miércoles, 30 de septiembre de 2009
Grandes escritores malditos
Antonin Artaud:
Si hay algún país especializado en malditos, ése es Francia: desde el poeta François Villon, que alguna vez vio la cuerda de la horca rodearle el cuello allá por el siglo XVI, hasta los dos representantes más reciente de la estirpe, Antonin Artaud y Jean Genet, son un puñado de poetas los que se han devorado a sí mismos mediante una antorcha que ardía en su interior o han sido devorados por la locura: en el XVII, Théophile de Viau pagó sus poemas blasfemos y libertinos con una condena a la hoguera que se quedó sólo en mazmorra; en el XVIII, un maldito que todavía no ha pasado por el agua bendita de la salvación, el Marqués de Sade; y en el XIX la literatura francesa se llena de estos ejemplares que los poetas adolescentes de provincias (Cernuda) miran como modelos: escritores clave, poetas de cabecera como Nerval, ahorcado por su locura en una farola; Arthur Rimbaud, el eterno adolescente con esa mirada de niebla y sueño que inmortaliza su fotografía más conocida; Isidore Ducasse, el conde de Lautréamont, cuya biografía más reciente (Jean-Jacques Lefrère, más de seiscientas páginas, Fayard), con ser un trabajo de investigación meticuloso y bien llevado, deja al poeta en estado de fantasma porque todos sus rastros parecen borrados y los pocos fiables son borrosos. Un escritor tan realista –aunque la mayor parte de sus mejores relatos pertenecen al género de terror y misterio– como Guy de Maupassant terminaría también en la locura, creyéndose encarnación de Jesucristo en la famosa clínica psiquiátrica del doctor Blanche, que atendía enfermos mentales de la mejor sociedad francesa. Desde antes, desde Nerval, la relación entre médicos de la mente y escritores franceses sigue una línea que termina en Artaud: buena parte de su correspondencia tiene por destinatarios los alienistas que le curaban. De la trayectoria artística y vital de Antonin Artaud (1896-1949), La Casa Encendida acaba de inaugurar (del 3 de abril al 7 de junio) una exposición de textos, dibujos, fotografías, cahiers, etc., comisariada por Marta González Orbegozo, a la que acompañan actividades paralelas: películas; la emisión de su último trabajo para radio, Para acabar con el juicio de Dios, encargado por las autoridades culturales de la época y prohibido antes de ser puesto en antena por Radio France; una
aportación novedosa: el proyecto de filmación de un cortometraje con guión de Artaud, que nunca se llevó a la práctica y que, si se materializa, dirigiría (cuando escribo esto) Pere Portabella; y ciclo de lecturas dramatizadas con dos pequeñas obras de teatro significativas del período surrealista, o con textos artaudianos bajo dirección de Vicente Molina Foix. Para esta exposición de altura, Marta González y La Casa Encendida han recurrido a la colaboración de la Biblioteca Nacional de Francia, del Centre Georges Pompidou, del museo Cantini de Marsella, la Cinemateca Francesa, colecciones particulares, etc., consiguiendo exponer, por ejemplo, más cahiers incluso que los mostrados en la última exposición Artaud organizada por la Bibliothèque Nationale de France (2006-2007). Llama de vida viva. Pero si Rimbaud o Lautréamont sirven de llama a poetas de provincias, el caso de Antonin Artaud (1896-1949) supone tal quintaesencia de tortura durante toda una vida que puede ser admirado, pero no incorpor-ado: ahí, en el cuerpo, se le amontonaron pesadillas y dolores, hasta convertirlo, como lo vio André Gide dos años antes de su muerte, en 1947, en “un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios”. Los trastornos psíquicos lo acorralaron desde su infancia y en su juventud, cuando se quiso actor; con veintiocho años (1924) sube de la Marsella natal a París y empieza su andadura artística de la mano de los padres fundadores casi del cine: Carl Dreyer (La pasión de Juana de Arco), Abel Gance (Napoleón Bonaparte), Pabst, Lang, etc.; hasta entonces no había publicado más que un breve poemario en 1923; en ese momento París es el horno donde se cuece el futuro de la literatura del siglo, con un movimiento que sacude las bases mismas de la poesía, el surrealismo, y con unos directores de teatro que sientan las bases del arte de la escena y una visión distinta del trabajo de dirección sobre los textos teatrales: Lugné-Poe, Pitoëff, Dullin convierten sus puestas en escena en “autorías”. Esas dos incursiones en el teatro y el cine servirán de poco a un Artaud cuyas alteraciones nerviosas, de carácter mal definido, lo mantienen siempre al margen: la experiencia interpretativa sólo dejará en él desconfianza y repulsión por la tradición del teatro occidental en todos sus apartados: desde el teatro psicológico al de diversión, desde el teatro racionalista que quiere trasladar ideas al espectador hasta el teatro del arte por el arte; es horror lo que Artaud siente también ante un cine que para él debe basarse en la magia de la irracionalidad. Por eso elabora una teoría teatral, la del “teatro de la crueldad”, –habría que leer el término crueldad como necesidad–, que quiere convertir la asistencia al teatro en un acto peligroso que actúa sobre la inocencia del espectador; pero la experiencia que hizo con una obra propia, Los Cenci, dirigida por él mismo, supuso, como no podía ser de otra manera, un fracaso que le apartó de la escena, aunque no de la teoría teatral (El Teatro de la Crueldad, El teatro y su doble, 1938); en ella espigaron parte de sus sorprendentes resultados los teatros de las vanguardias de los años sesenta, de Peter Brook a Bob Wilson.Carne y pensamiento retorcidos. Desde esos inicios queda marcado en Artaud el divorcio radical entre el pensamiento y el lenguaje, entre el cuerpo y el pensamiento: el rec-hazo por parte de La Nouvelle Revue Française de unos textos artaudianos sirvió para que su tortura y sus ideas saliesen a la luz, en su correspondencia prolongada durante un año con el director de la revista, Jacques Rivière: “Sufro de una espantosa enfermedad del espíritu. Mi pensamiento me abandona en todos los grados. Desde el hecho simple del pensamiento hasta el hecho exterior de su materialización en las palabras… hay por tanto algo que destruye mi pensamiento”. Le quedaban veinticinco años todavía por vivir, en los que se dedicará, exclusivamente, a analizar la experiencia interior, las fuerzas mentales que lo acosaban y con las que luchaba para no verse ahogado por ellas; tratará de rastrear, como Marcel Proust pero en otro campo, el proceso que sigue la idea en su mente, cómo se devanan los hilillos del pensamiento en el cerebro, y su repercusión trágica contra, y no en el cuerpo: los textos –sean poesía, prosa, cartas– hacen fluir al pensamiento de manera espontánea y transcendente a la vez, en medio de dolores revulsivos. Al grupo surrealista de los años 1923-1926 aportará Artaud precisamente eso: una violencia torturada, una virulencia que es el resultado de su sobreexcitación atormentada y sombría. L’Ombilic des limbres (El ombligo de los limbos) y Le Pèse-nerfs (El Pesa-nervios) serán su aportación al movimiento capitaneado por André Breton en 1925. Ambos libros no pueden medirse con los criterios de la crítica tradicional: es una poesía que va más allá de la letra, como ocurre en los místicos, y que quiere forzar al lector, como pretendía con su teatro: “Quisiera hacer un libro que moleste a los hombres, que sea como una puerta abierta y que los lleve adonde nunca habrían consentido ir, una puerta simplemente abocada a la realidad”: Poemas, prosas, textos, cartas, defensa de los psicotrópicos, un Paolo Ucello de tejido mental deteriorado, etc. Con estos puntos de partida, y a medida que el surrealismo va organizándose como movimiento literario tras dar un giro a sus propuestas iniciales de cambio de vida, la ruptura de Artaud con los surrealistas estaba cantada; por otro lado, la enfermedad le hará romper con todo porque la realidad no figura en su alucinación; ni siquiera algo que le había unido al grupo al principio: el intento rimbauldiano de cambiar la vida, que acaba en seco: cuando André Breton se comprometa con el marxismo, Artaud zanja de forma contundente: cambiar la armadura social del mundo carece para él de todo interés, porque él se sitúa “en el punto de vista de lo absoluto”.Durante veinticinco años, hasta el momento de su muerte, Artaud recorrerá todo un rosario de clínicas y de despachos de psiquiatras y alienistas con los que mantendrá una enorme correspondencia que permite seguir paso a paso el proceso de búsqueda –no de resultados– del espíritu; se ayudará con todo tipo de drogas y alucinógenos –opio, láudano, etc.– y creerá encontrar en una tribu de indios mexicanos, los tarahumaras, las raíz de las fuerzas primordiales; en 1936 viaja a México, participa en los ritos tarahumaras, consume la droga sagrada, el peyote, y alcanza las fronteras de lo sobrenatural en una experiencia que trasladó en los diversos textos en torno a Los tarahumaras (1945).La obra de Artaud, poemas, prosas, dibujos y correspondencias, todo se sitúa en un plano idéntico que tiene que ver más con el intento de un hombre de abrirse en canal ante el público, tanto de cuerpo como de espíritu, que con el de un literato que quiere continuar la historia de la literatura o de la poesía; y de abrirse en canal con todo el realismo posible: se ven en los dibujos y en los textos de esta exposición las vísceras sangr-antes, los costurones del pensamiento de un hombre luchando cuerpo a cuerpo con su cuerpo y con su pensamiento para ir más allá de la dimen-sión humana de las ideas, para tratar de alcanzar un absoluto del que, en medio de tormentos físicos e “ideales” que no soportaríamos, quizá no consiguió ver nada personalmente: su obra entera, y se ve en esta muestra, nos abre en cambio una puerta a esa luz sufriente que buscó. En 1936 Artaud viaja a México y convive con los Tarahumaras, un pueblo indígena, para encontrar la antigua cultura solar y experimentar con el Peyote.Durante una década en Montparnasse (1924-1934 ) Cantú convivió con Artaud Tanto en las visitas del Poeta al Atelier de Rue Dlambre como en La Rotonde y Le Dóme ; Tarde tras tarde hablaban sobre arte, poesía y surrealismo. En 1934 Cantú decidió regresar a México , la comunicación con Artaud y Breton siguió y para 1936 el Poeta decide visitar a su amigo. En algunas ocasiones Artaud se quedo hospedado en casa de Cantú en la calle de San Francisco 325 en la colonia del Valle. Esa época en México la escuela de pintura Mexicana del siglo XX Tenia su principal foro en la Galería de Ines Amor. Artaud acompaño varias veces a Cantú a esta Galería ( Inés narra en sus memorias como mientras trataba la venta de obra con Cantú, Artaud permanecía en una silla inmóvil , perdido en la droga). Y es an la Galería donde Artaud se relaciona con Maria Izquierdo. Cuenta Cardoza y Aragon en el libro ( Antología): Alguna vez encontré Artaud en casa de Maria Izquierdo junto con Federico Cantú (1907-1989) y Luis Ortiz Monasterio( escultor 1906-1990), quizá lograron en alguna forma ayudar Artaud en sus apremios de gran enfermo…… pero no se a quien se le ocurrió que Artaud viviera en el prostíbulo de Ruth.Con los Tarahumaras uno entra en un mundo terriblemente anacrónico y que es un desafío a estos tiempos. Me atrevo a decir que es peor para estos tiempos y tanto mejor para los Tarahumaras.Los TarahumarasNos revela un mundo en que un hombre agobiado, no tanto por la locura que padece como por el tratamiento psiquiátrico, encuentra a sus iguales. En él encuentra efigies vivientes y grabadas por la naturaleza en la montaña, símbolos de la santidad que Artaud confiere a tal tierra. Para el autor francés, los Tarahumaras son una "Raza-Principio" cuya cultura considera superior a la del hombre de Occidente. Tal es su influencia que propone como primera representación del Teatro de la crueldad, el título de La conquista de México (La conquête du Méxique), que contaría, en su escenografía que funde al público con el espectáculo, la historia de una opresión, la historia del hombre blanco y del carácter pútrido del que está dotado, en obras como la ya citada El teatro y su doble.Antonin ArtaudA su regreso de México, a principios de 1937, Artaud pasó algunos meses imerso en el estudio de la astrología, la numerología y el Tarot. Como explica Giordano Berti en su artículo sobre Artaud en Claves y Secretos del Tarot, existe una obra de Artaud, "Las nuevas revelaciones del ser" (1937) que contiene el testimonio de un especial método de interpretación del Tarot consistente en interpretar los arcanos mayores y menores como referente simbólico para las experiencias cotidianas. Un año más tarde, deportado de Irlanda, será ingresado por "sobrepasar los límites de la marginalidad".Pasa nueve años en manicomios con el tratamiento de terapia electroconvulsiva acabando por hundirle físicamente. Sus amigos logran sacarlo y vuelve a París, donde vivirá durante tres años. Publica en 1947 el ensayo Van Gogh le suicidé de la société ("Van Gogh el suicidado de la sociedad"), galardonado al año siguiente con el Prix Saint-Beuve de ensayo. En 1948 este periodo produjo el programa de radio Para acabar con el Juicio de Dios, el cual es censurado y sólo será transmitido en los años 1970. Sus cartas de la década de los 40, muestran su desilusión frente a tal decisión.El Teatro de la Crueldad de ArtaudArtaud creía que el Teatro debería afectar a la audiencia tanto como fuera posible, por lo que utilizaba una mezcla de formas de luz, sonido y ejecución extrañas y perturbadoras. En una producción que hizo acerca de la plaga, utilizó sonidos tan reales que provocó que algunos miembros de la audiencia vomitaran en la mitad del espectáculo.En su libro El Teatro y su Doble, formado de un primer y un segundo manifiesto, Artaud expresó su admiración por formas de teatro orientales, particularmente por la balinés. Admiraba el teatro Oriental debido a la fisicalidad precisa, codificada y sumamente ritualizada de la danza balinés, y promovía lo que él llamaba "Teatro de la Crueldad". Para él no era exclusivo de la crueldad el sadismo o el causar dolor, sino que con la misma frecuencia se refería a una violenta determinación física para destrozar la falsa realidad. Artaud consideraba que el texto había sido un tirano del significado, y aboga en cambio por el teatro hecho de un lenguaje único, un punto medio entre los pensamientos y los gestos. Artaud describía lo espiritual en términos físicos, y creía que toda expresión es expresión física en el espacio.El Teatro de la Crueldad ha sido creado para restablecer en el teatro una concepción de la vida apasionada y convulsiva, y es en este sentido de rigor violento y condensación extrema de elementos escénicos que debe entenderse la crueldad en la cual están basados. Esta crueldad, que será sangrienta en el momento que sea necesario, pero no de manera sistemática, puede ser identificada con una especie de pureza moral severa que no teme pagar a la vida el precio que sea necesario.Antonin Artaud, The Theatre of Cruelty, in The Theory of the Modern Stage (ed. Eric Bentley), Penguin, 1968, p.66Antonin Artaud muere de un cáncer el 4 de marzo de 1948 en el asilo de Ivry-sur-Seine fuente: el siglo
