Martin ramirez: el indio que resulto ser un genio
EN EL AMERICAN FOLK ART MUSEUM, 40 AÑOS DESPUÉS DE MORIR
Un desconcertante pintor mexicano muerto hace 40 años encandila a Nueva York
Un desconcertante pintor mexicano muerto hace 40 años encandila a Nueva York
MADRID.- Esta es la historia de Martín Ramírez, pintor mexicano desconcertante, maldito a su pesar, jamás domesticado y pasto de amnesias colectivas. Transcurridos 40 años de su muerte regresa a las portadas que jamás visitó. Fue un mártir involuntario del crac del 29 y un enfermo mental recluido durante tres décadas.
Sus cuadros, vomitados sobre papel de embalar, pueden visitarse hasta el 29 de abril en el American Folk Art Museum de Nueva York. Ahora que el 'New York Times' lo ha santificado (portada en la sección de cultura) la fiebre del coleccionismo centellea. Colgar al pintor salvaje en un salón cuesta millones de dólares. Su figura tiene polvo mágico, exotismo y candor, poderes diabólicos que ojalá no empañen la calidad de una obra misteriosa y terrible.
Ramírez nació en Los Altos de Jalisco, México, en 1895. Campesino de origen indio, amante del trabajo en el monte, tenía mujer y cuatro hijos, una pequeña parcela y un caballo cuando emigró a Estados Unidos en 1925. Como un hijo del fatalista Corman McCarthy cruzó el tajo que separa México del vecino. Encontró irresistible la llamada de California, donde las historias de fortuna, las meretrices de los calendarios y el fulgor de Hollywood creaban mitología en vena. Allí trabajó en el ferrocarril, pero la quiebra de la bolsa neoyorquina de 1929 lo dejó en la calle.
Las noticias de la rebelión cristera, que arruinó a los suyos en Jalisco, contribuyeron a minarlo. Durante varios meses vagabundeó picoteando sobras y durmiendo al relente. Incapaz de chapurrear una palabra de inglés, lo devoró la enorme leprosería que sucedió al crac.
Cuadro de Ramírez. (Foto: American Folk Art Museum)
Desorientado, lejos de su familia, fue detenido y enviado a un hospital, donde los doctores diagnosticaron sucesivamente esquizofrenia, depresión aguda, catatonia y psicosis. Salvo una fugaz visita de un sobrino, que lo localizó años después, jamás volvió a saber de los suyos. Cuando el sobrino preguntó por qué no dejaba el psiquiátrico y regresaba a México, Ramírez respondió que ya había viajado suficiente, emplazándolo a reencontrarse durante el Juicio Final.
Durante el resto de su vida Martín Ramírez optó por no hablar. Recluido en el silencio, recorrió instituciones mentales y recaló en el Dewit State Hospital, un psiquiátrico del norte de California. También comenzó a pintar. Tarmo Pasto, profesor de Psicología y Arte en la Universidad Estatal de Sacramento, quedó fascinado.
Intuyó la grandeza de aquella obra, repleta de simbolismo y trenes infinitos. Hasta entonces Ramírez había peleado para salvar los dibujos de los celadores, que convencidos de que estaban infectados con los bacilos de la tuberculosis, registraban la celda para destruirlos.
'Cartin Cat Bird'.
El doctor Pasto cambió esa inercia. Coleccionaba sus dibujos. Organizó exposiciones de su obra e, incluso, ofreció sin suerte al Guggenheim comprar algún cuadro. Nadie llegó a entrevistar a Ramírez. Su densa liturgia quedó sin explicar. Víctor y Kristian Espinosa han trabajado durante años para alumbrarla. Gracias a su empeño Nueva York saluda a un artista mayor, autor de al menos 300 obras y diarista íntimo situado a millones de kilómetros de cualquier tendencia. Si el artista puro parece un mito, Ramírez revienta la horma.
Según Brooke Davis Anderson, comisaria de la exposición, "los dibujos de Ramírez se caracterizan por la inventiva gráfica, la extraordinaria manipulación espacial y el repertorio de unas imágenes que funden motivos de la cultura popular mexicana con las experiencias del artista, su confinamiento y, antes, las vivencias de la pobreza y el exilio en los Estados Unidos".
