Tal vez la primera investigadora que sospechó la verdad en el asunto zombi fue la escritora Zora Neale Hurston. Nacida a finales del siglo XIX en una pequeña aldea negra de Florida. Su padre fue un predicador baptista quien le inculcó la admiración por las raíces africanas de su pueblo. Su interés le condujo a estudiar, bajo la dirección del etnógrafo Franz Boas, los cultos africanos instalados en América y principalmente en Haití. En la década de los treinta viajó a la isla para investigar el culto vudú.
Al igual que Seabrook, Zora Neale recopiló varios relatos de zombis. Uno de ellos refiere que una tal Marie, una joven encantadora que pertenecía a la alta sociedad de Haití, murió en 1909. Cinco años después sus antiguas condiscípulas la vieron al lado de la ventana de una casa, en Port-au-Prince. Hubo gran escándalo. El dueño de la casa se negó a que fuera registrado su inmueble. La policía ordenó abrir la sepultura, a regañadientes del padre de Marie. En el interior encontraron un esqueleto demasiado grande para ser el de Marie, incluso casi no cabía en el ataúd. Al lado del esqueleto estaban las ropas con las que había sido enterrada, cuidadosamente dobladas.
Entonces se dio una orden de cateo. Pero el propietario ya había desaparecido y no encontraron ni rastro de la muchacha. Se dijo que había sido convertida en zombi por un bocor. Al morir éste, su viuda la había entregado a un cura católico, quien la confió al dueño de la casa. Los miembros de la familia habían sacado a Marie ilegalmente de Haití, vestida de monja. Más tarde su hermano dijo haberla visitado en un convento de Francia.
Durante su estancia en Haití ocurrió un hecho sorprendente que marcaría la vida de la etnógrafa. En octubre de 1936 apareció una mujer desnuda caminando por el borde de la carretera en el valle de Artibonite. Decía llamarse Felicia Felix Mentor, natural de Ennery, y se dirigía a la casa de su hermano. Estaba en un estado tan miserable que fue conducida al hospital de Gonaives, en donde uno de sus hermanos la reconoció. De acuerdo con sus declaraciones había “muerto” dos años atrás y había sido enterrada. El certificado de defunción y las declaraciones de su marido, y otros miembros de su familia, confirmaron el relato. Felicia había perdido por completo la facultad de hablar y se escondía cuando alguien se le acercaba. No era capaz de pensar coherentemente
La noticia llegó a oídos de la doctora Hurston, quien visitó a la zombi en el hospital de Gonaives. Ahí logró fotografiarla, siendo ésta una de las pocas fotografías que se conocen de zombis.
“La mujer ofrecía un espectáculo horrible –escribió Hurston-, su cara estaba lívida, con ojos de muerto; los párpados blancos rodeando los ojos, como si se los hubiesen quemado con ácido. No se le podía decir nada ni oír una palabra de sus labios, sino sólo mirarla, y la visión de aquel desecho era demasiado para soportarlo durante mucho tiempo”.
Zora Neale Hurston llegó a intuir la verdad. En su libro Tell my Horse, publicado en 1938, expuso su hipótesis y sus conclusiones extraídas de las pláticas sostenidas con los doctores que atendieron a Felicia:
“Hablamos largo rato acerca de las teorías sobre el modo en que una persona llega a ser zombi. Concluimos que no se trataba de un caso de resurrección, sino de una apariencia de muerte inducida por una droga, que muy pocos conocían. Un secreto traído probablemente de África y transmitido de generación en generación. Los hombres conocen el secreto de la droga y del antídoto. Es evidente que destruye la parte del cerebro que rige la palabra y la voluntad. La víctima puede moverse y actuar, pero no formula un pensamiento. Los dos médicos expresaron su deseo de enterarse de ese secreto, pero se dieron cuenta de la imposibilidad de hacerlo. Esas sociedades secretas son realmente secretas”.
Hurston estuvo a punto de descubrir que la causante era la Datura stramonium, que los haitianos llaman cocombre zombi, o pepino de los zombis: la flor sagrada de la Estrella Polar.
El nombre de esta planta proviene de la palabra dhatureas, que eran bandas de ladrones de la India antigua. En ese país, tanto los asaltantes como las prostitutas utilizaban esta planta para atontar a sus víctimas. El principio activo de la planta actúa tópicamente, y una dosis relativamente pequeña provoca alucinaciones e ilusiones enloquecedoras, seguidas de confusión, desorientación y amnesia. Dosis más elevadas causan el estupor y la muerte.
En el siglo XVII, Johann Albert de Mandelslo escribió que las mujeres de la India engañaban a sus maridos con los europeos, drogando a los primeros con datura, “entregándose a las delicias del sexo, incluso en presencia de los maridos, que las miraban con ojos muy abiertos, sumidos en un estupor total”. Decía que cuando un hombre ingiere Datura, se atonta por 24 horas. “Durante ese tiempo está privado del uso de sus sentidos; no puede ver lo que se encuentra frente a él, aún cuando mantenga los ojos abiertos”.