Entrevista a Roberto Arlt
Roberto Arlt es la figura más inquietante del momento literario”, nos había dicho Mariani. Y allá fuimos. Casa de altos, habitación de escritor, modesto el hombre. Lo es tanto, que quisiera esconderse íntegro detrás de sus anteojos ahumados. Impuesto de nuestro objeto de que nos hable de los intelectuales del país, nos responde: –¡Pero eso es hacerlo hablar mal a uno de todo el mundo, señor! Luego agrega sonriente: –Si por cultura se entiende una psicología nacional y uniforme creada por la asimilación de conocimientos extranjeros y acompañada de una característica propia, esta cultura no existe en la Argentina. Aquí lo único que tenemos es un conocimiento superficial de libros extranjeros. Y en los autores una fuerza vaga, que no sabe en qué dirección expansionarse. Nos invita con un cigarrillo, que no aceptamos. –Por consiguiente –prosigue– no hay una cultura nacional. Y las obras que llamamos nacionales como el Martín Fierro, sólo le pueden interesar a un analfabeto. Ningún sujeto sensato podrá deleitarse con esa versada, parodia de coplas de ciego que ha enternecido según parece a los corifeos de la nueva sensibilidad. Se embute las manos en los bolsillos del sobretodo, después se sienta y se para, alternativamente. –En cambio –continúa–, los países que más activamente intervienen en nuestra formación intelectual son, sin disputa alguna, España, Francia y Rusia. Las literaturas inglesa y alemana no han encontrado traductores ni intereses en los editores. De allí que desconozcamos casi uno de los filones más importantes de cultura, que ha elevado la civilización de esos pueblos. Podríamos entonces dividir a los escritores argentinos en tres categorías: españolizantes, afrancesados y rusófilos. Entre los primeros encontramos a Banchs, Capdevila, Bernárdez, Borges; entre los afrancesados a Lugones, Obligado, Güiraldes, Córdova Iturburu, Nalé Roxlo, Lazcano Tegui, Mallea, Mariani en sus actuales tendencias; y entre los rusófilos, Castelnuovo, Eichelbaum, yo, Barletta, Eandi, Enrique González Tuñón y en general casi todos los individuos del grupo llamado de Boedo. –¿Alguna otra cosa de nuestros autores...? –Me gustan ciertos poemas de Lugones, Obligado, Córdova, Rega Molina, Olivari, aunque no me extrañaría, por ejemplo, que Lugones saliera un día escribiendo una novela sobre el conventillo, tan íntimamente está desorientado este hombre que dispone de un instrumento verbal muy bueno y de unos motivos tan ñoños. Rojas, creo que únicamente puede interesar a las ratas de biblioteca y a los estudiantes de filosofía y letras. Lynch y Quiroga me gustan mucho. Este último tiene antecedentes de literatura inglesa y se le podría filiar entre Kipling y Jack London por sus motivos. Pero eso no impide que sea con su barba una figura respetable... ¿Gálvez? ¡Yo no sé hacia dónde camina! Me da la sensación de ser un escritor que no tiene sobre qué escribir. Comenzó queriendo ser un Tolstoi y creo que terminará como un vulgar marqués de la Capránica haciendo novelones históricos. Francamente, creo que Gálvez no tiene nada que decir ya. ¡Larreta! Un señor de buena sociedad, con plata, que tarda en escribir una novela mediocre, Zogoibi, lo que otro tardaría en escribir una novela buena. Su único libro, La gloria de don Ramiro, no creo que lo autorice a este señor a hacerse festejar en todas partes como si fuera un genio. En realidad, Larreta es inferior a Manzoni y, quizá literariamente, uno de los escritores más hondos que tenemos. Hugo Wast se explica, porque tenemos catorce provincias y estas catorce provincias están habitadas por una colonia católica lacrimosa e insulsa. Su público es de maestras sentimentaloides. Todos estos prosistas serían en España, Francia e Italia escritores de quinto orden. Les falta “métier”, inquietudes, problemas, sensibilidad y todos los factores nerviosos necesarios para interesar a la gente. Dichos caballeros, salvo Quiroga y Lynch, lo que podrían hacer es dejar la pluma. Y la cultura nacional no perdería nada. Apenas si nos animamos a preguntar por quién sería, a su juicio, la personalidad más completa. –¡En nuestro país no existe ese espíritu! –contesta Arlt–. Candidatos a serlo aquí, en la Argentina, seríamos varios. Pero hay que trabajar y el que se va a poner las botas de potro aún no ha mostrado la uña... ¡Esperanzas! –¿Y los que más se aproximan? –Vean: como cuentista Quiroga, novelista, Larreta; poeta, Lugones; ensayista, Rojas. ¡Todo esto aquí, en la Argentina, entendámonos! Y por el actual momento. –¿Hemos recibido algo digno de estima del pasado? –El tiempo no nos ha legado nada. Sólo material para interesarle a un erudito alemán. –Del presente, ¿quedará algo? –Güiraldes con su Don Segundo Sombra; Larreta con La gloria de don Ramiro; Castelnuovo con Tinieblas; yo con El juguete rabioso; Mallea con Cuentos para una inglesa desesperada. De estos libros algo va a quedar. El resto se hunde. “¿Escritores que tienen más fama de lo que merecen?” –parafrasea la interrogación nuestro entrevistado–. Pues Larreta, Ortiz Echagüe, que no es escritor ni nada; Cancela, que se ha hecho el tren con el suplemento literario de La Nación; Borges, que no tiene obra todavía. Hay otros escritores que merecerían ser odiados por nuestra juventud y uno de éstos es Lugones. Los hay sobre los que pienso gratuitamente mal, a saber: Fernández Moreno, que no es poeta, además; Samuel Glusberg, que es el más empedernido “lacayo” de Lugones y Capdevila, que es un tío gordo. Discutimos un poco sobre los muchachos. –De las nuevas tendencias que están agrupadas bajo el nombre de Florida –dice Arlt–, me interesan estos escritores: Amado Villar, que creo encierra un poeta exquisito, Bernárdez, Mallea, Mastronardi, Olivari y Alberto Pinetta. Esta gente, por todo lo que hasta ahora ha hecho, con excepción de Mallea y Villar, no se sabe a dónde va ni lo que quiere. Los libros más interesantes de este grupo son Cuentos para una inglesa desesperada, Tierra amanecida, La musa de la mala pata y Miseria de 5ª edición. De Bernárdez podría citar algunos poemas y de Borges unos ensayos. En el grupo llamado de Boedo encontramos a Castelnuovo, Mariani, Eandi, yo y Barletta. La característica de este grupo sería su interés por el sufrimiento humano, su desprecio por el arte de quincalla, la honradez con que ha realizado lo que estaba al alcance de su mano y la inquietud que en algunas páginas de estos autores se encuentra y que los salvará del olvido. Cuando las nuevas generaciones vengan y puedan leer algo de todo lo que se ha escrito en estos años, se dirá: “¿Cómo hicieron esos tipos para no dejarse contagiar por esa ola de modernismo que dominaba en todas partes?”. Entendería como escritores desorientados –añade– a aquellos que tienen una herramienta para trabajar, pero a quienes les falta material sobre el que desarrollar sus habilidades. Estos son Bernárdez, Borges, Mariani, Córdova Iturburu, Raúl González Tuñón, Pondal Ríos. Esta desorientación yo la atribuiría a la falta de dos elementos importantes. La falta de un problema religioso y social coordinado en estos hombres. ¿Pruebas? Mariani es un escritor en Los cuentos de la oficina y otro tipo de escritor en El amor agresivo y finalmente muy diverso en los cuentos que ha publicado últimamente en La Nación. Igual de Raúl González Tuñón. El violín del diablo parece ser obra de un escritor distinto al autor de Miércoles de Ceniza. Borges ha perdido tanto el tino que ahora está escribiendo... un sainete. ¡Imagínense cómo saldrá eso! Si se me preguntara por qué ocurre esto, yo contestaría que lo atribuyo a que estos hombres tienen inquietudes intelectuales y estéticas y no espirituales e instintivas. Esta gente, a excepción de Mariani, no cree que el arte tenga nada que ver con el problema social, ni tampoco con el problema religioso. Y entonces trabaja con pocos elementos, fríos y derivados de otras literaturas de decadencia. Arlt describe una graciosa reverencia. –¿Qué opino de mí mismo? Que soy un individuo inquieto y angustiado por este permanente problema: de qué modo debe vivir el hombre para ser feliz, o mejor dicho, de qué modo debería vivir yo para ser completamente dichoso. Como uno no puede hacer de su vida un laboratorio de ensayos por falta de tiempo, dinero y cultura, desdoblo de mis deseos personajes imaginarios que trato de novelar. Al novelar estos personajes comprendo si yo, Roberto Arlt, viviendo del modo A, B o C, sería o no feliz. Para realizar esto no sigo ninguna técnica, ni ella me interesa. Mariani, mi buen amigo, me ha aconsejado siempre el uso de un plan, pero cuando he intentado hacerlo he comprobado que, a la media hora, me aparto por completo de lo que proyecté. Lo único que sé es que el personaje se forma en lo subconsciente de uno como el niño en el vientre de la mujer. Que este personaje tiene a veces intereses contrarios a los planes de la novela, que realiza actos tan estrafalarios que uno como hombre se asombra de contener tales fantasmas. En síntesis, este trabajo de componer novelas, soñar y andar a las cavilaciones con monigotes interiores, es muy divertido y seductor. –¿A qué público de hombres y mujeres se dirige? –Al que tenga mis problemas. Es decir: de qué modo se puede vivir feliz, dentro o fuera de la ley. –¿Le interesa un número amplio o reducido y selecto? –Eso es secundario. Ni muchos ni pocos lectores me harán mejor ni peor de lo que soy. Al batirnos en retirada, nos obsequia Arlt con este discurso: –Tengo una fe inquebrantable en mi porvenir de escritor. Me he comparado con casi todos los del ambiente y he visto que toda esta buena gente tenía preocupación estética o humana, pero no en sí mismos, sino respecto de los otros. Esta especie de generosidad es tan fatal para el escritor, del mismo modo que le sería fatal a un hombre que quisiera hacer fortuna ser tan honrado con los bienes de otro como con los suyos. Creo que en esto les llevo ventaja a todos. Soy un perfecto egoísta. La felicidad del hombre y de la humanidad no me interesan un pepino. Pero en cambio el problema de mi felicidad me interesa tan enormemente, que siempre que lance una novela, los otros, aunque no quieran, tendrán que interesarse en la forma en que resuelven sus problemas mis personajes, que son pedazos de mí mismo. Aquí los escritores viven más o menos felices. Nadie tiene problemas, a no ser las pavadas de si se ha de rimar o no. En definitiva, todos viven una existencia tan tibia que un sujeto que tiene problemas, acaba por decirse: “La Argentina es una jauja. El primero que haga un poco de psicología y de cosas extrañas, se meterá en el bolsillo a esta
Tarantismo
BAILAR, BAILAR Y BAILAR SIN PARAR...Se conoce como tarantismo al estado psicopatológico compulsivo que lleva a bailar hasta la extenuación al que lo sufre. La manifestación más aguda que se recuerda de tarantismo ocurrió en julio de 1374 en la localidad alemana de Aachen, cuando una muchedumbre de personas sucumbió al frenesí danzante del tarantismo durante horas, hasta quedar exhaustos o caer lesionados, según relata Greg... Quiza se trate de la plaga mas extraña que jamas ha existido; Pero exite otro caso también documentado. En julio de 1518, una mujer llamada Frau Troffea entró en una estrecha calle de Estrasburgo. De pronto, comenzó a bailar de forma febril y seis días más tarde continuaba cimbreándose, pero a ella se habían unido otras 34 personas. Al cabo de un mes, la multitud que bailaba espasmódicamente alcanzaban las 400 personas. Aunque pueda parecer hasta divertido, se llamó Plaga de la Danza, y fue considerada como una extraña enfermedad. Muchos de aquellos infelices bailarines murieron a causa de paros cardíacos y otras dolencias derivadas del incansable baile.Durante siglos nadie ha podido explicar esta peculiar plaga, que está ampliamente documentada. La explicación más factible es que se trataba de una época de extrema hambruna, que pudo dar altas fiebres e impulsar momentos de desenfreno sin control.Una posible explicacion (via ulibuidat) es que se podria tratar de la tarantela, o tarentula, que hace referencia a la ciudad de Taranto, al sur de Italia, en cuyas cercanias fue descrita la araña. Los habitantes de esa localidad hacian bailar a los atarantados una danza frenetica, llamada tanatela, para que asi, al sudar, se librasen del mal.La musica de este baile era muy rapida, y los envenenados danzaban agitados como manojos de nervios, hasta caer exhaustos con las ropas empapadas en sudor. En 1787, el doctor Javier Cid en su obra Tarantismo observado en España, recogio numerosos testimonios de mordeduras y curaciones en todo el territorio español. En todos los casos, la tarantela se manifiesta involuntariamente.Incluso la Junta Gubernamental de Medicina, en 1875, reconocio los poderes curativos de la tarantela, y animaba a los musicos para que la hicieran sonar.
will purvis
EL HOMBRE QUE NO SE DEJABA AHORCAR
El joven Will Purvis fue juzgado por el asesinato de un granjero en Columbia, Mississippi, y aunque insistió durante todo el juicio que era inocente, los doce jurados lo encontraron culpable. A continuación fue sentenciado a la horca y se le sacó de la sala del tribunal:
Purvis les gritó a los jurados:
-Viviré para ver como muere el último de vosotros.
