Arturito Pomar : El mozart del tablero
En una España en blanco y negro, devota de toreros y vírgenes, que vivía con colas, estraperlo, cartillas de racionamiento y temor a que la nueva guerra mundial reviviera nuestra recién terminada cruzada, un niño mallorquín de 11 años afirmó la autoestima de todo un país.
La España casi devastada todavía podía asombrar al mundo en el ajedrez, un deporte en el que la inteligencia se supone. La Unión Soviética comenzaban a dominar los tableros del mundo, pero nosotros teníamos a Arturo Pomar, a Arturito mejor dicho, para lanza en ristre, como un Don Quijote cualquiera, pelear sólo y sin ninguna ayuda contra los molinos del ajedrez.
Pomar, que el lunes cumplió 77 años, vive retirado en la localidad barcelonesa de San Cugat del Vallés. Ha perdido casi todos sus recuerdos, en una difícil partida con la vida.
Hoy en día, el retrato del campeón balear se encuentra en el museo del RealMadrid. Pero hasta que todo esto llegara, el fallecido periodista Manuel de Agustín, redactor de MARCA y posteriormente corresponsal de Radio Nacional de España en París durante muchos años, compatibilizaba el trabajo, las labores informativas, con la devoción, promotor del ajedrez en todas sus facetas.
El que esto escribe compartía con él, pese a la diferencia demás de 40 años de edad, la afición por las partidas rápidas (de 5 minutos) –cultivadas en varios torneos de Linares y Campeonatos de España–. Manuel De Agustín hablaba con su verbo rápido y fácil, golpeaba el reloj de ajedrez y sacrificaba peones en busca del santo grial de la belleza del jaquemate. “¡MARCA fue el medio de comunicación que dio a conocer a Pomar al gran público!.
“En 1943, yo mantenía una cariñosa disputa de criterios informativos con el director del periódico, Manuel Fernández Cuesta, quien me dijo un día que el ajedrez no interesaba a los lectores: ‘Todos los jugadores están majaretas, pero si me traes una luciérnaga que ilumine nuestras páginas, te haré caso y publicaremos ajedrez’. Eso me estimuló, fue todo un reto personal”, decíaManuelDe Agustín.
JUGABA Y COMÍA BIZCOCHO
El intrépido periodista fue uno de los organizadores del Campeonato de España disputado enMadrid y esto finalmente significó el nacimiento del fenómeno Pomar cuando el campeón de Baleares, Nicolás Ticoulat –afincado luego en Francia–, declinó participar porque había sido represaliado políticamente. Esto abrió las puertas a un jugador de 11 años que comenzaba a ser conocido en Mallorca. Ese jugador, ese niño, se llamaba Arturito Pomar, y durante “las partidas comía los bizcochos con chocolate que le preparaba su madre”, relataba el periodista.
De Agustín acudió al despacho de Manuel Fernández Cuesta para decirle casi voz en grito: “¡¡¡Ya tengo la luciérnaga!!!”. El director del periódico cumplió la promesa. MARCA comenzó a dar información y reportajes de ajedrez: “Incluso alguna que otra portada pese a que el fútbol era, como hoy en día, el deporte rey”.
Pomar era un superdotado que aprendió a jugar a los 5 años, pero también un niño al que le hizo mucha ilusión el regalo de un grupo de aficionados deMadrid: una bicicleta. Su madre contaba cómo era Arturito: “Su felicidad es infinita cuando gana; si pierde, su desconsuelo es igual que el de un niño al que se le ha roto un juguete”.
EL MOZART DEL AJEDREZ
La carrera del Mozart del ajedrez, como le describían los periodistas de la época —en la actualidad, el noruego Magnus Carlsen, de 17 años y número tres del mundo recibe ese calificativo—, acababa de comenzar. La fiebre Pomar, con el NODO reseñando sus hazañas, llegó a toda España. Hasta Franco no pudo sustraerse al fenómeno y le recibió con una sonrisa –algo bastante insólito– con 14 años en el Palacio de El Pardo, en 1946, tras el triunfo en el Campeonato de España y un brillante sexto puesto en el torneo de Londres.