La Datura se usó durante muchos años en los ritos mágico-religiosos de Sudamérica. Los sacerdotes de los chibchas suministraban una droga parecida a las esposas y los esclavos de los reyes muertos, antes de enterrarlos vivos con sus difuntos amos. En México se le utilizaba para “embrujar” a los amantes. Es el famoso Toloache.
La datura es una de las varias drogas que se utilizan para “fabricar” zombis, pues como veremos, existen otras toxinas involucradas en la poción zombi.
G. E. Simpson menciona el encuentro con otro zombi de Ennery. La mujer se llamaba Francina Illeus, a la que apodaban Ti Femme.
DOS ZOMBIS EN VIVO
Las investigaciones del doctor Douyon estuvieron apoyadas por el doctor Jean Bátiz Romain, director de Investigación y Ciencias Humanas de la Universidad de Haití. Romain, con 60 años (en 1980), había estudiado durante 35 años las prácticas del vudú haitiano. En 1981 mostró al reportero mexicano Fernando Ríos Parra, varias fotografías de zombis, pero rehusó que se publicaran. Estudió, junto con Douyon, a tres zombis, dos de los cuales continuaron siendo atendidos en el centro de investigación de Romain.
“El primer caso –relata Romain-, corresponde a Ellen, quien, dos años después de haber fallecido (en 1978), es encontrada por sus familiares, pero ya como una autómata.
“Ellen con 30 años de edad, tiene su acta de defunción; sus padres y marido asistieron al funeral y la enterraron. Al volver a la vida, luego de ser desenterrada, se le observó en la frente una marca o perforación que sufrió por uno de los clavos del ataúd, que era suficiente para haberla matado. La identificación de las huellas dactilares y el reconocimiento de sus familiares hacen imposible una suplantación”.
Cuando se procedió a exhumar su ataúd, se le encontró lleno de piedras.
Clairvius Narcisse es el otro caso. Fue declarado muerto a la una y cuarto de la tarde del 2 de mayo de 1962.
La historia de Narcisse es la más importante de todas ya que el hombre fue atendido en el servicio de urgencias del Hospital Albert Schweitser de Deschapelles, en Artibonite, en donde se conserva un registro preciso y digno de fiar. El hombre ingresó el 30 de abril a las 9:45 de la noche, sufriendo intensos dolores en todo el cuerpo y fiebre. Poco tiempo después comenzó a escupir sangre y los médicos que lo atendían no pudieron hacer nada. Narcisse sufrió hipotermia, náuseas e hipotensión, antes de quedar totalmente paralizado y encontrar la “muerte”. Sin embargo, conservó la conciencia hasta en la tumba, según contó después.
Sus hermanas, Angelina Narcisse y Marie Claire Narcisse, estamparon su pulgar en el certificado oficial de defunción. El cuerpo pasó al depósito de cadáveres, en donde permaneció por varias horas, hasta que lo llevaron a enterrar.
Su funeral fue conocido tanto por sus parientes como por sus amigos. Narcisse fue inhumado el 3 de mayo a las diez de la mañana en el pequeño cementerio situado al Norte de su pueblo, L’Estere.
“Durante todo el tiempo estuve consciente, aunque absolutamente inmovilizado. Escuché al médico cuando me declaró muerto y oí a mi hermana llorar. Cuando me metieron al ataúd y lo clavaron, uno de los clavos atravesó mi mejilla derecha, justo al lado de la boca. Pasó el tiempo, tal vez días, cuando escuché que me llamaban por mi nombre, y el suelo se abrió. Había tambores y gente que cantaba. Entre varios hombres me sujetaron y maniataron. Luego me golpearon con un látigo obligándome a caminar en la oscuridad de la noche. Caminamos durante varias jornadas ocultándonos de día, hasta que llegamos a una plantación de azúcar”.
En 1980 regresó a su pueblo natal asustando a quienes lo reconocieron. Clairvius se presentó ante su hermana Angelina utilizando el diminutivo con que lo conocía la familia desde su niñez. Narcisse contó que había sido un zombi y había trabajado como esclavo en una plantación de azúcar durante varios años.
Dijo que había sido su propio hermano quien había contratado a un bocor, Josef Jean, para convertirlo en zombi a causa de su herencia: Clairvius no quiso ceder su parte y eso selló su destino. Todo sucedió muy rápido: el domingo fue envenenado; el martes tuvo que ir a Gonaives, porque se sentía débil y con náuseas; por la tarde, al ingresar al hospital, tosía y respiraba con dificultad; al día siguiente, al medio día, entró en agonía. La lista de síntomas incluyen: edema pulmonar, trastornos digestivos con vómitos, dificultades respiratorias acentuadas, uremia, hipotermia, pérdida rápida de peso, hipertensión, cianosis y parestesia. Durante dos años permaneció trabajando como esclavo en la plantación de azúcar del propio bocor, en las inmediaciones de Ravine-Trompette, un pueblo situado al Norte cerca de Pilate, y no lejos de Cabo Haitiano. Junto a él trabajaba una docena de zombis que recibían una sola ración de alimentos por día. La alimentación era la misma que comía en su casa, sólo que no contenía sal. Uno de los cautivos, no se sabe por qué razón, dejó de comer durante varios días; luego pareció salir de su letargo y se reveló: tomó un azadón y mató al bocor Al morir el brujo, los zombis se dispersaron. Clairvius no quiso regresar a su pueblo por temor a su hermano y pasó dieciséis años vagando por diferentes zonas; ocho años los pasó en Saint Michel de L’Attalaye. Al enterarse de la muerte de su hermano, finalmente regresó a su pueblo.