Sus líneas repetitivas, la calidad de los diseños y el poder de sus formas revelan a un audaz creador que exhibía una tremenda capacidad exploratoria a través de un limitado número de temas". Asomarse a sus pistoleros a caballo, crótalos y trenes presenta un mundo que cuando no conmueve asusta. Ramírez no pujaba por la posteridad, ni supo jamás del reconocimiento de ultratumba, gracia que llega cuando los chamanes descubren tu calavera para exhibirla en una iglesia o un simposio.
Pintaba iluminado por vírgenes aztecas, bajo un cielo de azúcar. Hablando solo, como un santo que se hubiera volado la tapa de los sesos, dejó un legado que mantiene flipados a los eruditos. La última sensación de Manhattan es un indio mudo que resultó un genio.
Sus cuadros, vomitados sobre papel de embalar, pueden visitarse hasta el 29 de abril en el American Folk Art Museum de Nueva York. Ahora que el 'New York Times' lo ha santificado (portada en la sección de cultura) la fiebre del coleccionismo centellea. Colgar al pintor salvaje en un salón cuesta millones de dólares. Su figura tiene polvo mágico, exotismo y candor, poderes diabólicos que ojalá no empañen la calidad de una obra misteriosa y terrible.
Ramírez nació en Los Altos de Jalisco, México, en 1895. Campesino de origen indio, amante del trabajo en el monte, tenía mujer y cuatro hijos, una pequeña parcela y un caballo cuando emigró a Estados Unidos en 1925. Como un hijo del fatalista Corman McCarthy cruzó el tajo que separa México del vecino. Encontró irresistible la llamada de California, donde las historias de fortuna, las meretrices de los calendarios y el fulgor de Hollywood creaban mitología en vena. Allí trabajó en el ferrocarril, pero la quiebra de la bolsa neoyorquina de 1929 lo dejó en la calle.
Las noticias de la rebelión cristera, que arruinó a los suyos en Jalisco, contribuyeron a minarlo. Durante varios meses vagabundeó picoteando sobras y durmiendo al relente. Incapaz de chapurrear una palabra de inglés, lo devoró la enorme leprosería que sucedió al crac.
Cuadro de Ramírez. (Foto: American Folk Art Museum)
Desorientado, lejos de su familia, fue detenido y enviado a un hospital, donde los doctores diagnosticaron sucesivamente esquizofrenia, depresión aguda, catatonia y psicosis. Salvo una fugaz visita de un sobrino, que lo localizó años después, jamás volvió a saber de los suyos. Cuando el sobrino preguntó por qué no dejaba el psiquiátrico y regresaba a México, Ramírez respondió que ya había viajado suficiente, emplazándolo a reencontrarse durante el Juicio Final.
Durante el resto de su vida Martín Ramírez optó por no hablar. Recluido en el silencio, recorrió instituciones mentales y recaló en el Dewit State Hospital, un psiquiátrico del norte de California. También comenzó a pintar. Tarmo Pasto, profesor de Psicología y Arte en la Universidad Estatal de Sacramento, quedó fascinado.
Intuyó la grandeza de aquella obra, repleta de simbolismo y trenes infinitos. Hasta entonces Ramírez había peleado para salvar los dibujos de los celadores, que convencidos de que estaban infectados con los bacilos de la tuberculosis, registraban la celda para destruirlos.
'Cartin Cat Bird'.
El doctor Pasto cambió esa inercia. Coleccionaba sus dibujos. Organizó exposiciones de su obra e, incluso, ofreció sin suerte al Guggenheim comprar algún cuadro. Nadie llegó a entrevistar a Ramírez. Su densa liturgia quedó sin explicar. Víctor y Kristian Espinosa han trabajado durante años para alumbrarla. Gracias a su empeño Nueva York saluda a un artista mayor, autor de al menos 300 obras y diarista íntimo situado a millones de kilómetros de cualquier tendencia. Si el artista puro parece un mito, Ramírez revienta la horma.
Según Brooke Davis Anderson, comisaria de la exposición, "los dibujos de Ramírez se caracterizan por la inventiva gráfica, la extraordinaria manipulación espacial y el repertorio de unas imágenes que funden motivos de la cultura popular mexicana con las experiencias del artista, su confinamiento y, antes, las vivencias de la pobreza y el exilio en los Estados Unidos".
