sábado, 18 de julio de 2009


Bauçà, el último mohicano de la posmodernidad

Miquel Bauçà era un mohicano o un ermitaño que vivía en el Eixample.Las dos posibilidades son tan extrañas en la gran ciudad que poco importa. Conocí la pequeña obra de Bauçà después de que ganara un premio Ciutat de Barcelona con el libro Carrer Marsala en el año 1985. Tener amigos filólogos tiene esa ventaja, que te recomiendan libros a los que no te acercarías por cuestiones periodísticas.
El lado mediático de Bauçà lo descubrí mucho más tarde y gracias al amigo Miquel de Palol. Corría el año 1998 y el escritor mallorquín estaba a punto de publicar su quinto libro, El Canvi. Palol me habló de una posible entrevista pero estaba preocupado porque el autor hacía mucho tiempo que se mantenía alejado del mundanal ruido, no de la actualidad como después me matizó.
Mantenía una mínima relación con su editorial, Empúries. Salía de casa en contadas ocasiones. Al supermercado. Tenía contacto con la gente gracias a unos extraños paseos en autobús. Subía a una línea cualquiera y no se bajaba hasta llegar a la parada final. Volvía a subir y dejaba el transporte al llegar al lugar de origen. No tenía muebles. Sólo un colchón, un ordenador y una televisión por donde veía la CNN. Ese era su contacto con la actualidad informativa.
Era evidente. El personaje tenía un atractivo periodístico por encima de los normal. Había un problema, no concedía entrevistas.Pero los poetas siempre se han entendido, y así, Miquel de Palol consiguió que se comprometiera a responder a una serie de cuestiones a través de Internet. La sorpresa fue que sus respuestas ocuparon más de 50 folios en A4. Para un diario, imposible de publicar.Miquel de Palol conserva ese material con el que ha ido escribiendo alguna selección.
La obra de Bauçà es sorprendente. Por ello este número de Tendències está dedicado a su obra. Es difícil entender que un poeta decida enclaustrarse en un piso del Eixample, evitando la comunicación, pero conectado a la CNN. Su devoción por este canal de noticias era superior a lo normal. En su libro El Canvi compara a sus presentadoras, «les noies», como las denomina, con las prostitutas que visitaban nuestros abuelos. «Com si fossin de la família», escribe el poeta.
Bauçà ha sido el último mohicano. O el primero. No podrá inventarse nada superior. Sin exhibicionismo. Sin condimentos. Fue Bauçà en estado puro y sin tener conocimiento propio de sus heroicidades urbanas. La condición humana en estado bruto.