La noticia dio vuelta al mundo y en 1981 la BBC llegó a Haití para filmar un documental. Ayudados de la familia redactaron una serie de preguntas que sólo el propio Clairvius podría responder. La entrevista se hizo justo sobre la tumba de Narcisse, en donde se puede leer “Ici repose Clairvius Narcisse”. Al llegar al cementerio se detuvo unos minutos, tratando de orientarse, y luego se hizo paso entre las apiladas tumbas hasta llegar a la suya. Ante las cámaras dijo:
“Ni siquiera estaba aquí cuando arrojaron tierra sobre el ataúd. Mi cuerpo estaba aquí, desde luego, pero yo flotaba en algún lugar indeterminado. Podía oír todo lo que sucedía. Entonces llegaron. Tenían mi alma en su poder. Me llamaron y la enviaron a través del suelo. Pensaban que yo era un bourreau (verdugo), de modo que, después de pasarse la botella, me ataron los brazos a los costados. Después fui citado a juicio, para ocho días más tarde. Son los amos de la tierra y hacen lo que les place”.
Clairvius no fue bien recibido en L’Estère, dijo que al llegar los aldeanos se burlaban de él y que incluso su familia le pidió que se retirara. Su propia hermana le ofreció dinero para que se fuera. Todos le tenían miedo. Pronto se armó gran alboroto y llegó la policía. Tomó a Clairvius bajo su protección y, tratando de evitar una tragedia, lo encerraron en la cárcel para protegerlo. Luego fue trasladado a la misión baptista. Finalmente el doctor Douyon se hizo cargo de él.
Natagette Joseph, otra de las zombis tratadas por el doctor Douyon, nació en 1920 y murió en 1966 en una refriega a causa de unas tierras. El cuerpo de la mujer fue llevado a la comisaría en donde el policía a cargo firmó el certificado de defunción, por ausencia del médico. En 1980 fue reconocida mientras vagabundeaba en torno a su pueblo, por el mismo policía que había certificado su muerte.
A finales de 1980 los medios de comunicación de Haití informaron del descubrimiento de un grupo de personas que se comportaban como retrasados mentales. Vagaban sin objeto cerca de la costa Norte del país. Rápidamente los campesinos los identificaron como zombis. La policía los capturó y los envió a Cabo Haití, en el destacamento militar. El ejército se encargó de regresarlos a sus comunidades de origen.
Tanto Ellen como Narcisse están siendo tratados de rehabilitar en el Hospital de Romain, aunque se avanza poco en ellos, ya que la falta de oxígeno afectó sus cerebros.
Según se cree, los dos zombis que se tienen en estudio, están ahí porque se cometieron sendos errores con ellos. En el caso de Ellen, el bocor murió bruscamente, por lo que ella quedó liberada sin proponérselo. En el segundo, uno de los encargados de darle un brebaje le dio por equivocación sal, y esto provocó que se rebelara y saliera del control del sacerdote.
Posteriormente discutiremos la importancia de la sal en el proceso de zombificación.
UN PODEROSO ANESTÉSICO
El doctor Douyon logró conseguir de un bocor “polvos de zombi” y envió una muestra de ellos a los Estados Unidos para su análisis. Quien analizó los polvos fue el doctor Richard Evans Schultes, director del Museo Botánico de la Universidad de Harvard, que había estudiado los narcóticos del Amazonas, como la ayahuasca, por más de 40 años. Aunque esta muestra no proporcionó mucha información, sí despertó la curiosidad de Schultes.
El etnobotánico Wade E. Davis, que en ese entonces trabajaba bajo las órdenes de Schultes, tuvo la misma curiosidad. Viajó a Haití, enviado por Schultes, para tratar de colectar muestras de “polvo zombi”. Preguntó a los bocors cómo se usaba, de qué estaba hecho y cómo se preparaba.
Davis obtuvo cinco muestras de “polvo zombi” y descubrió que en cuatro de ellas, cada una de regiones diferentes, contenían un mismo ingrediente: Tetrodotoxina, un anestésico que, de acuerdo a Davis, “es 160 mil veces más potente que la cocaína y quinientas veces más fuerte que el cianuro. Una cantidad de la toxina pura del tamaño de la cabeza de un alfiler supondría ya una dosis letal”.