Sus líneas repetitivas, la calidad de los diseños y el poder de sus formas revelan a un audaz creador que exhibía una tremenda capacidad exploratoria a través de un limitado número de temas". Asomarse a sus pistoleros a caballo, crótalos y trenes presenta un mundo que cuando no conmueve asusta. Ramírez no pujaba por la posteridad, ni supo jamás del reconocimiento de ultratumba, gracia que llega cuando los chamanes descubren tu calavera para exhibirla en una iglesia o un simposio.
Pintaba iluminado por vírgenes aztecas, bajo un cielo de azúcar. Hablando solo, como un santo que se hubiera volado la tapa de los sesos, dejó un legado que mantiene flipados a los eruditos. La última sensación de Manhattan es un indio mudo que resultó un genio.
Ciento cuarenta dibujos del ‘artista esquizofrénico’ mexicano Martín Ramírez (1895-1963) fueron descubiertos por casualidad en un garaje por los familiares de un director de uno de los centros psiquiátricos donde estuvo internado la mitad de su vida.
Se trata de un importante descubrimiento, ya que hasta ahora sólo se conocían 300 de las obras que Ramírez realizó en el Hospital Estatal DeWitt en Auburn, en el estado de California.
El descubrimiento fue posible a raíz de la retrospectiva que el Museo de Arte Folclórico de Nueva York realizó entre enero y mayo de este año de la obra de Ramírez y en la que se exhibieron 97 dibujos.
Familiares del doctor Max Dunievitz, que fue director médico del Hospital Estatal DeWitt, escribieron en enero un e-mail al museo explicando que tenían en el garaje varias obras que Ramírez realizó en los tres últimos años de su vida, precisa el diario.
La familia Dunievitz quiere ahora vender la colección de arte y donar tres de las obras al Museo de Arte Folclórico.
Ramírez abandonó su rancho en Jalisco (México) en 1925 para buscar trabajo en los Estados Unidos y poder mantener a su familia, pero tras la Gran Depresión perdió la casa y el empleo.
Tras ser recogido por la policía en California el artista mexicano fue llevado a un centro psiquiátrico, donde permaneció encerrado la mitad de su vida.
El dibujante mexicano, al que le diagnosticaron esquizofrenia catatónica y que apenas habló durante los 32 años que estuvo internado, fue descubierto a principios de los años 50 por Tarmo Pasto, un profesor de psicología y arte, que hizo de Ramírez asunto central de su investigación sobre la enfermedad mental y la creatividad.
La obra de Ramírez, cuyos dibujos han llegado a venderse por 100.000 dólares, está llena de Madonas mexicanas, animales, vaqueros, trenes y paisajes se mezclan con escenas de la cultura estadounidense.
Se trata de un importante descubrimiento, ya que hasta ahora sólo se conocían 300 de las obras que Ramírez realizó en el Hospital Estatal DeWitt en Auburn, en el estado de California.
El descubrimiento fue posible a raíz de la retrospectiva que el Museo de Arte Folclórico de Nueva York realizó entre enero y mayo de este año de la obra de Ramírez y en la que se exhibieron 97 dibujos.
Familiares del doctor Max Dunievitz, que fue director médico del Hospital Estatal DeWitt, escribieron en enero un e-mail al museo explicando que tenían en el garaje varias obras que Ramírez realizó en los tres últimos años de su vida, precisa el diario.
La familia Dunievitz quiere ahora vender la colección de arte y donar tres de las obras al Museo de Arte Folclórico.
Ramírez abandonó su rancho en Jalisco (México) en 1925 para buscar trabajo en los Estados Unidos y poder mantener a su familia, pero tras la Gran Depresión perdió la casa y el empleo.
Tras ser recogido por la policía en California el artista mexicano fue llevado a un centro psiquiátrico, donde permaneció encerrado la mitad de su vida.
El dibujante mexicano, al que le diagnosticaron esquizofrenia catatónica y que apenas habló durante los 32 años que estuvo internado, fue descubierto a principios de los años 50 por Tarmo Pasto, un profesor de psicología y arte, que hizo de Ramírez asunto central de su investigación sobre la enfermedad mental y la creatividad.
La obra de Ramírez, cuyos dibujos han llegado a venderse por 100.000 dólares, está llena de Madonas mexicanas, animales, vaqueros, trenes y paisajes se mezclan con escenas de la cultura estadounidense.