El 7 de febrero de 1894, Purvis se hallaba en el patíbulo, con un recio nudo corredizo en torno al cuello. Pero en vez de quedar colgando y con el cuello roto al abrirse la trampilla, Purvis cayó recto por la trampilla. De manera misteriosa, el nudo corredizo se había desanudado y, por lo tanto, el lazo se deslizó por la cabeza del condenado. los agentes volvieron a atar el nudo corredizo y se preparó por segunda vez la ejecución. Sin embargo, la multitud que se había congregado en el lugar tenía una opinión diferente. Para ellos, la salvación de Purvis era un milagro y, obviamente, no se le debía ahorcar. Gritando, cantando y chillando alabanzas a Dios, los espectadores tuvieron la suficiente influencia como para que se pospusiera la ejecución. Se rechazaron varias apelaciones presentadas por el abogado de Purvis y se volvió a fijar el ahorcamiento para el 12 de diciembre de 1895, a pesar de hecho de que Purvis era ahora una figura popular.
Unas cuantas noches antes de la segunda ejecución programada, un pequeño número de admiradores sacó a Purvis de la cárcel y éste se ocultó en espera de la llegada del mandato de un nuevo gobernador que mostrase más simpatía por su apuro. No obstante, en 1896 se entregó y la sentencia se le conmutó por cadena perpetua.
En 1898, una serie de cartas y una opinión pública favorable dio finalmente sus frutos. Purvis fue indultado y liberado de la prisión. Pero no fue hasta 1917 cuando quedó vindicado. En su lecho de muerte, un hombre llamado Joseph Beard confesó ser el asesino por el que Purvis estuvo a punto de ser ejecutado.
Para coronar su curioso caso, Purvis murió el 13 de octubre de 1938, tres días después del fallecimiento del último jurado superviviente del juicio. tal y como había prometido, Purvis los sobrevivió a todos ellos.
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martes, 15 de septiembre de 2009
Impostores
Un impostor con alma de Peter Pan
Un francés de 31 años que lleva 15 suplantando personalidades, detenido en un instituto cuando se hacía pasar por un huérfano español adolescente.
(El País) Francisco Hernández Fernández, un huérfano español de 15 años que llevaba un mes matriculado en un colegio de Pau (sur de Francia) ni era huérfano, ni tenía 15 años, ni se llamaba Francisco ni era español. Su auténtico nombre era Frédéric Bourdin, de 31 años, viejo conocido de las policías de una decena de países por suplantar personalidades ajenas, en especial de menores, según cuenta Le Figaro en su web. En términos psiquiátricos, un individuo con problemas de afecto que lleva 14 años intentando que el mundo le siga tratando como a un niño.
"Mi vida consiste en ser Peter Pan", ha confesado al diario Sud-Ouest Bourdin, quien fue detenido la pasado semana por la policía. En mayo de este año, usando su incuestionable poder de persuasión, el camaleón francés logró convencer a la dirección del instituto Jen Monnet para que lo admitieran como alumno. Su historia, la de un niño que había perdido a su padre y a su madre en un accidente de coche, sonó convincente. Pero no pudo engañar a uno de los vigilantes del centro, que había oído de sus andanzas en un programa de televisión y que lo denunció a la policía.
El resto del personal del instituto no sospechó nada en absoluto. El nuevo alumno parecía, efectivamente, un par de años mayor que el resto de los muchachos de su edad, pero los adolescentes que experimentan ritmos de crecimiento muy distintos. El resto lo pusieron la capacidad de Bourdin para disfrazarse —arte en el que es un verdadero experto, según Le Figaro—, las cremas depilatorias faciales y sus aptitudes de actor, que le permitían imitar perfectamente el modo de moverse de un joven de 15 años.
Con su arresto concluía el último capítulo de la aventura permanente en la que vive Bourdin para "sentirse como un niño entre otros niños, ser tratado como tal, ser amado, participar de un grupo e ir al colegio". Su última actuación se remontaba a noviembre de 2004, cuando se hizo pasar por un menor madrileño supuestamente maltratado por su padre. Interrogado por los Mossos d'Esquadra en la provincia de Girona, les contó una historia increíble sobre su madre muerta en los atentados del 11-M y un padre alcohólico y tremendamente agresivo desde que había quedado viudo. Fue internado en un centro de menores hasta que la acumulación de detalles inverosímiles hizo sospechar a la policía que, tras comprobar que ningún juzgado lo reclamaba, lo dejó en libertad.
Infancia difícil
Bourdin nació en el seno de una familia humilde de Nanterre (Francia). Su madre, embarazada a los 18 años por un hombre casado, lo dejó al cuidado de sus abuelos. Tras una infancia difícil y el paso por un correccional, se decidió a recorrer mundo. Ha vivido casi siempre como un vagabundo, alojándose en centros de menores o de beneficencia. Las policías de media Europa tienen su nombre, o alguno de sus más de 20 alias, en los archivos. Irlanda, Suiza, Bélgica, Gran Bretaña, Suiza y España han sido escenario de sus correrías.
Su actuación más sonada tuvo como escenario España. Corría el año 1997 y Bourdin se presentó en la embajada de los Estados Unidos en Madrid caracterizado como un chico de 17 años. Alegaba ser Nicholas Barclay, un menor estadounidense que se había volatilizado tras un partido de baloncesto en Texas tres años antes. Las diferencias entre el original y la copia (el chico reaparecido hablaba con acento francés y tenía los ojos marrones, mientras que Nicholas los tenía azules) eran evidentes. Pero tal era el afán de la familia Barclay por recuperar a su hijo que lo reconocieron sin la menor duda.
Poco después un periodista reveló el engaño. Pero hubo de recurrirse a la prueba de ADN para convencer a la desconsolada familia de que el joven que vivía con ellos desde hacía tres meses era un impostor. Aquella travesura le costó a Bourdin una condena de seis años de cárcel en Texas. Ahora se enfrenta de nuevo a los tribunales franceses por "posesión y utilización de falsa identidad". De momento, y hasta que comparezca el próximo 15 de septiembre ante un tribunal de Pau, el gran farsante ha quedado en libertad.
martes, 8 de septiembre de 2009
Hechos insólitos de la historia
Algunos de los hechos más extraordinarios producidos nunca
Tomado de EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS, por Gregorio Doval
La corriente eléctrica fue descubierta casualmente por el profesor de anatomía de la universidad italiana de Bolonia, Luigi Galvani (1737-1798). Un día de 1786, mientras él diseccionaba una rana, un ayudante produjo una chispa con una máquina electrostática situada en la misma habitación. La chispa causó una corriente eléctrica que conectó con Galvani y, a través de su escalpelo metálico, pasó a la rana muerta, que contrajo sorprendentemente sus músculos, «como si hubiese sufrido un calambre» (en palabras del profesor Galvani). Deduciendo del fenómeno la existencia de lo que él llamó electricidad animal, Galvani dio un paso crucial en la demostración experimental de la existencia de lo que luego se llamaría corriente eléctrica.
El 5 de diciembre de 1664 se hundió un barco en el estrecho de Menay, en la costa norte de Gales, muriendo 82 pasajeros, todos los que componían el pasaje, salvo un hombre llamado Hugh Williams. El 5 de diciembre de 1785, otro barco se hundió, pereciendo 60 pasajeros y dejando un único superviviente, llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860, el hundimiento de un tercer barco provocaba la muerte de 25 pasajeros y un único superviviente, llamado —¿cómo no?— Hugh Williains.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el Lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo 67 personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgerald, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.
Los cinco hijos del matrimonio estadounidense formado por Ralph y Carolyn Cummins nacieron un 20 de febrero pero de distintos años: Catherine, en 1952; Carol, en 1953; Charles, en 1956; Claudia, en 1961, y Cecilia, en 1966. ¡Todo un milagro de exactitud! Hay que tener en cuenta que se ha calculado que la probabilidad de que cinco hermanos no gemelos tengan la misma fecha de nacimiento es de 1 contra 17.797.577.730.
En la primavera de 1975, un bebé cayó desde una altura de 14 pisos en la ciudad estadounidense de Detroit, aterrizando sobre Joseph Figlock, ocasional transeúnte. Un año después, volvió a ocurrirle lo mismo al señor Figlock con otro niño. En ambos casos, todos los implicados sobrevivieron.
El constructor de la ciudadela de la Bastilla, Hugues Aubriot (?-1382), preboste de París y constructor también del Chátelet, el puente de Saint Michel y el primer sistema de cloacas abovedadas de la capital francesa, fue la primera persona encerrada en la Bastilla, cuando ésta pasó a ser cárcel, acusado de impiedad y herejía, a la muerte de su protector el rey Carlos V de Francia. Sin embargo, inaugurando otra costumbre, el pueblo se amotinó y lo liberó.
Hay ocasiones en que la historia parece rizar el rizo de la verosimilitud. Es el caso, por ejemplo, de lo sucedido al rey Humberto I de Italia (1844-1900), que cierto día de 1900 se asombró al observar que el propietario del restaurante donde cenaba tenía un gran parecido físico con él. Impresionado por la coincidencia, le mandó llamar y comprobó aún con mayor sorpresa que ambos habían nacido el mismo día del mismo año (14 de marzo de 1844); que el propietario estaba casado con una mujer que tenía el mismo nombre de pila que la reina (Margarita), y que había abierto su establecimiento el mismo día que el rey era coronado (9 de enero de 1878). Simpatizando con él ante tantas coincidencias, el rey invitó al propietario del restaurante a asistir al día siguiente (29 de julio de 1900) a un festival atlético que su majestad iba a presidir en Monza. En pleno acto deportivo, poco después de que el rey fuera informado de que el retraso de su invitado se debía a que había sido asesinado a balazos aquella misma noche, el anarquista Gaetano Bresci disparó sobre el monarca, matándole.
En cierta ocasión, el erudito francés Jean François Champollion (1790-1832) visitaba el Museo de Turín cuando en uno de sus almacenes encontró una caja que contenía restos de papiros. A la vista de que nadie sabía decirle de qué se trataba exactamente, y viendo que estaban clasificados como material inútil, comenzó a investigar los fragmentos, reuniéndolos pacientemente y ordenándolos, resultando que se trataba de la única lista existente de las dinastías egipcias, con los nombres y cronología de los faraones. Un documento de incomparable valor histórico.
El 2 de febrero de 1852, el sacerdote Martín Merino (1789-1852) —al que no hay que confundir con el más famoso Cura Merino, notable héroe de la Guerra de la Independencia y de las guerras carlistas— intentó asesinar a la reina española Isabel II (1830-1904), que salía de una misa de acción de gracias por su reciente parto. Pero el cuchillo se enganchó en las ballenas del corsé de la reina, desviándose la puñalada y causando sólo un leve rasguño a su majestad. El frustrado regicida fue rápidamente juzgado y ahorcado.
No es un hecho muy conocido el que el Titanic, aquel buque insumergible que se sumergió en su primera travesía oceánica, fue construido a semejanza de un barco gemelo, aunque algo más ligero, llamado Olimpic. Al ser botado, el Olimpic chocó con el crucero británico Hawke y tuvo que ser llevado a los astilleros de Belfast para su inmediata reparación.
Pero esta no es la única casualidad o coincidencia notable relacionada con el Titanic. En una novela escrita en 1898 por Morgan Robertson (1861-1915), titulada Futilidad, se narraba el hundimiento del buque transoceánico de lujo Titán, calificado de insumergible, al chocar contra un iceberg en aguas del Atlántico, una noche de abril. En la novela, como en el caso real, la ineficacia de los planes de salvamento, la carencia de un número suficiente de botes salvavidas y la extrema frialdad del agua hacen perecer a todos los viajeros. Lo curioso del caso es que esta novela fue publicada catorce años antes de que, en 1912, ocurriese el verdadero hundimiento del Titanic.
Y aún hay más. Parece ser que, en 1935, 23 años después del hundimiento del Titanic, William Reeves, marinero nacido precisamente el mismo día en que se hundió el trasatlántico, que estaba de guardia en su barco, tuvo un extraño presentimiento e hizo detener la marcha al cruzar una zona del océano Atlántico cercana a donde se había producido en 1912 aquella terrible catástrofe. Al observar detenidamente la zona, se comprobó que aquella parada había sido providencial, puesto que el buque estaba en rumbo de colisión con un gran iceberg. Lo más curioso de todo es que este tercer barco se llamaba Titanian.
Según cuentan biógrafos aficionados a este tipo de curiosidades, la vida del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) estuvo marcada por la sombra del número 13. Además de nacer en 1813, su nombre y apellido tienen 13 y los números de su año de nacimiento suman 13. Sintió su primer impulso musical un 13 de octubre. Sufrió un destierro de 13 años. Compuso 13 óperas, terminando una de las más famosas, Tannhäuser, un 13 de abril. Esta misma obra, que fue estrenada en París el 13 de marzo de 1845, estuvo cincuenta años sin ser repuesta hasta el 13 de mayo de 1895. Su primera actuación al frente de una orquesta se produjo en Riga, en un teatro inaugurado un 13 de septiembre. Se fue a vivir a Bayreuth a una casa que fue abierta un 13 de agosto y que abandonó un 13 de septiembre. Su suegro, Franz Listz, le visitó por última vez el 13 de enero de 1883. Como no podía ser menos, Wagner falleció el 13 de febrero de aquel mismo año, en el que, por cierto, se conmemoraba el decimotercer aniversario de la unificación nacional alemana... No hay constancia de que Richard Wagner sufriera triscadeicafobia (es decir, fobia al número 13), pero evidentemente hubiera tenido razones para ello.