Las muestras del polvo zombi contenían: un lagarto grande llamado Agamont; un sapo, el crapaud bouga (Bufo marinus), especie original de los trópicos americanos; el mal llamado sapo de mar o crapaud de mer, que en realidad es un pez globo, el Diodon hystrix; otras tres especies de peces globo, como el Diodon holocanthus, Sphoeroides testudineus y Sphoeroides spengleri; un gusano anélido de la familia de los Polychaeta; tarántulas y ciempiés.
Entre los productos vegetales se encontraban: Albizzia lebbeck, que los haitianos llaman tcha-tcha, una especie de árbol productor de sombra, originario de África occidental. La corteza y las vainas contienen saponinas que actúan como vermífugos, y sapotoxinas. Los síntomas por envenenamiento con saponinas incluyen: náuseas, vómitos y secreción excesiva en las vías respiratorias y edema pulmonar. También había Pois gratter, guisante picapica, una especie de liana Mucuna pruriens cuyas vainas tienen pelos extremadamente urticantes y sus semillas son psicoactivas. En África se utiliza una especie similar, la Mucuna flagellipes, como veneno con el que untan sus flechas. Contiene una sustancia muy parecida a la fisostigmina. Semillas de consigne (Trichilia hirta), un árbol de la familia de la caoba. Hojas de pomme cajou (Anacardium occidentale) o anacardo común. Hojas de bresillet (Comocladia glabra), una hiedra venenosa que produce dermatitis graves. Maman guepes (Urera baccifera), mashasha (Dalechampia scandens) y dumbcane (Dieffenbachia seguine) o “caña del mudo”, que utilizaban los dueños de las plantaciones como castigo, obligando a comerlas: como contienen oxalato de calcio, las hojas irritan la laringe y causa hinchazón, dificultando la respiración e impidiendo el habla.
Las muestras que consiguió Davis contenían también sustancias como la Bufotenina, la cual produce alucinaciones; y otros ingredientes activos que afectan al corazón y al sistema nervioso.
Davis publicó un artículo en el Journal of Ethnopharmacology en el que establece que los zombis existen, pero que se pueden explicar científicamente.
Los egipcios ya conocían el veneno del pez globo. En la tumba de Ti, faraón de la V dinastía, aparece representado. Se cree que los judíos prohibieron comer peces sin escamas (Deuteronomio) debido a estos animales. En China se le menciona en el Pentsao Chin, la primera gran farmacopea, escrita durante el reinado del mítico emperador Shun Nung (2838 a 2698 a. de C.). Más recientemente, durante la dinastía Han (202 a. de C. A 220 d. de C.) se descubrió que la toxina se acumula en el hígado de los peces. En el Pentsao Kang Mu (1596 d. de C.) se asegura que los niveles de toxina varían según las especies, y en la misma especie según la época del año.
Uno de los primeros europeos en comer pez globo lo fue el capitán James Cook. Por suerte el guiso no fue de su gusto y sólo le dio un bocado. Cook relata los síntomas de esta manera:
“Sentimos una debilidad extraordinaria en todos los miembros, acompañada de un entumecimiento o una sensación como la que se experimenta al exponer las manos o los pies al fuego después de haberse quedado aterido de frío. Perdí casi por completo la sensibilidad, y no distinguía los cuerpos ligeros de los pesados…; para mi mano, una medida de un cuarto de galón llena de agua y una pluma venían a ser lo mismo”
No corrieron con la misma suerte los marinos holandeses del Postilion. En la bitácora del barco se puede leer las anotaciones del médico de abordo, prácticamente, la descripción de un zombi: Diez minutos después de haber comido el pescado, el contramaestre
“yacía en el entrepuente y no podía levantarse sin hacer grandes esfuerzos; tenía la cara un tanto arrebolada, los ojos brillantes y las pupilas más bien contraídas; la boca estaba abierta y, como los músculos de la faringe se hallaban agarrotados por un calambre, se les escurría la saliva; tenía los labios hinchados y un poco azulados, le frente cubierta de sudor, el pulso rápido, breve e intermitente. El paciente estaba extremadamente agitado y sentía gran angustia, pero conservaba todavía la conciencia. Su estado pasó rápidamente a una forma de parálisis; los ojos quedaron fijos en una dirección; la respiración se hizo dificultosa, con dilatación de las aletas de la nariz; la cara palideció y se cubrió de un sudor frío; los labios se pusieron lívidos; perdió la conciencia y le falló el pulso; por último, su agitada respiración se detuvo. El paciente murió apenas diecisiete minutos después de haber comido una parte del hígado del pescado”.
Otro marino sufrió los mismos síntomas pero menos acentuados debido a que había vomitado varias veces, pero murió un minuto más tarde que su compañero: “Se produjo un movimiento convulsivo de los brazos, después de lo cual desapareció el pulso, y la lengua, lívida, se proyectó entre los labios”.
En México, el historiador Francisco Javier Clavijero escribió que en 1706, mientras exploraba Baja California en busca de un emplazamiento para una misión, los soldados españoles que le acompañaban encontraron, en un campamento abandonado por los indios, un hígado de botete (Sphoeroides lobatus). Se les hizo fácil asarlo para luego engullirlo. Uno se comió un trozo pequeño, otro lo probó y el tercero lo masticó sin llegar a tragarlo. El sabor era desagradable. El primero murió en menos de veinte minutos, el segundo poco después, mientras que el tercero permaneció inconsciente hasta el día siguiente.