Nueva York, 8 de mayo. Nadie conocía más que su nombre -Martín Ramírez-, que nació en Jalisco y que dibujaba en un manicomio en California, cuando su obra empezó a cotizarse en decenas de miles de dólares. Más tarde ésta apareció en exposiciones importantes -junto con obras de Dalí y Breton- y luego Octavio Paz la abordó en un ensayo; fue entonces cuando los museos empezaron a coleccionarla (como el de Arte Moderno de Nueva York).
Los coleccionistas, los comerciantes de arte y algunos críticos preferían el aura de misterio que rodeaba a un loco que dibujaba arte reducido al término naif, y encasillar sus dibujos como creaciones individuales y autónomas (casi ninguno está firmado o fechado), con el pretexto de que sólo era necesario apreciar la obra en sí misma, sin historia, contexto ni identidad.
Roberta Smith, la crítica de arte del New York Times, afirma que ''es simplemente uno de los más grandes artistas del siglo XX. Pertenece al grupo de genios dibujantes, accesibles e irresistibles, que incluye a Paul Klee, Saul Steinberg y Charles Schulz".
Artista autodidacta
Más de 40 años después de la muerte de Martín Ramírez, reconocido ahora como uno de los grandes artistas autodidactas del mundo, un investigador mexicano, quien se obsesionó con el misterio que rodea a este migrante, descubrió su historia, las vicisitudes, el sufrimiento y la soledad que está detrás de los dibujos.
Durante 10 años, Víctor Espinosa se dedicó a indagar quién era el que hacía estos extraordinarios dibujos en un cuarto con capacidad para 30 pacientes, pero que albergaba hasta 70, en un manicomio en California. Supo que sobre el piso colocaba el papel y trabajaba con lápices, crayolas, acuarelas y recortes de revistas que lograba obtener.
Al examinar la obra y las pistas que ésta ofrecía, Espinosa descubrió a un migrante mexicano que deseaba contar, una y otra vez, su historia, al tiempo de rescatar y trazar su trayectoria mediante cientos de dibujos que, juntos, ofrecen la narrativa de una vida y una identidad que médicos, autoridades, y después comerciantes de arte, habían intentado anular.
De pronto, Martín Ramírez recuperó su nombre y apellido. ''Pensaban que era mudo y loco, pero esto era el reflejo del racismo contra los migrantes", comenta Espinosa en entrevista con La Jornada. Y es que no hablaba inglés y ni la policía ni los médicos, quienes lo diagnosticaron como ''incurable" por una depresión crónica y una ''esquizofrenia catatónica", lo entendían.
Así fue catalogado como un creador outsider (arte de los marginados), como un autodidacta naif, y un ejemplo de aquellos que desde manicomios, cárceles y otras esquinas marginales de la sociedad, fuera del universo formal de las artes plásticas, producían obra como algo proveniente de otro mundo.
La primera gran exposición de su obra en un museo de Nueva York, el American Folk Art Museum, y la primera retrospectiva en casi 20 años (23 de enero al 13 de mayo) incluye, por primera vez, el fruto de alrededor de dos décadas de investigación sobre el artista realizada por Víctor y Kristin Espinosa, ambos sociólogos, y con ello la revelación de la vida del artista y el contexto que describe su obra.
Espinosa guió a La Jornada por la exposición, y narró lo que descubrió detrás de esa obra. ''Empecé por el misterio: quién era este loco, mudo, que no hablaba inglés", y que casi nunca firmó ni fechó su obra.
El sociólogo explicó que trazó la ruta de la vida del artista buscando familiares y documentos. Registró su nacimiento, matrimonios y propiedades, y lo que ocurrió después de que éste cruzó la frontera con Estados Unidos. Los pocos datos que se conocían fueron ofreciendo algunas pistas, y a lo largo de años de investigación se empezaron a revelar los detalles de su vida.
Martín Ramírez nació en el municipio de Tepatitlán, un rancho en Los Altos de Jalisco, en 1895, se casó y tuvo cuatro hijos (aunque no vio el nacimiento de su único hijo varón). Tenía un terreno y, lo que más amaba, un caballo. En 1925 se vio obligado a migrar al norte por la situación política y económica que padecía esa región y llegó eventualmente a California, donde trabajó en el ferrocarril y en las minas. Al inicio mantuvo contacto con su familia, enviando remesas y soñando con regresar. Pero el sueño americano se destruyó al estallar la gran depresión. Durante el mismo periodo, su creciente preocupación por la guerra cristera que tiene su epicentro justo en Los Altos, le provoca gran angustia.