No se sabe si guarda o no alguna relación con esta insistente coincidencia con el fatídico número 13, pero lo cierto es que la biografía de Wagner está salpicada de desgracias y momentos delicados. Acuciado por perennes problemas de dinero, su vida estuvo marcada por un constante peregrinaje por diversas capitales europeas huyendo de sus acreedores. Por ejemplo, al ser despedido en 1839 de su cargo de director de la orquesta de Riga, la capital de Letonia, él y su esposa (y también su perro) huyeron del país en un pequeño bote con destino a Londres, literalmente perseguidos por los acreedores. En 1849, se combinaron además los problemas políticos y tuvo que huir apresuradamente de Dresde, escondido en un vagón de carga y con un pasaporte falso. En 1864, viviendo de nuevo en Dresde, no tuvo oportunidad de escapar de sus perseguidores y fue encarcelado por deudas. Afortunadamente para él, ese mismo año subió al trono de Baviera Luis II que, en su faceta de gran mecenas del arte, le tomó bajo su protección, eliminando de una vez por todas sus problemas económicos.
Los norteamericanos, aficionados como ellos solos a la búsqueda de coincidencias las vidas de sus personajes ilustres han señalado una numerosa lista de ellas en las respectivas biografías de los presidentes Abraham Lincoin (1809-1865) y John Fitgerald Kennedy (1917-1963). Para empezar, ambos fueron elegidos congresistas en 1847 y 1947, respectivamente, y designados presidentes en 1860 y 1960. Los dos medían 1,83 metros de estatura y sus apellidos tienen siete letras. Sus secretarios, apellidados, respectivamente, Kennedy y Lincoln, les aconsejaron no ir a los lugares donde ambos fueron asesinados. Los dos magnicidios ocurrieron en viernes, y ambos estadistas recibieron balazos en la cabeza, disparados desde atrás y en presencia de sus mujeres (las cuales, por cierto, perdieron un hijo durante su estancia en la Casa Blanca). El asesino de Lincoln, Booth, disparó sobre él en el teatro Ford y se escondió en un almacén. El de Kennedy, Oswald, le disparó cuando viajaba en un automóvil de la marca Ford (modelo Lincoln) desde un almacén, ocultándose en un teatro. Los magnicidas, cuyos nombres completos tenían 15 letras en cada caso, eran sureños y habían nacido en 1839 y 1939, y ambos fueron asesinados a su vez horas después de cometer los magnicidios (sin haber confesado su autoría). Los dos presidentes fueron sucedidos por los vicepresidentes Andrew y Lyndon Johnson, que eran senadores, demócratas sureños y nacieron respectivamente en 1808 y 1908. ¿Será todo esto puro azar?
Aunque posiblemente otros investigadores ya habían aislado previamente esta sustancia, el descubrimiento oficial del valor edulcorante de la sacarina se produjo en 1879 en el laboratorio del químico estadounidense Ira Remsen, en el que trabajaba un joven científico, de apellido Fahlberg, que dio casualmente con este importante descubrimiento. Cierto día, mientras Fahlberg almorzaba, notó un sabor dulce en la sopa y se lo hizo ver a la cocinera, que, indignada, probó el caldo y no notó el supuesto sabor dulce. A continuación, el científico comprobó que el pan también tenía el mismo sabor, lo que le llevó a sospechar que tal sabor extraño tenía otro origen. Intrigado, lamió la palma de su mano y advirtió ese mismo sabor. Lo antes que pudo volvió a su laboratorio y, tras un minucioso examen, llegó a la conclusión de que el sabor dulce provenía de una sustancia desconocida que había surgido en el curso de su investigación sobre la hulla en busca de nuevos colores de reacción, que pronto identificó y patentó con el nombre de sacarina.
Hub Beardsley, presidente de la empresa farmacológica Doctor Miles Laboratories, visitó en el invierno de 1928 las instalaciones de un periódico de la ciudad de Elkhart, en el estado norteamericano de Indiana, coincidiendo con una fuerte epidemia de gripe. En el curso de la visita, observó que ninguno de los empleados del periódico sufría los síntomas de la enfermedad. Comentando la curiosa circunstancia con el director de la publicación, éste le contó que ello era resultado de que había hecho que todos tomasen un remedio casero de su invención, consistente en una mezcla de aspirinas y bicabonato a partes iguales. De vuelta a su empresa, Beardsley encargó a uno de sus químicos, Maurice Treneer, la fabricación de una pastilla con esa combinación. De esta forma tan casual nació, en 1931, el Alka-Seltzer.
La Cueva de Altamira fue descubierta en 1868 gracias a que el perro de un cazador se introdujo por una ranura entre las piedras que taponaban su entrada. Desde entonces, un arqueólogo aficionado santanderino, Marcelino de Sautuola, la visitó repetidamente en busca de restos arqueológicos. Pero hasta el verano de 1879 no encontró las pinturas rupestres en su interior. En esta fecha, la hija pequeña de Sautuola, María, que le acompañaba en una de sus frecuentes visitas a la cueva, ante la sorpresa de su padre, dio casualmente con la sala donde están las pinturas. Sautuola, una vez que comprendió la importancia del hallazgo, lo dio a conocer mediante un breve informe publicado al año siguiente (1880). Sin embargo, la comunidad científica internacional no concedió ningún crédito a su hallazgo, hasta que, al descubrirse dos décadas después otras cuevas con pinturas rupestres de similar calidad en parajes franceses, volvió a la actualidad el descubrimiento de Sautuola (que había muerto en 1888) y se aceptó finalmente que las maravillosas pinturas de Altamira no eran una falsificación, como se había pensado en principio.
En 1839 se produjo otra de las muchas casualidades que han hecho avanzar la investigación científica. En un descuido, el químico americano Charles Goodyear (1800-1860), que trataba de averiguar cómo eliminar la pegajosidad del caucho, dejó caer unos trozos de este material mezclado con azufre sobre una estufa encendida. Al comenzar a quemarse el caucho, Goodyear se dio cuenta de su descuido, pero observó sorprendido que el caucho no se fundía, sino que sólo se carbonizaba lentamente, como si fuese cuero. Inmediatamente clavó el trozo de caucho medio carbonizado en la parte exterior de la puerta de la cocina de su casa para que se enfriara con el intenso frío que hacía fuera, olvidándose de él al rato. A la mañana siguiente, comprobó con sorpresa que el trozo de caucho carbonizado se había transformado en un material que conservaba su flexibilidad y elasticidad (ésta incluso acentuada), pero que ya no era pegajoso. La conclusión era obvia: agregando azufre al caucho, sometiendo la mezcla a una temperatura mayor que su punto de fusión (proceso que, en 1842, el inglés Thomas Hancock llamaría vulcanización) y enfriándola rápidamente, se producía una estabilización de las propiedades del caucho que abría todo un mundo de nuevas aplicaciones para este producto que hasta entonces sólo se utilizaba como goma de borrar. Como pronto se comprobó, el caucho vulcanizado podía ser estirado hasta doce veces su tamaño original, sin romperse ni deformarse irreversiblemente.
En 1837, Edgar Allan Poe (1809-1849) publicó Las aventuras de Arthur Gordon Pym, novela en la que se relata la aventura de cuatro supervivientes de un naufragio que, tras permanecer muchos días en un bote a la deriva —contando por único alimento con una botella de oporto—, acuciados por el hambre, deciden sortear entre ellos cuál servirá de alimento a los demás, para lo que cortan cuatro pajitas (una de ellas más corta) y eligen cada uno una. La fortuna quiere que el elegido sea un grumete llamado Richard Parker, al que sus compañeros, de acuerdo a lo pactado, asesinan y devoran. 47 años después, en 1884, la yola Mignonette zozobró al sur del océano Atlántico, logrando salvarse sus cuatro tripulantes a bordo de un bote; acuciados por el hambre, decidieron asesinar y comerse a uno de ellos que, enfermo y desnutrido, se encontraba en franco estado agonizante. Se trataba del que había sido grumete de la yola, cuyo nombre era Richard Parker.
En 1911, tres hombres apellidados Green, Berry y Hill asesinaron en su residencia de Greenberry Hill a Sir Edmond Godfrey.
Un aprendiz del fabricante de lentes Hans Lippershey (1570-1619), aprovechando la ausencia momentánea de su maestro, pasaba el rato jugando con las lentes. Inesperadamente, al mezclar unas con otras, dio con una combinación que le permitía ver las cosas mucho más de cerca. A la vuelta del maestro le contó el curioso fenómeno y Lippershey, insertando las lentes en los dos extremos de un tubo opaco, inventó de ese modo el telescopio.
Las huellas más antiguas que se conocen del primer antepasado del hombre, el australopithecus afarensis, fueron descubiertas en Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un partido informal de fútbol (con una boñiga de vaca como pelota), con el que se divertían los miembros de una expedición científica. Uno de los antropólogos cayó rodando por un terraplén y paradójicamente a cuatro patas, se topó literalmente de narices con la prueba de que hace 4 millones de años el hombre andaba erguido.
En 1840, el químico germano-suizo Christian Friedrich Schönbein (1799-1868) experimentaba en su laboratorio dejando pasar aire seco entre dos electrodos conectados a una corriente alterna de varios miles de voltios cuando comenzó a percibir un cierto olor que, en un primer momento, identificó como el olor de la electricidad. Dado que dicho olor le recordaba al del cloro, llegó a la conclusión de que lo que realmente estaba oliendo era una combinación inesperada de cloro con algún otra sustancia que no reconocía. De este modo, ignorando qué estaba oliendo realmente, acudió al griego y llamó a aquel gas desconocido ozono, es decir, en griego, "yo huelo", denominando a la forma más reactiva del oxígeno con un nombre que resultó plenamente apropiado, pues si algo caracteriza a este gas es precisamente su penetrante olor.
Cierto día de 1846 este mismo científico derramó accidentalmente una mezcla de ácido nítrico y sulfúrico, utilizando un delantal de algodón para secarlo. Posteriormente, colgó el delantal en una estufa para que se secara, pero, una vez seco, éste detonó y desapareció. De esta forma, descubrió que transformando la celulosa en nitrocelulosa se conseguía un nuevo y potente material explosivo: el algodón pólvora.
El descubrimiento del papel secante se debe a un error y a una casualidad. En cierta ocasión, un empleado de una fábrica de papel de la ciudad estadounidense de Berkshire olvidó añadir la cola requerida durante el proceso de fabricación de papel de escritura. Como resultado de ello, aquella partida de papel hubo de ser almacenada como inservible y el empleado fue despedido. Sin embargo, poco después, el dueño de la fábrica utilizó una hoja de este papel inservible para secar unas gotas de tinta derramada y se dio cuenta de que absorbía con extraordinaria rapidez, por lo que podría ser aprovechado como papel secante. De lo que no ha quedado constancia es de si el empleado fue readmitido en la empresa.
Hacia el año 80 a. de C., los soldados de una legión romana que invadía el Asia Menor hallaron en un pozo unos manuscritos de las obras de Aristóteles y los llevaron a su general, Sila, quien ordenó que fueran llevados a Roma, donde fueron copiados rápidamente. De esta forma casual nos ha llegado gran parte de la obra de Aristóteles.
Según daba a conocer el 28 de julio de 1977 el periódico San Francisco Chronicle, Michael Maryn había sido víctima en un corto período de tiempo de nada menos que 83 atracos y 4 robos de coche, sin que, aparentemente, su profesión o estilo de vida favorecieran este tipo de incidentes o aumentasen su riesgo de sufrirlos.
El artista español Ponciano Ponzano (1813-1877), escultor de cámara de Isabel II, siempre mantuvo su negativa a esculpir animales en mármol, cosa que, según su opinión, da mala suerte. Sin embargo, no pudo negarse al recibir el encargo de esculpir dos leones para decorar la fachada del Palacio de Congresos madrileño. Desoyendo su prevención comenzó la obra con la desgracia de que el 15 de septiembre de 1877 falleció repentinamente, sin haber acabado de esculpir los leones.
En cierta ocasión, el actor Anthony Hopkins buscaba sin éxito una novela de George Feifer, cuyas ediciones estaban agotadas, con objeto de realizar una película sobre aquel argumento que había conocido tiempo atrás. Casualmente, halló un ejemplar anotado abandonado en el metro. Durante el rodaje de la película, el autor de la novela reconoció aquel ejemplar: un amigo suyo lo había extraviado, con gran pesar, en el metro.
Isaac Newton nació el día de Navidad de 1642 en Woolsthorpe, justamente el mismo día en que moría Galileo Galilei en Arcetri, a las afueras de Florencia. Ello dio lugar a que el filósofo inglés Bertrand Russell bromease tres siglos después sobre esta circunstancia, haciendo ver, con humor, que daba un espaldarazo definitivo a las tesis de los defensores de la teoría de la transmigración de las almas o metempsicosis.
En 1922 se produjo el descubrimiento arqueológico de la tumba intacta de Tutankamon, el adolescente y poco importante faraón egipcio de la XVIII dinastía casado con una hija de la reina Nefertiti y muerto a los dieciocho años. Pocos meses después del hallazgo, George Edward Stanhope Molineux Herbert, quinto conde de Camarvon (1866-1923), egiptólogo y filántropo que financiaba los trabajos del arqueólogo descubridor del hallazgo, Howard Carter (1873-1939), fue picado por un mosquito; al afeitarse se cortó la hinchazón y el 5 de abril de 1923 moría en El Cairo, víctima de una septicemia. Su fallecimiento avivó las especulaciones referente a la maldición que, según las tradiciones ancestrales egipcias, habría de caer sobre los que profanasen las tumbas de los faraones. Según el relato de algunos contemporáneos, en el momento exacto en que el conde británico fallecía, se produjo un apagón en la capital cairota. Poco después, dos hermanastros y la esposa del conde fallecían también, al igual que un ayudante (A. C. Mace) y el secretario de Carter, el hijo de lord Westbury (cuyo padre se suicidó, desesperado, al año siguiente). El egiptólogo Arthur Weigali, que había estudiado la momia de Tutankamon, murió súbitamente aquejado de unas fiebres desconocidas. Archibald Douglas Reid también falleció repentinamente, mientras examinaba una momia por rayos X. Un magnate americano y un egiptólogo francés sufrieron también sendos accidentes tras visitar la tumba, avivando todo ello la leyenda de la maldición.