Al igual que Seabrook, Zora Neale recopiló varios relatos de zombis. Uno de ellos refiere que una tal Marie, una joven encantadora que pertenecía a la alta sociedad de Haití, murió en 1909. Cinco años después sus antiguas condiscípulas la vieron al lado de la ventana de una casa, en Port-au-Prince. Hubo gran escándalo. El dueño de la casa se negó a que fuera registrado su inmueble. La policía ordenó abrir la sepultura, a regañadientes del padre de Marie. En el interior encontraron un esqueleto demasiado grande para ser el de Marie, incluso casi no cabía en el ataúd. Al lado del esqueleto estaban las ropas con las que había sido enterrada, cuidadosamente dobladas.
Entonces se dio una orden de cateo. Pero el propietario ya había desaparecido y no encontraron ni rastro de la muchacha. Se dijo que había sido convertida en zombi por un bocor. Al morir éste, su viuda la había entregado a un cura católico, quien la confió al dueño de la casa. Los miembros de la familia habían sacado a Marie ilegalmente de Haití, vestida de monja. Más tarde su hermano dijo haberla visitado en un convento de Francia.
Durante su estancia en Haití ocurrió un hecho sorprendente que marcaría la vida de la etnógrafa. En octubre de 1936 apareció una mujer desnuda caminando por el borde de la carretera en el valle de Artibonite. Decía llamarse Felicia Felix Mentor, natural de Ennery, y se dirigía a la casa de su hermano. Estaba en un estado tan miserable que fue conducida al hospital de Gonaives, en donde uno de sus hermanos la reconoció. De acuerdo con sus declaraciones había “muerto” dos años atrás y había sido enterrada. El certificado de defunción y las declaraciones de su marido, y otros miembros de su familia, confirmaron el relato. Felicia había perdido por completo la facultad de hablar y se escondía cuando alguien se le acercaba. No era capaz de pensar coherentemente
La noticia llegó a oídos de la doctora Hurston, quien visitó a la zombi en el hospital de Gonaives. Ahí logró fotografiarla, siendo ésta una de las pocas fotografías que se conocen de zombis.
“La mujer ofrecía un espectáculo horrible –escribió Hurston-, su cara estaba lívida, con ojos de muerto; los párpados blancos rodeando los ojos, como si se los hubiesen quemado con ácido. No se le podía decir nada ni oír una palabra de sus labios, sino sólo mirarla, y la visión de aquel desecho era demasiado para soportarlo durante mucho tiempo”.
Zora Neale Hurston llegó a intuir la verdad. En su libro Tell my Horse, publicado en 1938, expuso su hipótesis y sus conclusiones extraídas de las pláticas sostenidas con los doctores que atendieron a Felicia:
“Hablamos largo rato acerca de las teorías sobre el modo en que una persona llega a ser zombi. Concluimos que no se trataba de un caso de resurrección, sino de una apariencia de muerte inducida por una droga, que muy pocos conocían. Un secreto traído probablemente de África y transmitido de generación en generación. Los hombres conocen el secreto de la droga y del antídoto. Es evidente que destruye la parte del cerebro que rige la palabra y la voluntad. La víctima puede moverse y actuar, pero no formula un pensamiento. Los dos médicos expresaron su deseo de enterarse de ese secreto, pero se dieron cuenta de la imposibilidad de hacerlo. Esas sociedades secretas son realmente secretas”.
Hurston estuvo a punto de descubrir que la causante era la Datura stramonium, que los haitianos llaman cocombre zombi, o pepino de los zombis: la flor sagrada de la Estrella Polar.
El nombre de esta planta proviene de la palabra dhatureas, que eran bandas de ladrones de la India antigua. En ese país, tanto los asaltantes como las prostitutas utilizaban esta planta para atontar a sus víctimas. El principio activo de la planta actúa tópicamente, y una dosis relativamente pequeña provoca alucinaciones e ilusiones enloquecedoras, seguidas de confusión, desorientación y amnesia. Dosis más elevadas causan el estupor y la muerte.
En el siglo XVII, Johann Albert de Mandelslo escribió que las mujeres de la India engañaban a sus maridos con los europeos, drogando a los primeros con datura, “entregándose a las delicias del sexo, incluso en presencia de los maridos, que las miraban con ojos muy abiertos, sumidos en un estupor total”. Decía que cuando un hombre ingiere Datura, se atonta por 24 horas. “Durante ese tiempo está privado del uso de sus sentidos; no puede ver lo que se encuentra frente a él, aún cuando mantenga los ojos abiertos”.
La Datura se usó durante muchos años en los ritos mágico-religiosos de Sudamérica. Los sacerdotes de los chibchas suministraban una droga parecida a las esposas y los esclavos de los reyes muertos, antes de enterrarlos vivos con sus difuntos amos. En México se le utilizaba para “embrujar” a los amantes. Es el famoso Toloache.