Peor aún, cuenta Espinosa, recibe una carta de su hermano contando que han perdido todo, y que estaban a punto de ejecutarlo junto con otros, pero que la esposa de Ramírez lo salvó al decir que era su esposo y más, pero lo que entiende Ramírez es que su esposa y los demás lo han traicionado al sumarse a los federales contra los cristeros.
Desempleado y desconsolado por las desgracias en su vida, viviendo en las calles en el norte de California, en 1931 es arrestado por la policía e internado en un hospital siquiátrico. Aunque intentó escapar varias veces, desde entonces hasta el fin de su vida, en 1963, Ramírez vivió en manicomios, donde casi nunca hablaba con nadie. Pero pronto empezó a dibujar.
Sin embargo, toda la obra que produjo entre 1935 y 1948 fue destruida por el personal del manicomio, porque pensaba que sólo eran los dibujos de un loco. En 1948 fue trasladado al Hospital Estatal DeWitt, en Auburn, California, y es ahí, cuenta Espinosa, que ''ocurre el milagro".
El aura de misterio
Ese mismo año, por casualidad, Tarmo Paso, profesor de sicología y arte en la Universidad Estatal de Sacramento, ve la obra y reconoce su valor artístico, posteriormente se encuentra con Ramírez en el manicomio. Obliga al hospital a rescatar las obras y empieza a brindarle materiales. Colecciona la obra y empieza a divulgarla al público, con la primera exhibición en la Galería Crocker, en 1951.
Se interesan en ella coleccionistas y galerías y desde ahí la obra empieza a ser conocida en algunos circuitos artísticos en Estados Unidos. En total, se logran rescatar unos 300 dibujos y son exhibidos en Syracuse, Chicago, San Francisco, Los Angeles, Filadelfia, como también en Londres, donde empieza a adquirir cada vez más valor (artístico y comercial).
En 1986, su obra es incluida en una exposición de los artistas latinos más importantes (los mexicano-estadunidenses), y Octavio Paz, encargado de escribir el catálogo sobre esa exhibición, se enfoca en Ramírez, provocando irritación entre los otros artistas y los curadores.
Fue en 1989 que se organizó la primera gran exposición de su obra en México, en el recién inaugurado Museo de Arte Contemporáneo, rompiendo récord de asistencia, a pesar de que las dos muestras anteriores habían estado dedicadas a Dalí y Picasso, respectivamente.
El trabajo de Ramírez empieza a cotizarse en decenas de miles de dólares; su obra es adquirida por algunos museos (el Guggenheim, en Nueva York, tiene 10 de sus dibujos), pero aún se sabe muy poco sobre el artista. Espinosa cuenta que los coleccionistas, los comerciantes de arte y hasta los críticos lo preferían así, para con ello mantener el aura de misterio.
En México, los críticos decían que no se podía considerar a Ramírez como un artista mexicano, porque produjo su obra en Estados Unidos, donde lo etiquetan como latino misterioso e interesante, por ser un maestro autodidacta recluido en un manicomio, y por ello dentro de la categoría de los ''genios locos" -lo cual beneficiaba a los dealers, porque lo vendían mejor.
Pero con la investigación de los Espinosa, lo que antes se trataba como obras de un loco, y cada dibujo como un objeto separado y sin ningún contexto, se revela como una historia coherente. ''Todos los dibujos, todos, son autobiográficos", explica Espinosa a La Jornada. ''Cuenta su historia, su crisis", dice. Desde la situación apocalíptica en México, en su tierra natal, su estancia en Estados Unidos, así como la crisis económica que vive sin poder regresar, con noticias que interpreta como traiciones, y perdido en las calles de un lugar ajeno donde no se puede comunicar por desconocer el idioma, ''hasta el más entero y fuerte puede doblegarse, ¿o no?", dice su biógrafo. Pero los dibujos son ''su memoria de sobrevivencia, pero a la vez son su forma de sobrevivir".
La obra tiene que verse en su conjunto, insiste Espinosa, ya que Ramírez ''está construyendo una narrativa, es una obra total".