Los padres de Pomar, con problemas económicos como gran parte de los españoles, comprendieron que su célebre hijo podía ayudarles a escapar de las penurias, y aceptaron cualquier exhibición de partidas simultáneas—en las que un jugador se enfrenta a varios jugadores al mismo tiempo— sin importarles que esto pudiera perjudicar a larga, como así sucedió, a su hijo. Daba igual, Pomar era uno de los niños del franquismo que con 12 años había hecho tablas después de ocho horas y tres sesiones de juego con el campeón del mundo, Alekhine, en el torneo de Gijón. Sobre ese enfrentamiento, el gran maestro y psiquiatra estadounidense, Reuben Fine, comentó: “Lamanera en que un chaval de esa edad ha adquirido tal conocimiento de aperturas, tal profundidad de análisis posicional y de rapidez de cálculo táctico, sobrepasa el entendimiento humano”. Pero el niño creció y creció, consiguiendo excelentes resultados. Pero la única ayuda que recibió Pomar del Régimen fue un puesto de funcionario de Correos en la oficina de Ciempozuelos en 1959. No era el mejor lugar para la preparación de un deportista. Se retiró antes de cumplir los 60 años, a vivir entre el cielo y la tierra, a un cielo azul pero a una tierra más negra que blanca.
En una España en blanco y negro, devota de toreros y vírgenes, que vivía con colas, estraperlo, cartillas de racionamiento y temor a que la nueva guerra mundial reviviera nuestra recién terminada cruzada, un niño mallorquín de 11 años afirmó la autoestima de todo un país.
La España casi devastada todavía podía asombrar al mundo en el ajedrez, un deporte en el que la inteligencia se supone. La Unión Soviética comenzaban a dominar los tableros del mundo, pero nosotros teníamos a Arturo Pomar, a Arturito mejor dicho, para lanza en ristre, como un Don Quijote cualquiera, pelear sólo y sin ninguna ayuda contra los molinos del ajedrez.
Pomar, que el lunes cumplió 77 años, vive retirado en la localidad barcelonesa de San Cugat del Vallés. Ha perdido casi todos sus recuerdos, en una difícil partida con la vida.
Hoy en día, el retrato del campeón balear se encuentra en el museo del RealMadrid. Pero hasta que todo esto llegara, el fallecido periodista Manuel de Agustín, redactor de MARCA y posteriormente corresponsal de Radio Nacional de España en París durante muchos años, compatibilizaba el trabajo, las labores informativas, con la devoción, promotor del ajedrez en todas sus facetas.
El que esto escribe compartía con él, pese a la diferencia demás de 40 años de edad, la afición por las partidas rápidas (de 5 minutos) –cultivadas en varios torneos de Linares y Campeonatos de España–. Manuel De Agustín hablaba con su verbo rápido y fácil, golpeaba el reloj de ajedrez y sacrificaba peones en busca del santo grial de la belleza del jaquemate. “¡MARCA fue el medio de comunicación que dio a conocer a Pomar al gran público!.
“En 1943, yo mantenía una cariñosa disputa de criterios informativos con el director del periódico, Manuel Fernández Cuesta, quien me dijo un día que el ajedrez no interesaba a los lectores: ‘Todos los jugadores están majaretas, pero si me traes una luciérnaga que ilumine nuestras páginas, te haré caso y publicaremos ajedrez’. Eso me estimuló, fue todo un reto personal”, decíaManuelDe Agustín.
JUGABA Y COMÍA BIZCOCHO
El intrépido periodista fue uno de los organizadores del Campeonato de España disputado enMadrid y esto finalmente significó el nacimiento del fenómeno Pomar cuando el campeón de Baleares, Nicolás Ticoulat –afincado luego en Francia–, declinó participar porque había sido represaliado políticamente. Esto abrió las puertas a un jugador de 11 años que comenzaba a ser conocido en Mallorca. Ese jugador, ese niño, se llamaba Arturito Pomar, y durante “las partidas comía los bizcochos con chocolate que le preparaba su madre”, relataba el periodista.
De Agustín acudió al despacho de Manuel Fernández Cuesta para decirle casi voz en grito: “¡¡¡Ya tengo la luciérnaga!!!”. El director del periódico cumplió la promesa. MARCA comenzó a dar información y reportajes de ajedrez: “Incluso alguna que otra portada pese a que el fútbol era, como hoy en día, el deporte rey”.
Pomar era un superdotado que aprendió a jugar a los 5 años, pero también un niño al que le hizo mucha ilusión el regalo de un grupo de aficionados deMadrid: una bicicleta. Su madre contaba cómo era Arturito: “Su felicidad es infinita cuando gana; si pierde, su desconsuelo es igual que el de un niño al que se le ha roto un juguete”.
EL MOZART DEL AJEDREZ
La carrera del Mozart del ajedrez, como le describían los periodistas de la época —en la actualidad, el noruego Magnus Carlsen, de 17 años y número tres del mundo recibe ese calificativo—, acababa de comenzar. La fiebre Pomar, con el NODO reseñando sus hazañas, llegó a toda España. Hasta Franco no pudo sustraerse al fenómeno y le recibió con una sonrisa –algo bastante insólito– con 14 años en el Palacio de El Pardo, en 1946, tras el triunfo en el Campeonato de España y un brillante sexto puesto en el torneo de Londres.