La datura es una de las varias drogas que se utilizan para “fabricar” zombis, pues como veremos, existen otras toxinas involucradas en la poción zombi.
G. E. Simpson menciona el encuentro con otro zombi de Ennery. La mujer se llamaba Francina Illeus, a la que apodaban Ti Femme.
DOS ZOMBIS EN VIVO
Las investigaciones del doctor Douyon estuvieron apoyadas por el doctor Jean Bátiz Romain, director de Investigación y Ciencias Humanas de la Universidad de Haití. Romain, con 60 años (en 1980), había estudiado durante 35 años las prácticas del vudú haitiano. En 1981 mostró al reportero mexicano Fernando Ríos Parra, varias fotografías de zombis, pero rehusó que se publicaran. Estudió, junto con Douyon, a tres zombis, dos de los cuales continuaron siendo atendidos en el centro de investigación de Romain.
“El primer caso –relata Romain-, corresponde a Ellen, quien, dos años después de haber fallecido (en 1978), es encontrada por sus familiares, pero ya como una autómata.
“Ellen con 30 años de edad, tiene su acta de defunción; sus padres y marido asistieron al funeral y la enterraron. Al volver a la vida, luego de ser desenterrada, se le observó en la frente una marca o perforación que sufrió por uno de los clavos del ataúd, que era suficiente para haberla matado. La identificación de las huellas dactilares y el reconocimiento de sus familiares hacen imposible una suplantación”.
Cuando se procedió a exhumar su ataúd, se le encontró lleno de piedras.
Clairvius Narcisse es el otro caso. Fue declarado muerto a la una y cuarto de la tarde del 2 de mayo de 1962.
La historia de Narcisse es la más importante de todas ya que el hombre fue atendido en el servicio de urgencias del Hospital Albert Schweitser de Deschapelles, en Artibonite, en donde se conserva un registro preciso y digno de fiar. El hombre ingresó el 30 de abril a las 9:45 de la noche, sufriendo intensos dolores en todo el cuerpo y fiebre. Poco tiempo después comenzó a escupir sangre y los médicos que lo atendían no pudieron hacer nada. Narcisse sufrió hipotermia, náuseas e hipotensión, antes de quedar totalmente paralizado y encontrar la “muerte”. Sin embargo, conservó la conciencia hasta en la tumba, según contó después.
Sus hermanas, Angelina Narcisse y Marie Claire Narcisse, estamparon su pulgar en el certificado oficial de defunción. El cuerpo pasó al depósito de cadáveres, en donde permaneció por varias horas, hasta que lo llevaron a enterrar.
Su funeral fue conocido tanto por sus parientes como por sus amigos. Narcisse fue inhumado el 3 de mayo a las diez de la mañana en el pequeño cementerio situado al Norte de su pueblo, L’Estere.
“Durante todo el tiempo estuve consciente, aunque absolutamente inmovilizado. Escuché al médico cuando me declaró muerto y oí a mi hermana llorar. Cuando me metieron al ataúd y lo clavaron, uno de los clavos atravesó mi mejilla derecha, justo al lado de la boca. Pasó el tiempo, tal vez días, cuando escuché que me llamaban por mi nombre, y el suelo se abrió. Había tambores y gente que cantaba. Entre varios hombres me sujetaron y maniataron. Luego me golpearon con un látigo obligándome a caminar en la oscuridad de la noche. Caminamos durante varias jornadas ocultándonos de día, hasta que llegamos a una plantación de azúcar”.
En 1980 regresó a su pueblo natal asustando a quienes lo reconocieron. Clairvius se presentó ante su hermana Angelina utilizando el diminutivo con que lo conocía la familia desde su niñez. Narcisse contó que había sido un zombi y había trabajado como esclavo en una plantación de azúcar durante varios años.
Dijo que había sido su propio hermano quien había contratado a un bocor, Josef Jean, para convertirlo en zombi a causa de su herencia: Clairvius no quiso ceder su parte y eso selló su destino. Todo sucedió muy rápido: el domingo fue envenenado; el martes tuvo que ir a Gonaives, porque se sentía débil y con náuseas; por la tarde, al ingresar al hospital, tosía y respiraba con dificultad; al día siguiente, al medio día, entró en agonía. La lista de síntomas incluyen: edema pulmonar, trastornos digestivos con vómitos, dificultades respiratorias acentuadas, uremia, hipotermia, pérdida rápida de peso, hipertensión, cianosis y parestesia. Durante dos años permaneció trabajando como esclavo en la plantación de azúcar del propio bocor, en las inmediaciones de Ravine-Trompette, un pueblo situado al Norte cerca de Pilate, y no lejos de Cabo Haitiano. Junto a él trabajaba una docena de zombis que recibían una sola ración de alimentos por día. La alimentación era la misma que comía en su casa, sólo que no contenía sal. Uno de los cautivos, no se sabe por qué razón, dejó de comer durante varios días; luego pareció salir de su letargo y se reveló: tomó un azadón y mató al bocor Al morir el brujo, los zombis se dispersaron. Clairvius no quiso regresar a su pueblo por temor a su hermano y pasó dieciséis años vagando por diferentes zonas; ocho años los pasó en Saint Michel de L’Attalaye. Al enterarse de la muerte de su hermano, finalmente regresó a su pueblo.