Una esperanza para el futuro
La exposición aquí, 97 dibujos, algunos enormes, tiene cuatro grandes temas: jinetes, ferrocarriles, madonas y paisajes. ''Los trenes, pues, son parte del viaje del migrante", comenta Espinosa, frente a varios dibujos con rieles, túneles y ferrocarriles. Las madonas parecen ser la Virgen de la Inmaculada Concepción, símbolo de Los Altos, pero algunas de las imágenes tienen serpientes debajo, y podrían representar el conflicto íntimo sobre lo que él piensa que ha ocurrido con su esposa.
Los jinetes a veces son imágenes ligadas con la Revolución, o tal vez la guerra cristera, pero también con el animal que más le gustaba a Ramírez, quien, según su hija, comentó que un caballo y un rifle podrían ser todo lo que necesita un hombre para ser feliz. Los paisajes incluyen imágenes tanto de su pueblo como impresiones de Estados Unidos, un país rico y moderno, con numerosos automóviles sobre autopistas.
Pero Espinosa señala que en gran medida, la obra es ''todo un trayecto transfronterizo, un mapa trasnacional conjunto", con el encuentro o desencuentro entre México y Estados Unidos.
Algunos de los visitantes al museo parecen entenderlo así. ''Es un orgullo para todos los migrantes mexicanos y no mexicanos venir al museo y mirar su obra", escribió alguien en el libro de comentarios. Otro comenta: ''Usted es para los mexicanos lo que Picasso es para los españoles, Van Gogh para los holandeses (...) Los niños y niñas hijos de inmigrantes lo ven como un artista de los nuestros y una esperanza para el futuro".
De hecho, el consulado de México en Nueva York llegó a un acuerdo para alentar a la comunidad mexicana a ver la exhibición logrando la entrada gratuita a cualquiera que contara con una matrícula consular.
La exhibición en el American Folk Art Museum concluye el domingo 13 de mayo. Después irá al San Jose Museum of Art, del 9 de junio al 9 de septiembre, en San Jose, California, y posteriormente al Milwaukee Art Museum, del 6 de octubre al 6 de enero. Mayor información en la página web www.folkartmuseum.org
Los coleccionistas, los comerciantes de arte y algunos críticos preferían el aura de misterio que rodeaba a un loco que dibujaba arte reducido al término naif, y encasillar sus dibujos como creaciones individuales y autónomas (casi ninguno está firmado o fechado), con el pretexto de que sólo era necesario apreciar la obra en sí misma, sin historia, contexto ni identidad.
Roberta Smith, la crítica de arte del New York Times, afirma que ''es simplemente uno de los más grandes artistas del siglo XX. Pertenece al grupo de genios dibujantes, accesibles e irresistibles, que incluye a Paul Klee, Saul Steinberg y Charles Schulz".
Artista autodidacta
Más de 40 años después de la muerte de Martín Ramírez, reconocido ahora como uno de los grandes artistas autodidactas del mundo, un investigador mexicano, quien se obsesionó con el misterio que rodea a este migrante, descubrió su historia, las vicisitudes, el sufrimiento y la soledad que está detrás de los dibujos.
Durante 10 años, Víctor Espinosa se dedicó a indagar quién era el que hacía estos extraordinarios dibujos en un cuarto con capacidad para 30 pacientes, pero que albergaba hasta 70, en un manicomio en California. Supo que sobre el piso colocaba el papel y trabajaba con lápices, crayolas, acuarelas y recortes de revistas que lograba obtener.
Al examinar la obra y las pistas que ésta ofrecía, Espinosa descubrió a un migrante mexicano que deseaba contar, una y otra vez, su historia, al tiempo de rescatar y trazar su trayectoria mediante cientos de dibujos que, juntos, ofrecen la narrativa de una vida y una identidad que médicos, autoridades, y después comerciantes de arte, habían intentado anular.
De pronto, Martín Ramírez recuperó su nombre y apellido. ''Pensaban que era mudo y loco, pero esto era el reflejo del racismo contra los migrantes", comenta Espinosa en entrevista con La Jornada. Y es que no hablaba inglés y ni la policía ni los médicos, quienes lo diagnosticaron como ''incurable" por una depresión crónica y una ''esquizofrenia catatónica", lo entendían.
Así fue catalogado como un creador outsider (arte de los marginados), como un autodidacta naif, y un ejemplo de aquellos que desde manicomios, cárceles y otras esquinas marginales de la sociedad, fuera del universo formal de las artes plásticas, producían obra como algo proveniente de otro mundo.