Los padres de Pomar, con problemas económicos como gran parte de los españoles, comprendieron que su célebre hijo podía ayudarles a escapar de las penurias, y aceptaron cualquier exhibición de partidas simultáneas—en las que un jugador se enfrenta a varios jugadores al mismo tiempo— sin importarles que esto pudiera perjudicar a larga, como así sucedió, a su hijo. Daba igual, Pomar era uno de los niños del franquismo que con 12 años había hecho tablas después de ocho horas y tres sesiones de juego con el campeón del mundo, Alekhine, en el torneo de Gijón. Sobre ese enfrentamiento, el gran maestro y psiquiatra estadounidense, Reuben Fine, comentó: “Lamanera en que un chaval de esa edad ha adquirido tal conocimiento de aperturas, tal profundidad de análisis posicional y de rapidez de cálculo táctico, sobrepasa el entendimiento humano”. Pero el niño creció y creció, consiguiendo excelentes resultados. Pero la única ayuda que recibió Pomar del Régimen fue un puesto de funcionario de Correos en la oficina de Ciempozuelos en 1959. No era el mejor lugar para la preparación de un deportista. Se retiró antes de cumplir los 60 años, a vivir entre el cielo y la tierra, a un cielo azul pero a una tierra más negra que blanca.
Quizá sea el mejor ajedrecista español de todos los tiempos, y aunque eso sea cuestionable no lo es su impresionante palmarés, que le ha llevado, entre otras cosas, a enfrentarse a todos los campeones del mundo: desde Alekhine a Karpov, todos se han enfrentado al niño prodigio en las 64 casillas de un tablero. Arturo Pomar nació en 1931 y pronto empezó a destacar en el dificil deporte del ajedrez. Apenas una década más tarde gana el campeonato de Baleares. Pero su impulso definitivo no llegaría hasta 1945. Arturito no había participado en competiciones importantes durante ese año. Apenas unas simultáneas en Cataluña, Baleares y Madrid. Pero fue rumbo a Castilla y León para hacerse con la suya y ganar el campeonato. Arturo Pomar empezaba a convertirse en el gran campeón que sorprendería a niños y mayores con su habilidad en el tablero de juego. El primer gran triunfo de Arturo Pomar es el Campeonato de España, que gana en el Casino de Santander al aceptar la oferta de tablas de Beltrán. Tenía tan sólo 15 años. Ese año, 1946, significó la primera salida de Arturito al extranjero. Tras su regreso de Londres, España lo recibía con los brazos abiertos, tras firmar las tablas con Bernstein 'El gigante'. A partir de ahí, los triunfos de Arturo Pomar se fueron sucediendo. Campeón de España durante muchos años, regresa al año siguiente al Torneo de Londres donde vuelve a triunfar y vence al inglés List. La final fue para Medina. A los 29 años se convierte en el primer español en conseguir el título de gran Maestro Internacional. Un gran honor para todo ajedrecista de talento. Pero no quedan ahí las hazañas de Arturito. Formó un equipo olímpico que encabezaba y que consiguió la novena posición. Algo sólo reservado para los grandes países. Arturo Pomar se retiró del ajedrez profesional cuando tenía 45 años. Pero su vida siempre ha estado vinculada estrechamente al ajedrez, un deporte que desarrolla memoria y paciencia. Para Arturo, las cualidades de un ajedrecista de elite son ocho: concentración, intuición, memoria, imaginación, voluntad, trabajo y esfuerzo e inteligencia. Todo eso y más lo tuvo el gran genio del ajedrez español, Arturo Pomar.
Cuando se dio a conocer chocaba su juventud porque se enfrentaba a campeones de Europa y del mundo", cuenta su hijo Eduard. Pero el interés de Arturo por los caballos, torres y alfiles fue mucho más precoz. "Mis abuelos, que jugaban al ajedrez, nos contaban que a los tres años mi padre les pedía que le enseñaran. A ellos le parecía pronto, pero a los cinco años ya jugaba, y a los siete ganaba a mi abuelo".
Pronto llegaron el traslado a Madrid, las visitas a Franco en el palacio del Pardo y las victorias, que encumbraron al pequeño Pomar hasta convertirlo en un icono del resurgimiento de la España de posguerra. Fue campeón de España en 1946, 1950, 1957, 1958, 1959, 1962 y 1966, y participó en las olimpiadas de Múnich (1958), Leipzig (1960), Varna (1962), Tel Aviv (1964), La Habana (1966), Lugano (1968), Siegen (1970), Skopje (1972), Niza (1974) y Buenos Aires (1978).