La noticia dio vuelta al mundo y en 1981 la BBC llegó a Haití para filmar un documental. Ayudados de la familia redactaron una serie de preguntas que sólo el propio Clairvius podría responder. La entrevista se hizo justo sobre la tumba de Narcisse, en donde se puede leer “Ici repose Clairvius Narcisse”. Al llegar al cementerio se detuvo unos minutos, tratando de orientarse, y luego se hizo paso entre las apiladas tumbas hasta llegar a la suya. Ante las cámaras dijo:
“Ni siquiera estaba aquí cuando arrojaron tierra sobre el ataúd. Mi cuerpo estaba aquí, desde luego, pero yo flotaba en algún lugar indeterminado. Podía oír todo lo que sucedía. Entonces llegaron. Tenían mi alma en su poder. Me llamaron y la enviaron a través del suelo. Pensaban que yo era un bourreau (verdugo), de modo que, después de pasarse la botella, me ataron los brazos a los costados. Después fui citado a juicio, para ocho días más tarde. Son los amos de la tierra y hacen lo que les place”.
Clairvius no fue bien recibido en L’Estère, dijo que al llegar los aldeanos se burlaban de él y que incluso su familia le pidió que se retirara. Su propia hermana le ofreció dinero para que se fuera. Todos le tenían miedo. Pronto se armó gran alboroto y llegó la policía. Tomó a Clairvius bajo su protección y, tratando de evitar una tragedia, lo encerraron en la cárcel para protegerlo. Luego fue trasladado a la misión baptista. Finalmente el doctor Douyon se hizo cargo de él.
Natagette Joseph, otra de las zombis tratadas por el doctor Douyon, nació en 1920 y murió en 1966 en una refriega a causa de unas tierras. El cuerpo de la mujer fue llevado a la comisaría en donde el policía a cargo firmó el certificado de defunción, por ausencia del médico. En 1980 fue reconocida mientras vagabundeaba en torno a su pueblo, por el mismo policía que había certificado su muerte.
A finales de 1980 los medios de comunicación de Haití informaron del descubrimiento de un grupo de personas que se comportaban como retrasados mentales. Vagaban sin objeto cerca de la costa Norte del país. Rápidamente los campesinos los identificaron como zombis. La policía los capturó y los envió a Cabo Haití, en el destacamento militar. El ejército se encargó de regresarlos a sus comunidades de origen.
Tanto Ellen como Narcisse están siendo tratados de rehabilitar en el Hospital de Romain, aunque se avanza poco en ellos, ya que la falta de oxígeno afectó sus cerebros.
Según se cree, los dos zombis que se tienen en estudio, están ahí porque se cometieron sendos errores con ellos. En el caso de Ellen, el bocor murió bruscamente, por lo que ella quedó liberada sin proponérselo. En el segundo, uno de los encargados de darle un brebaje le dio por equivocación sal, y esto provocó que se rebelara y saliera del control del sacerdote.
Posteriormente discutiremos la importancia de la sal en el proceso de zombificación.
UN PODEROSO ANESTÉSICO
El doctor Douyon logró conseguir de un bocor “polvos de zombi” y envió una muestra de ellos a los Estados Unidos para su análisis. Quien analizó los polvos fue el doctor Richard Evans Schultes, director del Museo Botánico de la Universidad de Harvard, que había estudiado los narcóticos del Amazonas, como la ayahuasca, por más de 40 años. Aunque esta muestra no proporcionó mucha información, sí despertó la curiosidad de Schultes.
El etnobotánico Wade E. Davis, que en ese entonces trabajaba bajo las órdenes de Schultes, tuvo la misma curiosidad. Viajó a Haití, enviado por Schultes, para tratar de colectar muestras de “polvo zombi”. Preguntó a los bocors cómo se usaba, de qué estaba hecho y cómo se preparaba.
Davis obtuvo cinco muestras de “polvo zombi” y descubrió que en cuatro de ellas, cada una de regiones diferentes, contenían un mismo ingrediente: Tetrodotoxina, un anestésico que, de acuerdo a Davis, “es 160 mil veces más potente que la cocaína y quinientas veces más fuerte que el cianuro. Una cantidad de la toxina pura del tamaño de la cabeza de un alfiler supondría ya una dosis letal”.
Las muestras del polvo zombi contenían: un lagarto grande llamado Agamont; un sapo, el crapaud bouga (Bufo marinus), especie original de los trópicos americanos; el mal llamado sapo de mar o crapaud de mer, que en realidad es un pez globo, el Diodon hystrix; otras tres especies de peces globo, como el Diodon holocanthus, Sphoeroides testudineus y Sphoeroides spengleri; un gusano anélido de la familia de los Polychaeta; tarántulas y ciempiés.
