo que le fascinaba su banda sonora. El actor, en un castellano perfecto, le contó que estaba en Barcelona escogiendo los escenarios para el rodaje en un pueblecito cercano. Se traba de la localidad de Argentona y de la película Campanadas de Medianoche, estrenada en 1965. Ella quiso sacudirle la ceniza del traje, pero él dijo que no hacía falta, que siempre iba así. Luego, la cogió por la cabellera, muy lacia, muy larga, y la atrajo hacia él. «Ah, me sentí Rita Hayworth», exclama en su destelleante salón, repleto de alfombras, de tapicerías que imitan animales salvajes y de cualquier objeto que sea dorado: desde cortinas hasta figuras de buda pasando por dos colmillos de elefantes barnizados también de color oro. En las paredes, copadas por retratos en blanco y negro de las estrellas de Hollywood, no queda ni un centímetro libre.
Entre sus servicios más excitantes y glamourosos está su cita en el Hotel Ritz con el rey Faisal de Arabia Saudí, que había llegado a la ciudad para una visita en la clínica oftalmológica Barraquer. Lydia se puso «como un flan». Era muy jovencita y temblaba no sólo por pisar el Ritz por primera vez, sino por estar con un monarca.
LA CORTE DEL REY DE ARABIA
No fue sola. La acompañaban una selección de las cinco mejores chicas del San Mario. «Al llegar al hotel dejamos los vestidos, bolsos y joyas en una habitación, y pasamos en ropa interior a una suite inmensa», recuerda. Para su sorpresa, allí había otras 30 chicas más. «Algunas estaban sentadas, otras de pie, unas en braguitas y sostenes, otras en combinación...». Al rato entró el rey Faisal -«muy alto y con gafas oscuras»-, ataviado con un batín precioso -«parecía de oro», dice-. Se levantaron y él las miró a todas. A algunas las rozó levemente con los dedos.Tras rondarlas durante unos 15 minutos, se marchó. Ellas se vistieron con cierto desconcierto y, después de recibir el pago del servicio, fueron devueltas con chóferes a sus respectivos puntos de partida.
«¡Lo de Belmondo fue terrible!», continúa Rius el repaso de famosos a los que atendió. El francés acabó una noche en el San Mario cuando visitaba la ciudad, en 1986. Cuenta Rius sin pudor que el actor le practicó sexo oral empleándose fuertemente con los dientes. «Por culpa de él no pude trabajar en tres días.Ay, a ese señor no me lo recuerde, ¡qué dientes tenía, de verdad! No entiendo cómo Catherine Deneuve y Ursula Andrews pudieron vivir con él», exclama mientras un perrito peludo con coletas llamado Ninot juega entre sus tacones de aguja.
Lydia Artigas se convirtió en madame Rius en 1987, cuando decidió modernizar el negocio anunciándose en los periódicos, para lo que acuñó una nueva identidad «más comercial»: «Sra. Rius. Si lo que usted busca es tranquilidad le proporciono señoras y señoritas no profesionales en pisos y apartamentos. Horas convenidas», sigue anunciándose hoy.
Se puede decir que heredó la profesión. Su madre, Teresa, también «hacía señores», expresión muy catalana que Rius prefiere en lugar de la palabra «prostitución», que considera fea y vulgar. Teresa vivió siempre enamorada de su padre, el señor Artigas, a quien Rius aún desprecia por haber sido un vividor. Su tía Conchita, una belleza, hacía que los hombres volvieran la cabeza cuando caminaba por la calle y vestía trajes calcados a los de las actrices de Hollywood. Conchita tuvo un protector que era presidente de una sociedad colombófila y cada domingo por la mañana le enviaba una bandada de palomas para que bailaran ante su balcón.
Rius también comenzó a tantear el oficio de la mano de un protector, a los 15 años, prácticamente púber. Manuel, casado y regente de un importante negocio, le puso un piso. Aún recuerda la impresión que le causó acudir con él por primera vez al Liceo, vestida como una princesa, en un lujo inimaginable para una joven de su edad.
La historia duró cuatro años. Tras la ruptura, la madre de Lydia no tuvo reparos en aconsejar a su hija que también se hiciera señores y la jovencita fue recalando en los mejores clubes de la ciudad: el San Mario, el Mont-real... Recibió muchas ofertas de hombres ricos que querían retirarla, cuenta, pero siempre las rechazó porque no quiso ser plato de segunda mesa. «Nunca sentí la necesidad de vivir con un hombre, y un hombre no me habría cambiado. Jamás. Si volviera a nacer, volvería a escoger esta profesión».
Las anécdotas vertidas en su biografía son inabarcables, trágicas algunas, cómicas casi todas. Porque la señora Rius tiene un maravilloso sentido del humor, descarado y desafiante, pero siempre elegante y hasta recatado. Cuando el cliente no era famoso, lo rebautizaba por su parecido con algún personaje conocido. Casi todos, nombres de Hollywood como buena cinéfila que es. Hubo uno que asumió tanto el mote que cuando llamaba se presentaba directamente como Al Pacino. Luego estaba Montgomery Clift. Y Gandhi...
Su currículo es la envidia de una profesión donde es tan respetada que hasta protagoniza el siguiente refrán, muy usado por las prostitutas de Barcelona: «Rondarás, rondarás, rondarás, y a la señora Rius volverás».
martes, 28 de julio de 2009
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