En cierta ocasión la Casa de la Moneda estadounidense lanzó al mercado unas monedas en las que se podía leer In Gold We Trust (es decir, “Confiamos en el oro”) en vez del lema que hubiera sido correcto, In God We Trust (“Confiamos en Dios”).
Según cuenta Vicente Vega, el ingeniero austríaco Reinhold Boyer, afincado durante muchos años en Madrid, donde murió, fue un verdadero coleccionista de catástrofes. Al parecer, Boyer sobrevivió a su primer grave accidente a los seis años, cuando, viajando con sus padres, se derrumbó un puente de ferrocarril al paso de su tren; en el accidente murieron 200 personas. A los ocho años, se libró milagrosamente del incendio de un teatro vienés, en el que se hallaba nuevamente junto a sus padres; en el accidente murieron 449 personas. Ya trabajando como ingeniero en una mina cercana al Paso de Calais, se libró milagrosamente del incendio que asoló varias galerías; en el accidente murieron unos 1.300 mineros. Dos años después, hallándose en Sicilia realizando unos sondeos, se produjo un fortísimo terremoto; a causa del temblor murieron unas 200.000 personas. En 1912, a punto de emprender un viaje a los Estados Unidos, tuvo que desistir a última hora a consecuencia de una súbita enfermedad; de esta forma tan casual se libró de sacar un pasaje para el infortunado viaje inaugural del Titanic; en el accidente murieron 1.513 personas. Tiempo después, estando en la ciudad norteamericana de Miami, un huracán destruyó prácticamente la zona; a consecuencia del huracán murieron 12.000 personas. Finalmente, seis meses después, volvió a escapar milagrosamente de la riada causada por el desbordamiento del río Mississippi en el estado norteamericano de Luisiana; en la riada murieron varios miles de personas. A todo ello, al parecer, habría que añadir diversos accidentes, choques, descarrilamientos y catástrofes naturales de menor entidad. Increíble. Pero, al parecer, totalmente cierto.
El guardabosques estadounidense Roy C. Sullivan fue alcanzado siete veces en su vida por un rayo. La primera vez (1942) sólo sufrió la pérdida de la uña del dedo gordo de un pie; en la segunda (1969) se le quemaron las cejas; en la tercera (1970) sufrió quemaduras en el hombro izquierdo; en la cuarta (1972) se le quemó el pelo; en la quinta (1973) de nuevo se le quemó el pelo y también las piernas; en la sexta (1976) resultó herido en un tobillo, y en la séptima y última (1977) sufrió quemaduras en el pecho y en el estómago. Tras sobrevivir a tantos y tan peligrosos accidentes, Sullivan, se dice que desilusionado por un desengaño tras una tormentosa relación amorosa, se suicidó finalmente en 1983, disparándose un tiro.
El 7 de noviembre de 1874, la revista norteamericana American Medical Weekly dio a conocer un extraordinario e increíble caso de inseminación involuntaria presentado por el doctor T. G. Capers. Según el testimonio de este doctor, durante la batalla de Raymond, entablada junto al río Misissippi el 12 de mayo de 1863, un soldado, amigo personal del doctor Capers, fue herido por una bala que le atravesó el escroto, llevándosele el testículo izquierdo. Al parecer, la misma bala penetró en el abdomen de una muchacha de 17 años que estaba casualmente en el mismo paraje. Doscientos setenta y ocho días después, la muchacha dio a luz a un niño de casi cuatro kilos de peso, sin que en ese desenlace interviniese, según testimonio de la joven, más que la providencia. Lo que vino a corroborar la versión inocente que daba la muchacha fue que, tres semanas después, el mismo doctor Capers operaba al bebé, extrayéndole un cuerpo extraño, que resultó ser una bala idéntica a las que había utilizado el enemigo en la batalla ocurrida en el lugar nueve meses antes. El broche final de esta increíble pero al parecer verídica historia, fue que el escéptico soldado visitó a la madre de su supuesto hijo accidental y entre ambos surgió algo más que una afinidad, que pronto acabó en matrimonio. La pareja tendría después otros tres hijos, concebidos, eso sí, de una manera más voluntaria.
En 1954, el escritor de novelas de ciencia-ficción Lester del Rey escribió una novela corta que comenzaba con la frase: «La primera nave espacial aterrizó en la Luna y el comandante Armstrong salió de ella...». Quince años más tarde, el comandante Neil A. Armstrong se convertía en el primer hombre que pisó suelo lunar.
En su famosa obra Los viajes de Guíliver (1726), el escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745) mencionaba «dos estrellas menores o satélites que giraban alrededor de Marte», describiendo con asombrosa precisión sus proporciones y sus órbitas. Más de siglo y medio después, en 1877, las dos lunas de Marte, bautizadas con los nombres de Fobos y Deimos, fueron descubiertas oficialmente por el astrónomo estadounidense Asaph Hall (1829-1907).
El escritor estadounidense Mark Twain (1835-1910) nació el mismo año en que se produjo una de las cíclicas apariciones del famoso cometa Halley. Durante toda su vida, Twain repitió una y otra vez que ya que había venido al mundo con el cometa, se iría también con él. Y, en efecto, Mark Twain falleció el 21 de abril de 1910, poco después de que el cometa reapareciese.
Según los estudiosos de su obra, Jules Veme (1828-1905) anticipó los tanques en su novela La casa de vapor; el submarino en 20.000 leguas de viaje submarino; el lanzallamas en Ante la bandera y los satélites artificiales en Robur, el dueño del mundo. En el resto de sus obras describió además máquinas e invenciones que recuerdan con asombrosa precisión ingenios y actividades tan actuales como el helicóptero, la tortura por descargas eléctricas, las bombas de fragmentación, el cañón de largo alcance, los ingenios bélicos teledirigidos, las alambradas electrificadas, el cine sonoro, los rascacielos, la contaminación o la ciudad ecológica.
Pero en una de sus más sorprendentes novelas de anticipación, De la Tierra a la Luna (1865), completó una de sus predicciones más sorprendentes por la exactitud con que se cumpliría muchos años después. En esta novela, Verne comienza por situar en las Montañas Rocosas un telescopio de 5 metros de diámetro; ubicación y dimensiones idénticas a las que tuvo el primer telescopio del observatorio de Monte Palomar. En segundo lugar, en vez de elegir como potencias promotores del viaje espacial a Francia o Gran Bretaña, los dos países más poderosos de su época, escogió un hipotético club de fabricantes de armas de los Estados Unidos, que en los tiempos en que Julio Verne publicó esta novela era todavía una nación bastante atrasada, sumida en plena recuperación de las secuelas de su guerra civil recién finalizada. Este club sufraga los gastos de la expedición con una suscripción internacional a la que la primera nación que se adhiere es Rusia, con una fuerte participación, y la última, Espaiía, con una participación simbólica, porque, en palabras de Veme, «la ciencia no está muy bien vista en ese país que está aún un poco atrasado». Julio Veme situó el cañón de 300 metros, que en la novela propulsa el proyectil astronáutica enviado a la Luna, en Cabo Town, un lugar muy cercano al actual Cabo Cañaveral. En el cohete utilizado en el primer viaje experimental de la novela viajan dos animales, una ardilla y un gato; en la historia real de la cosmonáutica fue una perra, llamada Laika, el primer ser vivo en viajar al espacio. En la novela de Veme, el proyectil que definitivamente se dirige a la Luna se llama Columbiad y en él viajan tres hombres y dos perros, uno de los cuales muere y al ser lanzado al espacio, comienza a flotar, acompañando a la nave en torno a la Luna (hechos que la ciencia todavía ignoraba). Pero aún hay más. Verne concibe un método de refrigeración del aire de la nave mediante un sistema de circuito cerrado, provee a sus hombres de alimentos concentrados y corrige la trayectoria mediante cohetes auxiliares. Además, el vuelo de la nave sufre una peripecia que recuerda mucho a la del Apolo XI, cuyo módulo de comando (Columbia) depositó a dos hombres por primera vez en el suelo lunar: el bólido imaginado por Veme alcanzó la Luna en 97 horas, viajando a una velocidad media de 40.000 km/h; el Apolo XI viajó a 38.500, alunizando en 102 horas. El Apolo VIII, primer vehículo tripulado que situó a tres astronautas en órbita lunar tuvo un peso y una altura casi idénticos a los de la cápsula imaginada por Verne. Este mismo Apolo VIII cayó en su viaje de vuelta en el Pacífico, a unos 4 kilómetros de las coordenadas donde amerizó la nave de Veme; siendo rescatados ambos vehículos por barcos de la Marina estadounidense. En total, se trata de una asombrosa demostración de facultades premonitorias por parte del visionario novelista francés.
El 24 de septiembre de 1504, el médico y quiromántico boloñés Bartolomé Cociés moría a manos del hombre al que había vaticinado que cometería un asesinato en esa misma fecha.
David Janssen, el popular actor protagonista de la serie televisiva El fugitivo soñó que se veía a sí mismo dentro de un ataúd, muerto tras un ataque al corazón. Dos días después moría de un infarto.
Ed Sampson, redactor jefe del periódico estadounidense Boston Globe, soñó en agosto de 1883, durmiendo una borrachera, que la isla indonesia de Pralape era desolada por la erupción de un volcán, muriendo unas 36.000 personas. Su sueño le resultó tan real que, presuroso, publicó la noticia al día siguiente. Fue inmediatamente despedido al comprobarse que tal isla no existía. Sin embargo, un día después, se supo que un volcán había destruido la isla de Krakatoa, provocando un numero de víctimas muy próximo al soñado por Sampson. Indagaciones posteriores demostraron que Krakatoa se había llamado hasta el siglo XVII Pralape.
El mariscal de¡ aire británico Victor Goddard aseguró que un amigo suyo le había narrado un sueño en el que veía chocar un avión parecido al que él iba a pilotar al día siguiente. A pesar de que el mariscal quedó preocupado (más aun al comprobar que, a ultima hora, se añadía un séptimo pasajero, como ocurría en el sueño de su amigo), inició la misión y, efectivamente, se produjo un accidente. Afortunadamente, todos los pasajeros lograron sobrevivir.
El científico británico Roger Bacon (1214-1294) sugirió en la sección de matemáticas de su Opus Majus la posibilidad de que, navegando desde España al Occidente, se podría llegar a las Indias.
El industrial Jack Swimmer batió todos los récords de exactitud habidos y por haber en una predicción electoral al determinar de antemano el número exacto de votos que obtendría el candidato Dwight David Eisenhower (1890-1969) en las elecciones presidenciales estadounidenses de 1956. Swimmer entregó días antes de los comicios su predicción en la jefatura de policía de Los Angeles, junto a un cheque que donaría a la institución en caso de equivocarse; en ella constaban los 33.974.241 votos que realmente obtendría Eisenhower al ser reelegido para su segundo mandato, señalando incluso, en un alarde, que 2.875.637 de ellos corresponderían a California y 1.218.462 a Los Angeles, como así fue en la realidad.
Tomado de EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS, por Gregorio Doval
La corriente eléctrica fue descubierta casualmente por el profesor de anatomía de la universidad italiana de Bolonia, Luigi Galvani (1737-1798). Un día de 1786, mientras él diseccionaba una rana, un ayudante produjo una chispa con una máquina electrostática situada en la misma habitación. La chispa causó una corriente eléctrica que conectó con Galvani y, a través de su escalpelo metálico, pasó a la rana muerta, que contrajo sorprendentemente sus músculos, «como si hubiese sufrido un calambre» (en palabras del profesor Galvani). Deduciendo del fenómeno la existencia de lo que él llamó electricidad animal, Galvani dio un paso crucial en la demostración experimental de la existencia de lo que luego se llamaría corriente eléctrica.
El 5 de diciembre de 1664 se hundió un barco en el estrecho de Menay, en la costa norte de Gales, muriendo 82 pasajeros, todos los que componían el pasaje, salvo un hombre llamado Hugh Williams. El 5 de diciembre de 1785, otro barco se hundió, pereciendo 60 pasajeros y dejando un único superviviente, llamado Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860, el hundimiento de un tercer barco provocaba la muerte de 25 pasajeros y un único superviviente, llamado —¿cómo no?— Hugh Williains.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el Lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo 67 personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgerald, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.
Los cinco hijos del matrimonio estadounidense formado por Ralph y Carolyn Cummins nacieron un 20 de febrero pero de distintos años: Catherine, en 1952; Carol, en 1953; Charles, en 1956; Claudia, en 1961, y Cecilia, en 1966. ¡Todo un milagro de exactitud! Hay que tener en cuenta que se ha calculado que la probabilidad de que cinco hermanos no gemelos tengan la misma fecha de nacimiento es de 1 contra 17.797.577.730.
En la primavera de 1975, un bebé cayó desde una altura de 14 pisos en la ciudad estadounidense de Detroit, aterrizando sobre Joseph Figlock, ocasional transeúnte. Un año después, volvió a ocurrirle lo mismo al señor Figlock con otro niño. En ambos casos, todos los implicados sobrevivieron.
El constructor de la ciudadela de la Bastilla, Hugues Aubriot (?-1382), preboste de París y constructor también del Chátelet, el puente de Saint Michel y el primer sistema de cloacas abovedadas de la capital francesa, fue la primera persona encerrada en la Bastilla, cuando ésta pasó a ser cárcel, acusado de impiedad y herejía, a la muerte de su protector el rey Carlos V de Francia. Sin embargo, inaugurando otra costumbre, el pueblo se amotinó y lo liberó.
Hay ocasiones en que la historia parece rizar el rizo de la verosimilitud. Es el caso, por ejemplo, de lo sucedido al rey Humberto I de Italia (1844-1900), que cierto día de 1900 se asombró al observar que el propietario del restaurante donde cenaba tenía un gran parecido físico con él. Impresionado por la coincidencia, le mandó llamar y comprobó aún con mayor sorpresa que ambos habían nacido el mismo día del mismo año (14 de marzo de 1844); que el propietario estaba casado con una mujer que tenía el mismo nombre de pila que la reina (Margarita), y que había abierto su establecimiento el mismo día que el rey era coronado (9 de enero de 1878). Simpatizando con él ante tantas coincidencias, el rey invitó al propietario del restaurante a asistir al día siguiente (29 de julio de 1900) a un festival atlético que su majestad iba a presidir en Monza. En pleno acto deportivo, poco después de que el rey fuera informado de que el retraso de su invitado se debía a que había sido asesinado a balazos aquella misma noche, el anarquista Gaetano Bresci disparó sobre el monarca, matándole.