La primera gran exposición de su obra en un museo de Nueva York, el American Folk Art Museum, y la primera retrospectiva en casi 20 años (23 de enero al 13 de mayo) incluye, por primera vez, el fruto de alrededor de dos décadas de investigación sobre el artista realizada por Víctor y Kristin Espinosa, ambos sociólogos, y con ello la revelación de la vida del artista y el contexto que describe su obra.
Espinosa guió a La Jornada por la exposición, y narró lo que descubrió detrás de esa obra. ''Empecé por el misterio: quién era este loco, mudo, que no hablaba inglés", y que casi nunca firmó ni fechó su obra.
El sociólogo explicó que trazó la ruta de la vida del artista buscando familiares y documentos. Registró su nacimiento, matrimonios y propiedades, y lo que ocurrió después de que éste cruzó la frontera con Estados Unidos. Los pocos datos que se conocían fueron ofreciendo algunas pistas, y a lo largo de años de investigación se empezaron a revelar los detalles de su vida.
Martín Ramírez nació en el municipio de Tepatitlán, un rancho en Los Altos de Jalisco, en 1895, se casó y tuvo cuatro hijos (aunque no vio el nacimiento de su único hijo varón). Tenía un terreno y, lo que más amaba, un caballo. En 1925 se vio obligado a migrar al norte por la situación política y económica que padecía esa región y llegó eventualmente a California, donde trabajó en el ferrocarril y en las minas. Al inicio mantuvo contacto con su familia, enviando remesas y soñando con regresar. Pero el sueño americano se destruyó al estallar la gran depresión. Durante el mismo periodo, su creciente preocupación por la guerra cristera que tiene su epicentro justo en Los Altos, le provoca gran angustia.
Peor aún, cuenta Espinosa, recibe una carta de su hermano contando que han perdido todo, y que estaban a punto de ejecutarlo junto con otros, pero que la esposa de Ramírez lo salvó al decir que era su esposo y más, pero lo que entiende Ramírez es que su esposa y los demás lo han traicionado al sumarse a los federales contra los cristeros.
Desempleado y desconsolado por las desgracias en su vida, viviendo en las calles en el norte de California, en 1931 es arrestado por la policía e internado en un hospital siquiátrico. Aunque intentó escapar varias veces, desde entonces hasta el fin de su vida, en 1963, Ramírez vivió en manicomios, donde casi nunca hablaba con nadie. Pero pronto empezó a dibujar.
Sin embargo, toda la obra que produjo entre 1935 y 1948 fue destruida por el personal del manicomio, porque pensaba que sólo eran los dibujos de un loco. En 1948 fue trasladado al Hospital Estatal DeWitt, en Auburn, California, y es ahí, cuenta Espinosa, que ''ocurre el milagro".
El aura de misterio
Ese mismo año, por casualidad, Tarmo Paso, profesor de sicología y arte en la Universidad Estatal de Sacramento, ve la obra y reconoce su valor artístico, posteriormente se encuentra con Ramírez en el manicomio. Obliga al hospital a rescatar las obras y empieza a brindarle materiales. Colecciona la obra y empieza a divulgarla al público, con la primera exhibición en la Galería Crocker, en 1951.
Se interesan en ella coleccionistas y galerías y desde ahí la obra empieza a ser conocida en algunos circuitos artísticos en Estados Unidos. En total, se logran rescatar unos 300 dibujos y son exhibidos en Syracuse, Chicago, San Francisco, Los Angeles, Filadelfia, como también en Londres, donde empieza a adquirir cada vez más valor (artístico y comercial).
En 1986, su obra es incluida en una exposición de los artistas latinos más importantes (los mexicano-estadunidenses), y Octavio Paz, encargado de escribir el catálogo sobre esa exhibición, se enfoca en Ramírez, provocando irritación entre los otros artistas y los curadores.
Fue en 1989 que se organizó la primera gran exposición de su obra en México, en el recién inaugurado Museo de Arte Contemporáneo, rompiendo récord de asistencia, a pesar de que las dos muestras anteriores habían estado dedicadas a Dalí y Picasso, respectivamente.
El trabajo de Ramírez empieza a cotizarse en decenas de miles de dólares; su obra es adquirida por algunos museos (el Guggenheim, en Nueva York, tiene 10 de sus dibujos), pero aún se sabe muy poco sobre el artista. Espinosa cuenta que los coleccionistas, los comerciantes de arte y hasta los críticos lo preferían así, para con ello mantener el aura de misterio.