Entre los productos vegetales se encontraban: Albizzia lebbeck, que los haitianos llaman tcha-tcha, una especie de árbol productor de sombra, originario de África occidental. La corteza y las vainas contienen saponinas que actúan como vermífugos, y sapotoxinas. Los síntomas por envenenamiento con saponinas incluyen: náuseas, vómitos y secreción excesiva en las vías respiratorias y edema pulmonar. También había Pois gratter, guisante picapica, una especie de liana Mucuna pruriens cuyas vainas tienen pelos extremadamente urticantes y sus semillas son psicoactivas. En África se utiliza una especie similar, la Mucuna flagellipes, como veneno con el que untan sus flechas. Contiene una sustancia muy parecida a la fisostigmina. Semillas de consigne (Trichilia hirta), un árbol de la familia de la caoba. Hojas de pomme cajou (Anacardium occidentale) o anacardo común. Hojas de bresillet (Comocladia glabra), una hiedra venenosa que produce dermatitis graves. Maman guepes (Urera baccifera), mashasha (Dalechampia scandens) y dumbcane (Dieffenbachia seguine) o “caña del mudo”, que utilizaban los dueños de las plantaciones como castigo, obligando a comerlas: como contienen oxalato de calcio, las hojas irritan la laringe y causa hinchazón, dificultando la respiración e impidiendo el habla.
Las muestras que consiguió Davis contenían también sustancias como la Bufotenina, la cual produce alucinaciones; y otros ingredientes activos que afectan al corazón y al sistema nervioso.
Davis publicó un artículo en el Journal of Ethnopharmacology en el que establece que los zombis existen, pero que se pueden explicar científicamente.
Los egipcios ya conocían el veneno del pez globo. En la tumba de Ti, faraón de la V dinastía, aparece representado. Se cree que los judíos prohibieron comer peces sin escamas (Deuteronomio) debido a estos animales. En China se le menciona en el Pentsao Chin, la primera gran farmacopea, escrita durante el reinado del mítico emperador Shun Nung (2838 a 2698 a. de C.). Más recientemente, durante la dinastía Han (202 a. de C. A 220 d. de C.) se descubrió que la toxina se acumula en el hígado de los peces. En el Pentsao Kang Mu (1596 d. de C.) se asegura que los niveles de toxina varían según las especies, y en la misma especie según la época del año.
Uno de los primeros europeos en comer pez globo lo fue el capitán James Cook. Por suerte el guiso no fue de su gusto y sólo le dio un bocado. Cook relata los síntomas de esta manera:
“Sentimos una debilidad extraordinaria en todos los miembros, acompañada de un entumecimiento o una sensación como la que se experimenta al exponer las manos o los pies al fuego después de haberse quedado aterido de frío. Perdí casi por completo la sensibilidad, y no distinguía los cuerpos ligeros de los pesados…; para mi mano, una medida de un cuarto de galón llena de agua y una pluma venían a ser lo mismo”
No corrieron con la misma suerte los marinos holandeses del Postilion. En la bitácora del barco se puede leer las anotaciones del médico de abordo, prácticamente, la descripción de un zombi: Diez minutos después de haber comido el pescado, el contramaestre
“yacía en el entrepuente y no podía levantarse sin hacer grandes esfuerzos; tenía la cara un tanto arrebolada, los ojos brillantes y las pupilas más bien contraídas; la boca estaba abierta y, como los músculos de la faringe se hallaban agarrotados por un calambre, se les escurría la saliva; tenía los labios hinchados y un poco azulados, le frente cubierta de sudor, el pulso rápido, breve e intermitente. El paciente estaba extremadamente agitado y sentía gran angustia, pero conservaba todavía la conciencia. Su estado pasó rápidamente a una forma de parálisis; los ojos quedaron fijos en una dirección; la respiración se hizo dificultosa, con dilatación de las aletas de la nariz; la cara palideció y se cubrió de un sudor frío; los labios se pusieron lívidos; perdió la conciencia y le falló el pulso; por último, su agitada respiración se detuvo. El paciente murió apenas diecisiete minutos después de haber comido una parte del hígado del pescado”.
Otro marino sufrió los mismos síntomas pero menos acentuados debido a que había vomitado varias veces, pero murió un minuto más tarde que su compañero: “Se produjo un movimiento convulsivo de los brazos, después de lo cual desapareció el pulso, y la lengua, lívida, se proyectó entre los labios”.
En México, el historiador Francisco Javier Clavijero escribió que en 1706, mientras exploraba Baja California en busca de un emplazamiento para una misión, los soldados españoles que le acompañaban encontraron, en un campamento abandonado por los indios, un hígado de botete (Sphoeroides lobatus). Se les hizo fácil asarlo para luego engullirlo. Uno se comió un trozo pequeño, otro lo probó y el tercero lo masticó sin llegar a tragarlo. El sabor era desagradable. El primero murió en menos de veinte minutos, el segundo poco después, mientras que el tercero permaneció inconsciente hasta el día siguiente.
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