En cierta ocasión, el erudito francés Jean François Champollion (1790-1832) visitaba el Museo de Turín cuando en uno de sus almacenes encontró una caja que contenía restos de papiros. A la vista de que nadie sabía decirle de qué se trataba exactamente, y viendo que estaban clasificados como material inútil, comenzó a investigar los fragmentos, reuniéndolos pacientemente y ordenándolos, resultando que se trataba de la única lista existente de las dinastías egipcias, con los nombres y cronología de los faraones. Un documento de incomparable valor histórico.
El 2 de febrero de 1852, el sacerdote Martín Merino (1789-1852) —al que no hay que confundir con el más famoso Cura Merino, notable héroe de la Guerra de la Independencia y de las guerras carlistas— intentó asesinar a la reina española Isabel II (1830-1904), que salía de una misa de acción de gracias por su reciente parto. Pero el cuchillo se enganchó en las ballenas del corsé de la reina, desviándose la puñalada y causando sólo un leve rasguño a su majestad. El frustrado regicida fue rápidamente juzgado y ahorcado.
No es un hecho muy conocido el que el Titanic, aquel buque insumergible que se sumergió en su primera travesía oceánica, fue construido a semejanza de un barco gemelo, aunque algo más ligero, llamado Olimpic. Al ser botado, el Olimpic chocó con el crucero británico Hawke y tuvo que ser llevado a los astilleros de Belfast para su inmediata reparación.
Pero esta no es la única casualidad o coincidencia notable relacionada con el Titanic. En una novela escrita en 1898 por Morgan Robertson (1861-1915), titulada Futilidad, se narraba el hundimiento del buque transoceánico de lujo Titán, calificado de insumergible, al chocar contra un iceberg en aguas del Atlántico, una noche de abril. En la novela, como en el caso real, la ineficacia de los planes de salvamento, la carencia de un número suficiente de botes salvavidas y la extrema frialdad del agua hacen perecer a todos los viajeros. Lo curioso del caso es que esta novela fue publicada catorce años antes de que, en 1912, ocurriese el verdadero hundimiento del Titanic.
Y aún hay más. Parece ser que, en 1935, 23 años después del hundimiento del Titanic, William Reeves, marinero nacido precisamente el mismo día en que se hundió el trasatlántico, que estaba de guardia en su barco, tuvo un extraño presentimiento e hizo detener la marcha al cruzar una zona del océano Atlántico cercana a donde se había producido en 1912 aquella terrible catástrofe. Al observar detenidamente la zona, se comprobó que aquella parada había sido providencial, puesto que el buque estaba en rumbo de colisión con un gran iceberg. Lo más curioso de todo es que este tercer barco se llamaba Titanian.
Según cuentan biógrafos aficionados a este tipo de curiosidades, la vida del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) estuvo marcada por la sombra del número 13. Además de nacer en 1813, su nombre y apellido tienen 13 y los números de su año de nacimiento suman 13. Sintió su primer impulso musical un 13 de octubre. Sufrió un destierro de 13 años. Compuso 13 óperas, terminando una de las más famosas, Tannhäuser, un 13 de abril. Esta misma obra, que fue estrenada en París el 13 de marzo de 1845, estuvo cincuenta años sin ser repuesta hasta el 13 de mayo de 1895. Su primera actuación al frente de una orquesta se produjo en Riga, en un teatro inaugurado un 13 de septiembre. Se fue a vivir a Bayreuth a una casa que fue abierta un 13 de agosto y que abandonó un 13 de septiembre. Su suegro, Franz Listz, le visitó por última vez el 13 de enero de 1883. Como no podía ser menos, Wagner falleció el 13 de febrero de aquel mismo año, en el que, por cierto, se conmemoraba el decimotercer aniversario de la unificación nacional alemana... No hay constancia de que Richard Wagner sufriera triscadeicafobia (es decir, fobia al número 13), pero evidentemente hubiera tenido razones para ello.
No se sabe si guarda o no alguna relación con esta insistente coincidencia con el fatídico número 13, pero lo cierto es que la biografía de Wagner está salpicada de desgracias y momentos delicados. Acuciado por perennes problemas de dinero, su vida estuvo marcada por un constante peregrinaje por diversas capitales europeas huyendo de sus acreedores. Por ejemplo, al ser despedido en 1839 de su cargo de director de la orquesta de Riga, la capital de Letonia, él y su esposa (y también su perro) huyeron del país en un pequeño bote con destino a Londres, literalmente perseguidos por los acreedores. En 1849, se combinaron además los problemas políticos y tuvo que huir apresuradamente de Dresde, escondido en un vagón de carga y con un pasaporte falso. En 1864, viviendo de nuevo en Dresde, no tuvo oportunidad de escapar de sus perseguidores y fue encarcelado por deudas. Afortunadamente para él, ese mismo año subió al trono de Baviera Luis II que, en su faceta de gran mecenas del arte, le tomó bajo su protección, eliminando de una vez por todas sus problemas económicos.
Los norteamericanos, aficionados como ellos solos a la búsqueda de coincidencias las vidas de sus personajes ilustres han señalado una numerosa lista de ellas en las respectivas biografías de los presidentes Abraham Lincoin (1809-1865) y John Fitgerald Kennedy (1917-1963). Para empezar, ambos fueron elegidos congresistas en 1847 y 1947, respectivamente, y designados presidentes en 1860 y 1960. Los dos medían 1,83 metros de estatura y sus apellidos tienen siete letras. Sus secretarios, apellidados, respectivamente, Kennedy y Lincoln, les aconsejaron no ir a los lugares donde ambos fueron asesinados. Los dos magnicidios ocurrieron en viernes, y ambos estadistas recibieron balazos en la cabeza, disparados desde atrás y en presencia de sus mujeres (las cuales, por cierto, perdieron un hijo durante su estancia en la Casa Blanca). El asesino de Lincoln, Booth, disparó sobre él en el teatro Ford y se escondió en un almacén. El de Kennedy, Oswald, le disparó cuando viajaba en un automóvil de la marca Ford (modelo Lincoln) desde un almacén, ocultándose en un teatro. Los magnicidas, cuyos nombres completos tenían 15 letras en cada caso, eran sureños y habían nacido en 1839 y 1939, y ambos fueron asesinados a su vez horas después de cometer los magnicidios (sin haber confesado su autoría). Los dos presidentes fueron sucedidos por los vicepresidentes Andrew y Lyndon Johnson, que eran senadores, demócratas sureños y nacieron respectivamente en 1808 y 1908. ¿Será todo esto puro azar?
Aunque posiblemente otros investigadores ya habían aislado previamente esta sustancia, el descubrimiento oficial del valor edulcorante de la sacarina se produjo en 1879 en el laboratorio del químico estadounidense Ira Remsen, en el que trabajaba un joven científico, de apellido Fahlberg, que dio casualmente con este importante descubrimiento. Cierto día, mientras Fahlberg almorzaba, notó un sabor dulce en la sopa y se lo hizo ver a la cocinera, que, indignada, probó el caldo y no notó el supuesto sabor dulce. A continuación, el científico comprobó que el pan también tenía el mismo sabor, lo que le llevó a sospechar que tal sabor extraño tenía otro origen. Intrigado, lamió la palma de su mano y advirtió ese mismo sabor. Lo antes que pudo volvió a su laboratorio y, tras un minucioso examen, llegó a la conclusión de que el sabor dulce provenía de una sustancia desconocida que había surgido en el curso de su investigación sobre la hulla en busca de nuevos colores de reacción, que pronto identificó y patentó con el nombre de sacarina.
Hub Beardsley, presidente de la empresa farmacológica Doctor Miles Laboratories, visitó en el invierno de 1928 las instalaciones de un periódico de la ciudad de Elkhart, en el estado norteamericano de Indiana, coincidiendo con una fuerte epidemia de gripe. En el curso de la visita, observó que ninguno de los empleados del periódico sufría los síntomas de la enfermedad. Comentando la curiosa circunstancia con el director de la publicación, éste le contó que ello era resultado de que había hecho que todos tomasen un remedio casero de su invención, consistente en una mezcla de aspirinas y bicabonato a partes iguales. De vuelta a su empresa, Beardsley encargó a uno de sus químicos, Maurice Treneer, la fabricación de una pastilla con esa combinación. De esta forma tan casual nació, en 1931, el Alka-Seltzer.
La Cueva de Altamira fue descubierta en 1868 gracias a que el perro de un cazador se introdujo por una ranura entre las piedras que taponaban su entrada. Desde entonces, un arqueólogo aficionado santanderino, Marcelino de Sautuola, la visitó repetidamente en busca de restos arqueológicos. Pero hasta el verano de 1879 no encontró las pinturas rupestres en su interior. En esta fecha, la hija pequeña de Sautuola, María, que le acompañaba en una de sus frecuentes visitas a la cueva, ante la sorpresa de su padre, dio casualmente con la sala donde están las pinturas. Sautuola, una vez que comprendió la importancia del hallazgo, lo dio a conocer mediante un breve informe publicado al año siguiente (1880). Sin embargo, la comunidad científica internacional no concedió ningún crédito a su hallazgo, hasta que, al descubrirse dos décadas después otras cuevas con pinturas rupestres de similar calidad en parajes franceses, volvió a la actualidad el descubrimiento de Sautuola (que había muerto en 1888) y se aceptó finalmente que las maravillosas pinturas de Altamira no eran una falsificación, como se había pensado en principio.
En 1839 se produjo otra de las muchas casualidades que han hecho avanzar la investigación científica. En un descuido, el químico americano Charles Goodyear (1800-1860), que trataba de averiguar cómo eliminar la pegajosidad del caucho, dejó caer unos trozos de este material mezclado con azufre sobre una estufa encendida. Al comenzar a quemarse el caucho, Goodyear se dio cuenta de su descuido, pero observó sorprendido que el caucho no se fundía, sino que sólo se carbonizaba lentamente, como si fuese cuero. Inmediatamente clavó el trozo de caucho medio carbonizado en la parte exterior de la puerta de la cocina de su casa para que se enfriara con el intenso frío que hacía fuera, olvidándose de él al rato. A la mañana siguiente, comprobó con sorpresa que el trozo de caucho carbonizado se había transformado en un material que conservaba su flexibilidad y elasticidad (ésta incluso acentuada), pero que ya no era pegajoso. La conclusión era obvia: agregando azufre al caucho, sometiendo la mezcla a una temperatura mayor que su punto de fusión (proceso que, en 1842, el inglés Thomas Hancock llamaría vulcanización) y enfriándola rápidamente, se producía una estabilización de las propiedades del caucho que abría todo un mundo de nuevas aplicaciones para este producto que hasta entonces sólo se utilizaba como goma de borrar. Como pronto se comprobó, el caucho vulcanizado podía ser estirado hasta doce veces su tamaño original, sin romperse ni deformarse irreversiblemente.
En 1837, Edgar Allan Poe (1809-1849) publicó Las aventuras de Arthur Gordon Pym, novela en la que se relata la aventura de cuatro supervivientes de un naufragio que, tras permanecer muchos días en un bote a la deriva —contando por único alimento con una botella de oporto—, acuciados por el hambre, deciden sortear entre ellos cuál servirá de alimento a los demás, para lo que cortan cuatro pajitas (una de ellas más corta) y eligen cada uno una. La fortuna quiere que el elegido sea un grumete llamado Richard Parker, al que sus compañeros, de acuerdo a lo pactado, asesinan y devoran. 47 años después, en 1884, la yola Mignonette zozobró al sur del océano Atlántico, logrando salvarse sus cuatro tripulantes a bordo de un bote; acuciados por el hambre, decidieron asesinar y comerse a uno de ellos que, enfermo y desnutrido, se encontraba en franco estado agonizante. Se trataba del que había sido grumete de la yola, cuyo nombre era Richard Parker.
En 1911, tres hombres apellidados Green, Berry y Hill asesinaron en su residencia de Greenberry Hill a Sir Edmond Godfrey.
Un aprendiz del fabricante de lentes Hans Lippershey (1570-1619), aprovechando la ausencia momentánea de su maestro, pasaba el rato jugando con las lentes. Inesperadamente, al mezclar unas con otras, dio con una combinación que le permitía ver las cosas mucho más de cerca. A la vuelta del maestro le contó el curioso fenómeno y Lippershey, insertando las lentes en los dos extremos de un tubo opaco, inventó de ese modo el telescopio.
Las huellas más antiguas que se conocen del primer antepasado del hombre, el australopithecus afarensis, fueron descubiertas en Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un partido informal de fútbol (con una boñiga de vaca como pelota), con el que se divertían los miembros de una expedición científica. Uno de los antropólogos cayó rodando por un terraplén y paradójicamente a cuatro patas, se topó literalmente de narices con la prueba de que hace 4 millones de años el hombre andaba erguido.
En 1840, el químico germano-suizo Christian Friedrich Schönbein (1799-1868) experimentaba en su laboratorio dejando pasar aire seco entre dos electrodos conectados a una corriente alterna de varios miles de voltios cuando comenzó a percibir un cierto olor que, en un primer momento, identificó como el olor de la electricidad. Dado que dicho olor le recordaba al del cloro, llegó a la conclusión de que lo que realmente estaba oliendo era una combinación inesperada de cloro con algún otra sustancia que no reconocía. De este modo, ignorando qué estaba oliendo realmente, acudió al griego y llamó a aquel gas desconocido ozono, es decir, en griego, "yo huelo", denominando a la forma más reactiva del oxígeno con un nombre que resultó plenamente apropiado, pues si algo caracteriza a este gas es precisamente su penetrante olor.