En México, los críticos decían que no se podía considerar a Ramírez como un artista mexicano, porque produjo su obra en Estados Unidos, donde lo etiquetan como latino misterioso e interesante, por ser un maestro autodidacta recluido en un manicomio, y por ello dentro de la categoría de los ''genios locos" -lo cual beneficiaba a los dealers, porque lo vendían mejor.
Pero con la investigación de los Espinosa, lo que antes se trataba como obras de un loco, y cada dibujo como un objeto separado y sin ningún contexto, se revela como una historia coherente. ''Todos los dibujos, todos, son autobiográficos", explica Espinosa a La Jornada. ''Cuenta su historia, su crisis", dice. Desde la situación apocalíptica en México, en su tierra natal, su estancia en Estados Unidos, así como la crisis económica que vive sin poder regresar, con noticias que interpreta como traiciones, y perdido en las calles de un lugar ajeno donde no se puede comunicar por desconocer el idioma, ''hasta el más entero y fuerte puede doblegarse, ¿o no?", dice su biógrafo. Pero los dibujos son ''su memoria de sobrevivencia, pero a la vez son su forma de sobrevivir".
La obra tiene que verse en su conjunto, insiste Espinosa, ya que Ramírez ''está construyendo una narrativa, es una obra total".
Una esperanza para el futuro
La exposición aquí, 97 dibujos, algunos enormes, tiene cuatro grandes temas: jinetes, ferrocarriles, madonas y paisajes. ''Los trenes, pues, son parte del viaje del migrante", comenta Espinosa, frente a varios dibujos con rieles, túneles y ferrocarriles. Las madonas parecen ser la Virgen de la Inmaculada Concepción, símbolo de Los Altos, pero algunas de las imágenes tienen serpientes debajo, y podrían representar el conflicto íntimo sobre lo que él piensa que ha ocurrido con su esposa.
Los jinetes a veces son imágenes ligadas con la Revolución, o tal vez la guerra cristera, pero también con el animal que más le gustaba a Ramírez, quien, según su hija, comentó que un caballo y un rifle podrían ser todo lo que necesita un hombre para ser feliz. Los paisajes incluyen imágenes tanto de su pueblo como impresiones de Estados Unidos, un país rico y moderno, con numerosos automóviles sobre autopistas.
Pero Espinosa señala que en gran medida, la obra es ''todo un trayecto transfronterizo, un mapa trasnacional conjunto", con el encuentro o desencuentro entre México y Estados Unidos.
Algunos de los visitantes al museo parecen entenderlo así. ''Es un orgullo para todos los migrantes mexicanos y no mexicanos venir al museo y mirar su obra", escribió alguien en el libro de comentarios. Otro comenta: ''Usted es para los mexicanos lo que Picasso es para los españoles, Van Gogh para los holandeses (...) Los niños y niñas hijos de inmigrantes lo ven como un artista de los nuestros y una esperanza para el futuro".
De hecho, el consulado de México en Nueva York llegó a un acuerdo para alentar a la comunidad mexicana a ver la exhibición logrando la entrada gratuita a cualquiera que contara con una matrícula consular.
La exhibición en el American Folk Art Museum concluye el domingo 13 de mayo. Después irá al San Jose Museum of Art, del 9 de junio al 9 de septiembre, en San Jose, California, y posteriormente al Milwaukee Art Museum, del 6 de octubre al 6 de enero. Mayor información en la página web www.folkartmuseum.org
Pfff genial la biografía, yo conocí la obra de Martín Ramírez en la exposición que se menciona en México (por cierto no fue el museo de Arte Contemporáneo donde se exhibió, que existe pero no es el lugar de esa exhibición) fue en el Centro Cultural de Arte Contemporáneo, una institución de la cadena "Televisa" Y regresando a su obra, como siempre son los marchantes los que ganan, el artista o su familia apuesto que jamas vio un solo "cent"
ResponderEliminarDesconcertante obra pero genial.
ResponderEliminarYo soy ramirez y de la misma descendencia de Martín ramirez y en efecto nos gusta pintar vivencias de nuestra vida nuestro pueblo nuestros antepasados como sufrimientos y de mas somos de Tepatitlan de modelos jalisco México mama me cuenta mucho sobre el tio Martín ramirez.
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