«Morir sol a l'escenari / d'un teatre buit, tancat / ha de ser l'únic projecte / tolerable dels humans, / sobretot dels poetes».Así definía la muerte Miquel Bauçà en una de las pocas entradas que le dedica en El Canvi (1998), su gran enciclopedia poética, considerada por los entendidos su obra cumbre. Su vida, contemplada de manera póstuma, se revela como un testarudo y largo rodeo para cumplir a rajatabla ese «único proyecto tolerable».
Miquel Bauçà i Roselló (Felanitx, 1940-Barcelona, 2004) era el menor de cinco hermanos de una humilde familia campesina mallorquina.Su infancia estuvo marcada por la prematura muerte de su madre y una rígida educación de seminario del que sólo se libró al ingresar en la mili. Sus primeras y prometedoras experiencias poéticas -Una bella història (1962) le valió el premio Joan Salvat Papasseit- coincidieron con los primeros síntomas de enfermedad.Allí comenzó la espiral voraz de la esquizofrenia que Bauçà combatiría con tres peligrosas armas: el alcohol, la literatura y la más absoluta soledad. Una radical invisibilidad fue la última estrategia vital y poética, a tal punto que su muerte pasó completamente desapercibida. El cuerpo del poeta fue hallado sin vida y en avanzado estado de descomposición en su piso barcelonés de Les Corts. Cadáver que permaneció olvidado más de un mes en el instituto forense hasta que una llamada anónima alertara a su familiares, un sobrino y una hija a la que el poeta no veía desde hacía dos décadas, y a la prensa.
Pero estos detalles escabrosos no hacen otra cosa que alimentar la leyenda del poeta maldito, misántropo y renegado, que apostó por la invisibilidad como recurso poético. Y la infinidad de anécdotas que comenzaron a correr como un reguero de pólvora en obituarios y homenajes apuntalan el nuevo mito. Desde el joven «poeta en bicicleta» que recorrió más de 50 kilómetros para acudir a las jornadas poéticas de Formentor, hasta el tipo hosco y de pocas palabras que rechazaba fotos y entrevistas y se comunicaba con el mundo exterior, incluso con sus editores, a través de un apartado de correos.
Entre esos dos extremos temporales hay postales de Bauçà para todos los gustos: el eremita que se refugió a su breve regreso a Mallorca en 1986 en una roulotte aislada y sin luz eléctrica, el filósofo de frases enigmáticas o el poeta ebrio y al borde de la marginalidad que recogía del suelo su paisano de Felanitx Miquel Barceló.
Todas esas historias cuadran muy bien con la leyenda del Salinger catalán, pero sirven de muy poco a la hora de valorar el lugar que merece el poeta en la literatura y, sobre todo, a la hora de interpretar su vasta y singular obra. En vida era un poeta de culto, muy celebrado, pero sólo conocido por un círculo reducido de iniciados. Las circunstancias de su muerte y la leyenda negra que comienza a tejerse en torno a su figura sitúan su obra en primer plano. E interpretarla no es para nada fácil. A partir de El Canvi (1998), premio de la crítica Serra d'Or, su poesía se desborda en un torrente discursivo capaz de asimilar todos los registros: el filosófico, el periodístico, el confesional.Y a su vez echa mano de las más variadas formas, desde la prosa poética, la sentencia o el aforismo, hasta el riguroso heptasílabo.¿En qué medida su inclasificable programa poético es la contrapartida de su radical proyecto vital, entre patológico y autodestructivo? ¿Y en qué medida tiene valor y mérito poético propio y debe leerse de manera autónoma? Estas preguntas están a la orden del día en tanto que la editorial Empúries publicará a mediados de este mes Rudiments de saviesa, voluminosa obra póstuma que sigue la línea formal de sus dos libros anteriores, Els estats de connivència (2001) y Els somnis (2003). Más de 500 páginas de versos heptasílabos, organizados en entradas temáticas por orden alfabético. Y a su vez, Empúries conserva un segundo manuscrito inédito, del que publicamos aquí unos poemas, titulado Certituds immediates.Un texto similar a Rudiments en extensión y también en su apariencia externa de diccionario poético, pero de métrica irregular.
El crítico y editor Bernat Puigtobella, que se ha encargado de la cura del texto póstumo, califica a Rudiments como «una obra de factura magistral». Aunque concede que, en cuanto a lo temático, reincide en los ejes ya tratados en los tres libros anteriores, entre los que cita: «La fuerza de los sueños como reducto de la creatividad humana», una crítica descarnada a «la gregariedad» y «el lamento sobre el estado de miseria espiritual del ser catalán». El curador también reconoce que la obra pierde algo de fuerza en su extensión desmesurada. Pero le resta importancia a esto porque «no se debe leer como un poemario convencional, sino como una obra de consulta», aconseja, dado el carácter predominantemente filosófico y reflexivo del texto. El poeta refuerza aquí su particular mirada crítica sobre la realidad social, a pesar de que en su aislamiento voluntario contemplaba el mundo a través de Internet y la CNN.
La académica mallorquina Antònia Arbona es autora del volumen La poesía de Miquel Riera i Miquel Bauçà (Lleonar Muntaner Editor), el único estudio crítico sobre Bauçà publicado hasta ahora. Para Arbona, el quiebre formal que llega con el ordenamiento alfabético de El Canvi «es una consecuencia de la incorporación del Windows a su escritura y de su interés por el mundo informático», que, según su criterio, no reviste mayor interés. «Lo mismo se puede afirmar de los elementos líricos, muy secundarios, de sus primeros poemarios, que pronto deja de lado», añade. En cambio, Arbona diferencia dos zonas semánticas que le permiten discernir la calidad poética de cada texto por separado. «Por un lado, hay un bloque onírico y surrealista donde Bauçà no aporta nada nuevo y suele recargar el texto con divagaciones innecesarias. Y, por otro, un bloque de reflexión poética y filosófica muy interesante en el que Bauçà analiza la sociedad», explica la autora. La crítica injuriosa a la iglesia, la misoginia y la denuncia del cretinismo y la gregariedad de la sociedad son, entre otros, los puntos más sabrosos de este análisis, según Arbona. Y la académica opina que la esquizofrenia del poeta no ayuda en nada a valorar e interpretar su obra. Arbona confía en que esa cuestión, como remedo de la leyenda negra, pronto se dejará de lado.
El escritor Jordi Coca, amigo cercano del poeta, sobre todo en sus primeros años barceloneses, cuando Bauçà aún no había clausurado su conexión con la sociedad, le asigna un liderazgo indiscutido en la renovación poética catalana de las últimas décadas. Sin embargo, echa en falta «una buena purga en algunas de sus obras».«No se debe confundir la enfermedad y la bebida con la pura genialidad».«Miquel escribía mucho como aliciente y corregía poco», dice Coca. «En la desmesura de su último período es cuando da su do de pecho con algunos fragmentos de gran lucidez poética, pero el descuido y el descontrol del conjunto desbalancean las obras», opina.
El poeta y crítico David Castillo comparte el mismo parecer.«No hay que olvidar que Bauçà vivía al límite y que la escritura, como el alcohol, era su terapia». «Sin duda, su literatura inclasificable contiene una alta graduación poética», concede Castillo. «Pero no sé hasta qué punto se había desmadrado en su última etapa.Sin embargo, hasta de los grandes poetas sólo perduran algunas piezas», agrega.
El poeta y narrador Miquel de Palol le da otra vuelta de tuerca a la cuestión: «La valoración de su obra se está distorsionando porque tiene más peso el personaje folclórico que las cualidades intrínsecas de su poesía. No me atrevería a recomendar su vida como modelo a un poeta en ciernes». «No creo que se trate de un poeta maldito, porque fue él mismo quien se maldijo y no la sociedad», concluye Palol.

fuente: elmundo.es

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