Cierto día de 1846 este mismo científico derramó accidentalmente una mezcla de ácido nítrico y sulfúrico, utilizando un delantal de algodón para secarlo. Posteriormente, colgó el delantal en una estufa para que se secara, pero, una vez seco, éste detonó y desapareció. De esta forma, descubrió que transformando la celulosa en nitrocelulosa se conseguía un nuevo y potente material explosivo: el algodón pólvora.
El descubrimiento del papel secante se debe a un error y a una casualidad. En cierta ocasión, un empleado de una fábrica de papel de la ciudad estadounidense de Berkshire olvidó añadir la cola requerida durante el proceso de fabricación de papel de escritura. Como resultado de ello, aquella partida de papel hubo de ser almacenada como inservible y el empleado fue despedido. Sin embargo, poco después, el dueño de la fábrica utilizó una hoja de este papel inservible para secar unas gotas de tinta derramada y se dio cuenta de que absorbía con extraordinaria rapidez, por lo que podría ser aprovechado como papel secante. De lo que no ha quedado constancia es de si el empleado fue readmitido en la empresa.
Hacia el año 80 a. de C., los soldados de una legión romana que invadía el Asia Menor hallaron en un pozo unos manuscritos de las obras de Aristóteles y los llevaron a su general, Sila, quien ordenó que fueran llevados a Roma, donde fueron copiados rápidamente. De esta forma casual nos ha llegado gran parte de la obra de Aristóteles.
Según daba a conocer el 28 de julio de 1977 el periódico San Francisco Chronicle, Michael Maryn había sido víctima en un corto período de tiempo de nada menos que 83 atracos y 4 robos de coche, sin que, aparentemente, su profesión o estilo de vida favorecieran este tipo de incidentes o aumentasen su riesgo de sufrirlos.
El artista español Ponciano Ponzano (1813-1877), escultor de cámara de Isabel II, siempre mantuvo su negativa a esculpir animales en mármol, cosa que, según su opinión, da mala suerte. Sin embargo, no pudo negarse al recibir el encargo de esculpir dos leones para decorar la fachada del Palacio de Congresos madrileño. Desoyendo su prevención comenzó la obra con la desgracia de que el 15 de septiembre de 1877 falleció repentinamente, sin haber acabado de esculpir los leones.
En cierta ocasión, el actor Anthony Hopkins buscaba sin éxito una novela de George Feifer, cuyas ediciones estaban agotadas, con objeto de realizar una película sobre aquel argumento que había conocido tiempo atrás. Casualmente, halló un ejemplar anotado abandonado en el metro. Durante el rodaje de la película, el autor de la novela reconoció aquel ejemplar: un amigo suyo lo había extraviado, con gran pesar, en el metro.
Isaac Newton nació el día de Navidad de 1642 en Woolsthorpe, justamente el mismo día en que moría Galileo Galilei en Arcetri, a las afueras de Florencia. Ello dio lugar a que el filósofo inglés Bertrand Russell bromease tres siglos después sobre esta circunstancia, haciendo ver, con humor, que daba un espaldarazo definitivo a las tesis de los defensores de la teoría de la transmigración de las almas o metempsicosis.
En 1922 se produjo el descubrimiento arqueológico de la tumba intacta de Tutankamon, el adolescente y poco importante faraón egipcio de la XVIII dinastía casado con una hija de la reina Nefertiti y muerto a los dieciocho años. Pocos meses después del hallazgo, George Edward Stanhope Molineux Herbert, quinto conde de Camarvon (1866-1923), egiptólogo y filántropo que financiaba los trabajos del arqueólogo descubridor del hallazgo, Howard Carter (1873-1939), fue picado por un mosquito; al afeitarse se cortó la hinchazón y el 5 de abril de 1923 moría en El Cairo, víctima de una septicemia. Su fallecimiento avivó las especulaciones referente a la maldición que, según las tradiciones ancestrales egipcias, habría de caer sobre los que profanasen las tumbas de los faraones. Según el relato de algunos contemporáneos, en el momento exacto en que el conde británico fallecía, se produjo un apagón en la capital cairota. Poco después, dos hermanastros y la esposa del conde fallecían también, al igual que un ayudante (A. C. Mace) y el secretario de Carter, el hijo de lord Westbury (cuyo padre se suicidó, desesperado, al año siguiente). El egiptólogo Arthur Weigali, que había estudiado la momia de Tutankamon, murió súbitamente aquejado de unas fiebres desconocidas. Archibald Douglas Reid también falleció repentinamente, mientras examinaba una momia por rayos X. Un magnate americano y un egiptólogo francés sufrieron también sendos accidentes tras visitar la tumba, avivando todo ello la leyenda de la maldición.
En cierta ocasión la Casa de la Moneda estadounidense lanzó al mercado unas monedas en las que se podía leer In Gold We Trust (es decir, “Confiamos en el oro”) en vez del lema que hubiera sido correcto, In God We Trust (“Confiamos en Dios”).
Según cuenta Vicente Vega, el ingeniero austríaco Reinhold Boyer, afincado durante muchos años en Madrid, donde murió, fue un verdadero coleccionista de catástrofes. Al parecer, Boyer sobrevivió a su primer grave accidente a los seis años, cuando, viajando con sus padres, se derrumbó un puente de ferrocarril al paso de su tren; en el accidente murieron 200 personas. A los ocho años, se libró milagrosamente del incendio de un teatro vienés, en el que se hallaba nuevamente junto a sus padres; en el accidente murieron 449 personas. Ya trabajando como ingeniero en una mina cercana al Paso de Calais, se libró milagrosamente del incendio que asoló varias galerías; en el accidente murieron unos 1.300 mineros. Dos años después, hallándose en Sicilia realizando unos sondeos, se produjo un fortísimo terremoto; a causa del temblor murieron unas 200.000 personas. En 1912, a punto de emprender un viaje a los Estados Unidos, tuvo que desistir a última hora a consecuencia de una súbita enfermedad; de esta forma tan casual se libró de sacar un pasaje para el infortunado viaje inaugural del Titanic; en el accidente murieron 1.513 personas. Tiempo después, estando en la ciudad norteamericana de Miami, un huracán destruyó prácticamente la zona; a consecuencia del huracán murieron 12.000 personas. Finalmente, seis meses después, volvió a escapar milagrosamente de la riada causada por el desbordamiento del río Mississippi en el estado norteamericano de Luisiana; en la riada murieron varios miles de personas. A todo ello, al parecer, habría que añadir diversos accidentes, choques, descarrilamientos y catástrofes naturales de menor entidad. Increíble. Pero, al parecer, totalmente cierto.
El guardabosques estadounidense Roy C. Sullivan fue alcanzado siete veces en su vida por un rayo. La primera vez (1942) sólo sufrió la pérdida de la uña del dedo gordo de un pie; en la segunda (1969) se le quemaron las cejas; en la tercera (1970) sufrió quemaduras en el hombro izquierdo; en la cuarta (1972) se le quemó el pelo; en la quinta (1973) de nuevo se le quemó el pelo y también las piernas; en la sexta (1976) resultó herido en un tobillo, y en la séptima y última (1977) sufrió quemaduras en el pecho y en el estómago. Tras sobrevivir a tantos y tan peligrosos accidentes, Sullivan, se dice que desilusionado por un desengaño tras una tormentosa relación amorosa, se suicidó finalmente en 1983, disparándose un tiro.
El 7 de noviembre de 1874, la revista norteamericana American Medical Weekly dio a conocer un extraordinario e increíble caso de inseminación involuntaria presentado por el doctor T. G. Capers. Según el testimonio de este doctor, durante la batalla de Raymond, entablada junto al río Misissippi el 12 de mayo de 1863, un soldado, amigo personal del doctor Capers, fue herido por una bala que le atravesó el escroto, llevándosele el testículo izquierdo. Al parecer, la misma bala penetró en el abdomen de una muchacha de 17 años que estaba casualmente en el mismo paraje. Doscientos setenta y ocho días después, la muchacha dio a luz a un niño de casi cuatro kilos de peso, sin que en ese desenlace interviniese, según testimonio de la joven, más que la providencia. Lo que vino a corroborar la versión inocente que daba la muchacha fue que, tres semanas después, el mismo doctor Capers operaba al bebé, extrayéndole un cuerpo extraño, que resultó ser una bala idéntica a las que había utilizado el enemigo en la batalla ocurrida en el lugar nueve meses antes. El broche final de esta increíble pero al parecer verídica historia, fue que el escéptico soldado visitó a la madre de su supuesto hijo accidental y entre ambos surgió algo más que una afinidad, que pronto acabó en matrimonio. La pareja tendría después otros tres hijos, concebidos, eso sí, de una manera más voluntaria.
En 1954, el escritor de novelas de ciencia-ficción Lester del Rey escribió una novela corta que comenzaba con la frase: «La primera nave espacial aterrizó en la Luna y el comandante Armstrong salió de ella...». Quince años más tarde, el comandante Neil A. Armstrong se convertía en el primer hombre que pisó suelo lunar.
En su famosa obra Los viajes de Guíliver (1726), el escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745) mencionaba «dos estrellas menores o satélites que giraban alrededor de Marte», describiendo con asombrosa precisión sus proporciones y sus órbitas. Más de siglo y medio después, en 1877, las dos lunas de Marte, bautizadas con los nombres de Fobos y Deimos, fueron descubiertas oficialmente por el astrónomo estadounidense Asaph Hall (1829-1907).
El escritor estadounidense Mark Twain (1835-1910) nació el mismo año en que se produjo una de las cíclicas apariciones del famoso cometa Halley. Durante toda su vida, Twain repitió una y otra vez que ya que había venido al mundo con el cometa, se iría también con él. Y, en efecto, Mark Twain falleció el 21 de abril de 1910, poco después de que el cometa reapareciese.
Según los estudiosos de su obra, Jules Veme (1828-1905) anticipó los tanques en su novela La casa de vapor; el submarino en 20.000 leguas de viaje submarino; el lanzallamas en Ante la bandera y los satélites artificiales en Robur, el dueño del mundo. En el resto de sus obras describió además máquinas e invenciones que recuerdan con asombrosa precisión ingenios y actividades tan actuales como el helicóptero, la tortura por descargas eléctricas, las bombas de fragmentación, el cañón de largo alcance, los ingenios bélicos teledirigidos, las alambradas electrificadas, el cine sonoro, los rascacielos, la contaminación o la ciudad ecológica.
Pero en una de sus más sorprendentes novelas de anticipación, De la Tierra a la Luna (1865), completó una de sus predicciones más sorprendentes por la exactitud con que se cumpliría muchos años después. En esta novela, Verne comienza por situar en las Montañas Rocosas un telescopio de 5 metros de diámetro; ubicación y dimensiones idénticas a las que tuvo el primer telescopio del observatorio de Monte Palomar. En segundo lugar, en vez de elegir como potencias promotores del viaje espacial a Francia o Gran Bretaña, los dos países más poderosos de su época, escogió un hipotético club de fabricantes de armas de los Estados Unidos, que en los tiempos en que Julio Verne publicó esta novela era todavía una nación bastante atrasada, sumida en plena recuperación de las secuelas de su guerra civil recién finalizada. Este club sufraga los gastos de la expedición con una suscripción internacional a la que la primera nación que se adhiere es Rusia, con una fuerte participación, y la última, Espaiía, con una participación simbólica, porque, en palabras de Veme, «la ciencia no está muy bien vista en ese país que está aún un poco atrasado». Julio Veme situó el cañón de 300 metros, que en la novela propulsa el proyectil astronáutica enviado a la Luna, en Cabo Town, un lugar muy cercano al actual Cabo Cañaveral. En el cohete utilizado en el primer viaje experimental de la novela viajan dos animales, una ardilla y un gato; en la historia real de la cosmonáutica fue una perra, llamada Laika, el primer ser vivo en viajar al espacio. En la novela de Veme, el proyectil que definitivamente se dirige a la Luna se llama Columbiad y en él viajan tres hombres y dos perros, uno de los cuales muere y al ser lanzado al espacio, comienza a flotar, acompañando a la nave en torno a la Luna (hechos que la ciencia todavía ignoraba). Pero aún hay más. Verne concibe un método de refrigeración del aire de la nave mediante un sistema de circuito cerrado, provee a sus hombres de alimentos concentrados y corrige la trayectoria mediante cohetes auxiliares. Además, el vuelo de la nave sufre una peripecia que recuerda mucho a la del Apolo XI, cuyo módulo de comando (Columbia) depositó a dos hombres por primera vez en el suelo lunar: el bólido imaginado por Veme alcanzó la Luna en 97 horas, viajando a una velocidad media de 40.000 km/h; el Apolo XI viajó a 38.500, alunizando en 102 horas. El Apolo VIII, primer vehículo tripulado que situó a tres astronautas en órbita lunar tuvo un peso y una altura casi idénticos a los de la cápsula imaginada por Verne. Este mismo Apolo VIII cayó en su viaje de vuelta en el Pacífico, a unos 4 kilómetros de las coordenadas donde amerizó la nave de Veme; siendo rescatados ambos vehículos por barcos de la Marina estadounidense. En total, se trata de una asombrosa demostración de facultades premonitorias por parte del visionario novelista francés.
El 24 de septiembre de 1504, el médico y quiromántico boloñés Bartolomé Cociés moría a manos del hombre al que había vaticinado que cometería un asesinato en esa misma fecha.
David Janssen, el popular actor protagonista de la serie televisiva El fugitivo soñó que se veía a sí mismo dentro de un ataúd, muerto tras un ataque al corazón. Dos días después moría de un infarto.
Ed Sampson, redactor jefe del periódico estadounidense Boston Globe, soñó en agosto de 1883, durmiendo una borrachera, que la isla indonesia de Pralape era desolada por la erupción de un volcán, muriendo unas 36.000 personas. Su sueño le resultó tan real que, presuroso, publicó la noticia al día siguiente. Fue inmediatamente despedido al comprobarse que tal isla no existía. Sin embargo, un día después, se supo que un volcán había destruido la isla de Krakatoa, provocando un numero de víctimas muy próximo al soñado por Sampson. Indagaciones posteriores demostraron que Krakatoa se había llamado hasta el siglo XVII Pralape.