Eduard recuerda que en el primer campeonato de España, que se celebró en el casino militar de Madrid, el niño Pomar recibió el alto del portero porque no dejaban entrar a los menores. "Era un niño normal", recuerda su hijo. "Cuando no jugaba al ajedrez, jugaba con la pelota o con la bicicleta. Aunque es cierto que muchas veces el castigo que le imponían mis abuelos era prohibirle jugar al ajedrez, porque era lo peor que le podía pasar".
Muchas son las anécdotas que pueblan la larga historia de Arturo Pomar frente al tablero, del que no se retiró hasta los años noventa. En 1952 estaba jugando un torneo internacional en La Habana, en Cuba. Mientras se afeitaba, un compañero entró corriendo en la habitación para decirle que Batista acababa de dar un golpe de Estado. Él respondió con un escueto: "¡Ah!, vale", y continúo con su afeitado.
La fama y la habilidad de un jugador tan excepcional podrían haber sido apoyadas para conseguir el reconocimiento internacional. Sin embargo, Arturo Pomar no contó con el apoyo de la federación de ajedrez ni del Consejo Superior de Deportes. Él tuvo que compaginar los campeonatos con su trabajo como funcionario de Correos. "Incluso países como Estados Unidos le ofrecieron la nacionalidad. Pero él no quería. Sólo quería competir por su país".
"Pasaba las noches en vela analizando las partidas, mientras el resto de jugadores apoyados por la federación tenía equipos de analistas que lo hacían por ellos", se lamenta Eduard. La presión le afectó tanto que con 30 años desarrolló una enfermedad mental que le ha acompañado hasta la actualidad. "No estaba preparado psicológicamente para jugar de aquel modo, pero fue él quien quiso encontrarse en esa situación. Todavía ahora, cuando en algún lugar se le reconoce como ajedrecista, lo echa en falta".
Pronto llegaron el traslado a Madrid, las visitas a Franco en el palacio del Pardo y las victorias, que encumbraron al pequeño Pomar hasta convertirlo en un icono del resurgimiento de la España de posguerra. Fue campeón de España en 1946, 1950, 1957, 1958, 1959, 1962 y 1966, y participó en las olimpiadas de Múnich (1958), Leipzig (1960), Varna (1962), Tel Aviv (1964), La Habana (1966), Lugano (1968), Siegen (1970), Skopje (1972), Niza (1974) y Buenos Aires (1978).
Eduard recuerda que en el primer campeonato de España, que se celebró en el casino militar de Madrid, el niño Pomar recibió el alto del portero porque no dejaban entrar a los menores. "Era un niño normal", recuerda su hijo. "Cuando no jugaba al ajedrez, jugaba con la pelota o con la bicicleta. Aunque es cierto que muchas veces el castigo que le imponían mis abuelos era prohibirle jugar al ajedrez, porque era lo peor que le podía pasar".
Muchas son las anécdotas que pueblan la larga historia de Arturo Pomar frente al tablero, del que no se retiró hasta los años noventa. En 1952 estaba jugando un torneo internacional en La Habana, en Cuba. Mientras se afeitaba, un compañero entró corriendo en la habitación para decirle que Batista acababa de dar un golpe de Estado. Él respondió con un escueto: "¡Ah!, vale", y continúo con su afeitado.
La fama y la habilidad de un jugador tan excepcional podrían haber sido apoyadas para conseguir el reconocimiento internacional. Sin embargo, Arturo Pomar no contó con el apoyo de la federación de ajedrez ni del Consejo Superior de Deportes. Él tuvo que compaginar los campeonatos con su trabajo como funcionario de Correos. "Incluso países como Estados Unidos le ofrecieron la nacionalidad. Pero él no quería. Sólo quería competir por su país".
"Pasaba las noches en vela analizando las partidas, mientras el resto de jugadores apoyados por la federación tenía equipos de analistas que lo hacían por ellos", se lamenta Eduard. La presión le afectó tanto que con 30 años desarrolló una enfermedad mental que le ha acompañado hasta la actualidad. "No estaba preparado psicológicamente para jugar de aquel modo, pero fue él quien quiso encontrarse en esa situación. Todavía ahora, cuando en algún lugar se le reconoce como ajedrecista, lo echa en falta".
Nicolás Ticolaut...me gustaría saber más sobre este hombre que supuestamente declinó de jugar en la España franquista.
ResponderEliminarAlgo he escrito hoy precisamente en un grupo de Facebook de Historia del ajedrez español
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