El mariscal de¡ aire británico Victor Goddard aseguró que un amigo suyo le había narrado un sueño en el que veía chocar un avión parecido al que él iba a pilotar al día siguiente. A pesar de que el mariscal quedó preocupado (más aun al comprobar que, a ultima hora, se añadía un séptimo pasajero, como ocurría en el sueño de su amigo), inició la misión y, efectivamente, se produjo un accidente. Afortunadamente, todos los pasajeros lograron sobrevivir.
El científico británico Roger Bacon (1214-1294) sugirió en la sección de matemáticas de su Opus Majus la posibilidad de que, navegando desde España al Occidente, se podría llegar a las Indias.
El industrial Jack Swimmer batió todos los récords de exactitud habidos y por haber en una predicción electoral al determinar de antemano el número exacto de votos que obtendría el candidato Dwight David Eisenhower (1890-1969) en las elecciones presidenciales estadounidenses de 1956. Swimmer entregó días antes de los comicios su predicción en la jefatura de policía de Los Angeles, junto a un cheque que donaría a la institución en caso de equivocarse; en ella constaban los 33.974.241 votos que realmente obtendría Eisenhower al ser reelegido para su segundo mandato, señalando incluso, en un alarde, que 2.875.637 de ellos corresponderían a California y 1.218.462 a Los Angeles, como así fue en la realidad.
lunes, 7 de septiembre de 2009
Roland Topor
Repasamos algunos fragmentos de una de las obras mas importantes del creador del teatro del pánico
INOCENTE EN APUROS
Coja a un inocente, desnúdelo, pisotéelo, dele patadas, mátelo,
córtelo en trozos de un mismo grosor y métalo en la olla con
un gran trozo de mantequilla, sal, pimienta, especias, chalotes
y perejil picado. Déjelo freír un tiempo, añada un trago de vino
blanco y un poco de caldo. Cuando el inocente empiece a hervir,
retírelo del fuego y sírvalo sobre un mantel bien apurado.
Cómalo discretamente mientras habla de otra persona.
AGENTE DE SEGUROS EN SU PÓLIZA
Sáquele el dinero y, si es necesario, hágale una pequeña incisión
en la cabeza para que no quede nada en el interior. Límpielo,
cepíllelo suavemente para no dañar la piel, lávelo para que
esté presentable. Deje que se haga en el caldo. Si el agente está
gordo hacen falta cuatro horas de cocción, si no, tres serán
suficientes.
Para servirlo, coloque una póliza de seguros en la fuente, decore
con monedas, carnés de identidad, flores y acompañe el
dinero con un largo silbido de admiración que a él apenas le impresionará
pero que a usted le hará bien.
Roland Topor (7 de enero de 1938 en París-16 de abril de 1997). Escritor, pintor, ilustrador y cineasta francés de origen polaco. Publicó dibujos y cuentos en las revistas Bizarre, Arts, Le Rire y Fiction. Junto con Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowski, fundó del movimiento Pánico, vanguardia teatral de marcadas tendencias surrealistas y del teatro del absurdo. Influido por el cine de Luis Buñuel y por El Manifiesto del teatro de la crueldad de Artaud, en el Grupo Pánico se conjugan tres elementos básicos: terror, humor y simultaneidad.
Topor ha sido autor de piezas teatrales, director y actor, como en Autorretrato de un pornógrafo. Su novela El Quimérico Inquilino fue llevada al cine por Roman Polanski en 1976. Como actor ha participado en Nosferatu, vampiro de la noche (1979, de Werner Herzog) y El amor de Swann (1984, de Volker Schlöndorff). También ha diseñado la escenografía y el vestuario de obras teatrales y de óperas. Ha sido autor de dos películas de animación: Los caracoles (1966) y El planeta salvaje (1973), premio especial del jurado en Cannes. Además de sus trabajos en televisión (Téléchat: 156 episodios para niños con Henri Xhonneux), es autor de las piezas de teatro Joko festeja su cumpleaños (1975) y El invierno bajo la mesa, representada en Bruselas en 1996. Junto con Michel Ribes escribió la ópera Batallas, representada en 1983. Entre otras distinciones, obtuvo el Gran Premio de las Artes de la villa de París. La Cocina Caníbal fue publicado por primera vez en Francia por ediciones André Balland.
Las recetas de La cocina caníbal harían las delicias del menú de Hannibal Lecter: el hombre es el mejor alimento para el hombre.
INOCENTE EN APUROS
Coja a un inocente, desnúdelo, pisotéelo, dele patadas, mátelo,
córtelo en trozos de un mismo grosor y métalo en la olla con
un gran trozo de mantequilla, sal, pimienta, especias, chalotes
y perejil picado. Déjelo freír un tiempo, añada un trago de vino
blanco y un poco de caldo. Cuando el inocente empiece a hervir,
retírelo del fuego y sírvalo sobre un mantel bien apurado.
Cómalo discretamente mientras habla de otra persona.
AGENTE DE SEGUROS EN SU PÓLIZA
Sáquele el dinero y, si es necesario, hágale una pequeña incisión
en la cabeza para que no quede nada en el interior. Límpielo,
cepíllelo suavemente para no dañar la piel, lávelo para que
esté presentable. Deje que se haga en el caldo. Si el agente está
gordo hacen falta cuatro horas de cocción, si no, tres serán
suficientes.
Para servirlo, coloque una póliza de seguros en la fuente, decore
con monedas, carnés de identidad, flores y acompañe el
dinero con un largo silbido de admiración que a él apenas le impresionará
pero que a usted le hará bien.
Roland Topor (7 de enero de 1938 en París-16 de abril de 1997). Escritor, pintor, ilustrador y cineasta francés de origen polaco. Publicó dibujos y cuentos en las revistas Bizarre, Arts, Le Rire y Fiction. Junto con Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowski, fundó del movimiento Pánico, vanguardia teatral de marcadas tendencias surrealistas y del teatro del absurdo. Influido por el cine de Luis Buñuel y por El Manifiesto del teatro de la crueldad de Artaud, en el Grupo Pánico se conjugan tres elementos básicos: terror, humor y simultaneidad.
Topor ha sido autor de piezas teatrales, director y actor, como en Autorretrato de un pornógrafo. Su novela El Quimérico Inquilino fue llevada al cine por Roman Polanski en 1976. Como actor ha participado en Nosferatu, vampiro de la noche (1979, de Werner Herzog) y El amor de Swann (1984, de Volker Schlöndorff). También ha diseñado la escenografía y el vestuario de obras teatrales y de óperas. Ha sido autor de dos películas de animación: Los caracoles (1966) y El planeta salvaje (1973), premio especial del jurado en Cannes. Además de sus trabajos en televisión (Téléchat: 156 episodios para niños con Henri Xhonneux), es autor de las piezas de teatro Joko festeja su cumpleaños (1975) y El invierno bajo la mesa, representada en Bruselas en 1996. Junto con Michel Ribes escribió la ópera Batallas, representada en 1983. Entre otras distinciones, obtuvo el Gran Premio de las Artes de la villa de París. La Cocina Caníbal fue publicado por primera vez en Francia por ediciones André Balland.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Grandes humoristas de la historia: ( la mayoria sin proponerselo)
Diógenes, el cínico
"Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño.»”
“Cierto día observó a una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula y, queriendo liberarla de su superstición, se le acercó y, de acuerdo con la narración de Zoilo de Perga, le dijo: « ¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente? »”
“A los que se inquietaban por sus sueños, les censuraba que descuidaran lo que hacían despiertos y se preocuparan en cambio tanto de lo que imaginaban dormidos.”
“Alguien muy supersticioso le amenazó: « De un solo puñetazo te romperé la cara »”; Diógenes replicó: « Y yo, de un solo estornudo a tu izquierda te haré temblar »”.
“Al ser iniciado en los misterios órficos, como el sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades, le replicó: « ¿Por qué, entonces, no te suicidas? »”
“A quien le decía que la vida era un mal, lo corrigió: « No la vida, sino la mala vida »”
Desprecio de las convenciones sociales y de todas las diferencias que se fundan en ellas
“Solía hacerlo todo en público, las obras de Deméter y las de Afrodita. Y lo justificaba argumentando que si comer no es un absurdo, no es absurdo hacerlo en la plaza pública; y como resulta que comer es natural, también lo es hacerlo en la plaza pública. Se masturbaba en público y lamentaba que no fuera tan sencillo verse libre de la otra comezón del hambre frotándose las tripas.”
“Habiéndole uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y la escupió a la cara del dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa”
“Solía decir, como sabemos por Hecatón en sus Sentencias, que es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquéllos devoran a los muertos; éstos, a los vivos.”
“Afirmaba también que las cosas de mucho valor tenían muy poco precio, y a la inversa: una estatua llega a alcanzar los tres mil dracmas mientras que un quénice de harina se vende a dos ochavos”
La búsqueda de la felicidad y la vuelta a la naturaleza
“Relata Teofrastro en su Megárico que, observando en cierta ocasión a un ratón que correteaba sin rumbo fijo, sin buscar lecho para dormir, sin temor a la noche, sin preocuparse de nada de lo que los humanos consideran provechoso, descubrió el modo de adaptarse a las circunstancias. Fue el primero, dicen algunos, que dobló su manto al verse obligado a dormir sobre él; que llevó alforjas para poner en ellas sus provisiones, y que hacía en cualquier lugar cualquier cosa, ya fuese comer, dormir o conversar. Así solía decir, señalando al pórtico de Zeus y al Pompeyon, que los atenienses le habían provisto delegares para vivir.
Bastón, al principio, no lo usó sino estando enfermo. Pero posteriormente lo llevaba a todas partes, no sólo por la ciudad, sino también por los caminos, juntamente con la alforja. Así lo atestigua Olimpiodoro, magistrado de Atenas y Polieucto, el orador, y Lisanias, el hijo de Escrión.
Encargó a uno que le buscase una choza donde vivir, pero como éste se demorara, se alojó en un barril del Metrón, según él mismo narra en sus Cartas. En verano se revolcaba en la arena ardiente y en el invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, ejercitándose ante todo tipo de adversidades”
Observando cierta vez un niño que bebía con las manos, arrojó el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: « Un niño me superó en sencillez.» Asimismo se deshizo de su escudilla cuando vio que otro niño, al que le se había roto el plato, recogía sus lentejas en la cavidad de un pedazo de pan”
Proclamaba que los dioses habían otorgado a los hombres una vida fácil, pero que éstos lo habían olvidado en su búsqueda de exquisiteces, afeites, etc. Por eso, a uno que estaba siendo calzado por su criado, le dijo:«No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos».
A los que le aconsejaban salir en persecución de su esclavo fugitivo, les replicó: "Sería absurdo que Manes pudiera vivir sin Diógenes y Diógenes, en cambio, no pudiese vivir sin Manes".
La sabiduría y la filosofía
“A uno que le reprochó: «Te dedicas a la filosofía y nada sabes», le respondió: «Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía.»”
Preguntado acerca de qué beneficio había obtenido de la filosofía, contestó: «Como mínimo, estar preparado para cualquier contingencia.» Preguntándole uno de dónde era, respondió: «Ciudadano del mundo.»”
“A uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un tiempo y, riéndose, exclamó: «Un atún ha echado a perder nuestra amistad. »”
La filosofía como provocación
“Se acercó a Anaxímenes, el orador, que era extremadamente obeso, y le propuso: «Concede a nosotros, mendigos, parte de tu estómago; nosotros saldremos ganando y para ti será un gran alivio.» Cuando el mismo orador peroraba, Diógenes distrajo a su audiencia esgrimiendo un pescado. Irritado aquél, Diógenes concluyó: «Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes».”
“Se comportaba de modo terriblemente mordaz: echaba pestes de la escuela de Euclides, llamaba a los diálogos platónicos pérdidas de tiempo; a los juegos atléticos dionisíacos, gran espectáculo para estúpidos; a los líderes políticos, esclavos del populacho. Solía también decir que, cuando observaba a los pilotos, a los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre. Repetía de continuo que hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse”
“Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a hacer trinos. Como la gente se arremolinara en torno a él, les reprochó el que se precipitaran a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio. Decía que los hombres competían en cocearse mejor y cavar mejor las zanjas, pero no en ser mejores. Se extrañaba asimismo de que los gramáticos se ocuparan con tanto celo de los males de Ulises, despreocupándose de los suyos propios; de que los músicos afinaran las cuerdas de sus liras, mientras descuidaban la armonía de sus disposiciones anímicas; o de que los matemáticos se dieran a observar el sol y laguna, pero se despreocuparan de los asuntos de aquí; de que los oradores elogiaran la justicia, pero no la practicaran nunca; o de que, por último, los codiciosos echasen pestes del dinero, a la vez que lo amaban sin medida. Reprochaba asimismo a los que elogiaban a los virtuosos por su desprecio del dinero, pero envidiaban a los ricos. Le irritaba que se sacrificase a los dioses en demanda de salud y, en el curso del sacrificio, se celebrara un festín perjudicial a la salud misma. Se sorprendía de que los esclavos, viendo a sus dueños devorar manjares sin tregua, no les sustrajeran algunos.”
“Elogiaba a los que, a punto de casarse, se echaban atrás; a los que, yendo a emprender una travesía marítima, renunciaban al final; a los que proyectaban vivir junto a los poderosos, pero renunciaban a ello.”
“Decía imitar el ejemplo de los maestros de canto coral, quienes exageran la nota para que los demás den el tono justo.”
“En otra ocasión, gritó: « ¡Hombres a mí!» Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: «Hombres he dicho, no basura».”
Su mendicidad
“Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: «Me ejercito en fracasar.» Para mendigar –lo que hacía a causa de su pobreza- usaba la fórmula: «Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo.»”
“« ¿Por qué –se le preguntó- la gente da dinero a los mendigos y no a los filósofos?» «Porque –repuso- piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás.»”
“Pedía limosna a un individuo de mal carácter. Este le dijo: «Te daré, si logras convencerme.» «Si yo fuera capaz de persuadirte –contestó Diógenes- te persuadiría para que te ahorcaras».”
“En un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como un perro, orinó allí mismo”
Diógenes Laercio: Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos ilustres
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